Cadencia, giros, sudor. Luces que se mueven al compás de la música. Decenas de parejas rindiéndose ante el sabor una salsa con tintes clásicos. Hay energía, la orquesta toca con emoción. Al fondo son las manos de Pitusa en la percusión las encargadas de la base musical, del compás de cuatro tiempos, de dirigir a La Solución.
Él, el hombre que lleva el ritmo de la salsa criolla de nuestro país, una universidad andante de la música tropical de Costa Rica, el que ha compuesto más de 300 temas en su carrera (en la Asociación de Compositores y Autores Musicales registran 78, pero aseguran que su producción es mucho más amplia que ese número) y que no permite que nadie se quede sentado cuando toca, no se anima a bailar, no le interesa la pista, su pasión es hacer bailar a los demás. Carlos Gutiérrez Hine es ese gran artista.
“No me tiro a pista, me cuesta muchísimo. Mi pasión es componer, incluso está mucho más arriba que tocar. Ver al público bailar y bailar es para mí una gran satisfacción porque algo que hice en mi escritorio está haciéndolos felices a ellos”, explicó claramente este heredero de una dinastía artística.
Cuando se pone detrás de los timbales o de la batería se transforma, el ritmo embarga cada centímetro de su cuerpo. Lo disfruta al máximo porque de lo que sale de sus manos contagia a los bailarines en los salones.
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Pitusa desde hace 10 años decidió no tocar covers de ningún otro artista –a menos de que se trate de un tributo especial o de música costarricense– y acaba de componer una ópera inspirada en la pasión y muerte de Jesús, su mayor satisfacción profesional hasta el momento.
Es ameno, divertido y hasta bromista. Esa personalidad le ha ayudado en su trabajo porque la música es eso: alegría.
Heredero
Ser hijo de un gran músico nacional como Rónald Gutiérrez (Pitusa padre), sobrino del pianista Vernon Pibe Hine, además de sobrino artístico de Rafael Ithier (fundador y director de El Gran Combo de Puerto Rico) y del compositor nacional Paco Navarrete, tiene un peso ineludible.
Creció rodeado de sones, de boleros, de guaguancó y salsa. ¿Cómo no? Si en casa de eso se vivía: gracias a la música había comida en la mesa.
Cuando tenía unos seis años se armó un bongó con dos ollas que eran de su mamá Ana Cecilia, ella supo que no las recuperaría nunca más porque su hijo era puro ritmo.
Con el sabor que recorría su cuerpo, e inquieto como buen Pitusa, andaba sacándole música a cualquier “chunche” que se encontrara. En la escuela le rogaban los profesores de música para que tocara en la banda, pero él nunca quiso.
“Hacían mucha bulla, no me gustaba. Siempre fui más del cuero, de la conga y el bongó, no de lo estridente”, recordó.
Sin embargo, como estaba destinado para lo grande, su bautizo musical fue algo que ni en sus más locos sueños hubiera imaginado. En el mítico salón de baile Los Jocotes, en San Joaquín de Flores, en Heredia, se presentaba El Gran Combo, era 1979, ahí andaba Pitusa de colado en compañía de su padre porque era músico invitado de la famosa orquesta.
“Vas a tocar con el Combo. Pero te voy a explicar algo, si tú no tocas bien, yo no te puedo dejar tocar porque el Combo no puede sonar mal”, le sentenció con su tono puertorriqueño Rafael Ithier al pequeño Pitusa justo antes de empezar el espectáculo. El niño apenas tenía 11 años.
La canción que tocó fue Julia. Se la sabía de cabo a rabo. “Rafael no me dejó bajarme del escenario cuando terminamos de tocar Julia. Toqué todo el concierto, con 11 años estuve una hora en el escenario”, recordó que aquel momento fue pura adrenalina y felicidad.
“Nada más sé que lo disfruté demasiado, me divertí. Imagínese, a los 11 años estaba sin engaños mentales, sin cargos en la vida, sin desamores, no tenía que pagar nada; lo que recuerdo es que fui feliz”, afirmó.
Desde ese momento, hace cerca de 40 años, Pitusa encaminó su vida a una meta: que nadie se quede sentado cuando él esté tocando.
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Destino
Como todo chiquillo, era amante del fútbol: jugó como mediocampista en el mosco de Barrio México y en divisiones menores de la Liga Deportiva Alajuelense. Era bueno, según dice.
Sin embargo, en la adolescencia Pitusa no tuvo más opción que decidir entre patear una bola o dedicarse a la música para ayudar a su familia. Escaseaba el dinero.
Su papá se fue con Paco Navarrete a tocar a Estados Unidos, pero una apendicitis hizo que Pitusa padre se quedara “estancado” durante tres meses en el país norteamericano sin poder trabajar.
“Era 1984. Soy el segundo de seis hijos así que o jugaba o ayudaba a mi mamá; me puse a tocar. Recuerdo que me gabana ¢900 a la semana, de esos le daba ¢500 a mamá.
”Una vez estaba en un baile y llegó el entrenador del infantil de Alajuela a buscarme porque al día siguiente había partido; le dije que no podía jugar porque ya había agarrado la música como trabajo para darle la mano a mi mami y a mis seis hermanos”. Una decisión difícil para un muchachillo de 17 años.
La vida se la puso complicada al principio, pero valió la pena.
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Encaminado
Papá Pitusa volvió en el 84 al país, lo sacó de los grupitos en los que tocaba y lo llevó a “probar suerte” a la legendaria Sus Diamantes, grupo con el que estuvo durante nueve meses.
El joven artista conoció al maestro Napoleón Zapata y formaron Los Brillanticos (el 11 de octubre de 1985), donde estuvieron juntos durante 14 años. Esa fue la primera prueba para Pitusa hijo como compositor, impulsado y acuerpado por la experiencia de Zapata.
“Napoleón me vio una virtud como compositor y arreglista, me apoyó, me dio clases. Ahí empecé a entender lo fascinante que es componer”, dijo Pitusa.
Después de Los Brillanticos, estuvo dos años con Explosión, también al lado de Zapata. Tras su paso por esa banda, decidió formar una propia: así nació La Solución, hace 16 años.
La herencia Gutiérrez sigue su rumbo ya que sus hijos Carlos y Betsy lo acompañan a algunas de las presentaciones con La Solución.
Solo música original
“Deje de tocar la música de los demás. Toque su música, porque cuando le pegue una canción, le pegan las demás”.
Ese fue el consejo inolvidable que Rafael Ithier le brindó a Gutiérrez hace 10 años. Pitusa ya estaba consolidado con sus orquestas, pero era momento de dar un paso más contundente.
Aquel diálogo con el maestro de El Gran Combo fue el empujón para que Pitusa decidiera hace 10 años que La Solución tocara solo música original.
“La gente se empezó a molestar, preguntaban por una u otra canción. Se iban en manadas... pasamos de tener bailes con 300 personas a que solo nos llegaran 18. Solo había dos caminos: seguíamos haciendo solo piezas originales o nos moríamos en el intento, pero yo no pensaba devolverme al pasado”, confesó Gutiérrez.
Pero poco a poco, el público de los bailongos aceptó la apuesta de Pitusa, porque según el compositor, la gente va a los salones a bailar lo que toque la orquesta, no lo que la radio haga éxitos. Sus temas se fueron haciendo conocidos y solicitados por el público.
“¿Qué hemos hecho los músicos? Seguir alimentando a artistas de afuera. Si alguien tiene éxito, ¡a mí qué me importa, si yo puedo hacer bailar a la gente con canciones como Un paseo por tu piel o Tú eres mi reina, que son mías!
”Por ejemplo, Marc Anthony ha pegado no sé cuántas canciones en estos años y yo no he tocado ni una sola de esas. ¿Por qué? Porque mi música también es de calidad”, afirmó.
Una vez, en un baile, una señora llegó a pedirle canciones de Juan Luis Guerra, él le dijo que no tenía ninguna. “Yo no sé dónde está Juan Luis Guerra en este momento, pero aquí va a tocar La Solución”, le dijo Pitusa. “Le prometo que si no baila, le regalo una fiesta”. La señora no dejó de bailar en toda la noche.
Y en otra ocasión, en Cartago, un papero de cepa se le acercó para pedirle una canción de la Sonora Santanera. “Yo no toco nada de ellos porque ellos no tocan nada mío”, le dijo el músico al bailarín. Al final de la fiesta, el hombre se acercó a Pitusa y le dijo: “¿Sabés qué? Tenías razón. Yo vendo mis propias papas. Vendé vos las tuyas”.
Para Pitusa, es indudable que la falta de lugares para presentarse ha debilitado la escena de música tropical en Costa Rica, pero hay un desafío mayor. Según el músico, es más importante que las agrupaciones pierdan el miedo a tocar composiciones propias.
“El músico debe de entender que hay que tener identidad en cada grupo y no estar copiando lo de los demás”, aseveró.