Así como la mañana después de una noche lluviosa, la pista de baile de la barra Imperial colecciona los restos de más de una lluvia de cerveza.
Ya va finalizando la primera semana de los festejos populares de Palmares y la fiesta apenas va por la mitad.
Hoy la celebración continúa. A pocos minutos de la medianoche, una buena ración de jóvenes se amontona ante un escenario que ha dejado una retahíla de DJ para calentar un ambiente que es todo menos frialdad, (llámese así por el alcohol, por el calor alajuelense o por los pocos centímetros que separan la piel de cada asistente con un desconocido).
La cita de hoy es una muy particular porque se trata de un cruce de generaciones hilado por un mismo sentimiento, por una misma unción: el reguetón.
En la tarima de la Barra Imperial estarán dos íconos del género urbano que han propiciado la consolidación del reguetón más allá de nuestro continente. Por un lado está Big Boy, una suerte de rapero puertorriqueño que fue más allá de sus influencias hip-hop para convertirse en uno de los fundadores del reguetón en su isla.
Su memorable rap de Mis ojos lloran Por tí lo implantó en el inconsciente colectivo, y muchos de los que aquí esperamos su salida al escenario lo conocimos en una fiesta de turno, en una subida al bus que nos llevaba a San José o en un simple intercambio musical con algún amigo, posiblemente por el ya lejano 2003.
Él se acompañará con Becky G, la nueva diva del perreo que llega al país en su mejor momento.
El caso de esta cantante estadounidense de tan solo 21 años es sustantivo: es parte de una nueva generación de mujeres que lleva al género más allá del recuerdo de Ivy Queen, aquella matrona que nos puso a bailar Quitate tú pa ponerme yo al comienzo del siglo.
Para aquel momento, el reguetón parecía una moda de mecha corta; hoy el público demuestra que el género está institucionalizado. En el caso de Becky G, es parte de la triada dorada del reguetón que completa la trinidad con las afamadas Natti Natasha y Karol G.
Así las cosas, la expectativa no es poca porque, a pesar de que cada vez los conciertos de reguetón son más usuales, sí es atípico que sea una mujer la que se ponga la corona del público con el género en nuestro país.
Las luces verdes y rojas que se disparan desde la tarima entusiasman al público a sabiendas de los tintes que nos reúnen a todos en estos festejos. Se aproxima la hora del reguetón en voz de mujer y de un clásico imborrable.
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La hora del ‘show’
Si los conciertos de rock son los de headbanging, los de reguetón pueden ser de lo que sea.
No hay acuerdos tácitos, no se sabe tan siquiera qué esperar ante este crossover sorpresivo.
Con Becky G, lo certero es que ella no se pierde en el escenario. Con un traje rosado, perceptible hasta para el más lejano espectador, la estadounidense sale para hacer lo suyo.
¿De qué va su espectáculo? Pues toma aires de lo usual en los conciertos del género. Al estar en una época donde las colaboraciones entre los artistas abundan (la leyenda de las langostas en la olla parece no valer aquí), los conciertos se surten de extractos de sus piezas más conocidas con espacios en blanco para las partes del artista con el que colabora.
Lo maravilloso del show de Becky G es que, además de estar afinada, baila y sabe bailar, se mueve sin parar porque su música lo exige y ella lo disfruta.
Con ese pavimento escénico, ella repasa grandes éxitos inmediatos con los que se ha sorteado en los últimos dos años, donde, de nuevo, las colaboraciones abundan.
Maluma, Anuel AA, Bad Bunny, Romeo Santos, Daddy Yankee, Karol G, C. Tangana… Son decenas los artistas que, a pesar de su ausencia física, resuenan en el espacio que ha destinado la Barra Imperial. También de esas colaboraciones se desprende una ruleta de sonidos que hace que Becky cante y todos festejen en la variopinta paleta de ritmos.
Ahí una buena asistencia repleta la barra, hace al público subirse sobre los hombros del compañero y, sin abandonar el bien conocido espíritu palmareño, todo es amor en la pista de baile.
Una vez pasados los 40 minutos de concierto de Becky G, la atmósfera musical cambia.
Big Boy sale a escena y parece ser la cara de la otra moneda. Con su rap inconfundible fue fiel a lo conocido, algo que agradece con rapidez el público.
Lo primero que se piensa al escuchar al puertorriqueño es su habilidad para respirar. Big Boy es toda una máquina de oxígeno que no necesita segundos para retomar su retahíla de palabras.
Al escuchar sus letras, como ‘¿Dónde están cuando hablan de mí?’ trae ecos de buena ración de las líricas del reguetón actuales, en las que la confrontación y el lenguaje de barrio viven con peso propio.
La misma Becky G lo sabe. Big Boy está consciente. Dos generaciones registran el género con características propias, pero con el espíritu de siempre.