Cuando salió de la secundaria, en los años 60, Carlos Mejía Godoy ya había dado sus primeros pasos en la música. Sabía un poco de acordeón, un poco de piano e incluso le sacaba sonidos a un serrucho de carpintería.
Sus ojos y los de su hermano Luis Enrique estaban puestos en sacar carreras universitarias. Pero una vez que probaron otras carreras lejos de la música, sintieron que ése no era su lugar.
“Mi hermano (Luis Enrique) se vino a Costa Rica a estudiar medicina y yo me quedé en León (Nicaragua) para estudiar Derecho, pero, ¡qué va! Llegamos a la conclusión de que nos sentíamos traidores a nuestra propia causa, de que estábamos haciendo un remedo, una chapuza...”, comenta Carlos Mejía, ahora reconocido como uno de los cantautores más importantes de Latinoamérica.
A sus 73 años, Mejía Godoy conversó con La Nación en junio, a tan solo unos días de que se le realizara un homenaje a su Misa Campesina Nicaragüense , que cumplió en el 2016 su cuadragésimo primer aniversario.
Un mes después, dio un concierto en el Teatro Melico Salazar, en donde presentó canciones que lo han hecho famoso, como Quincho Barrilete, y temas nuevos.
En ambos casos, y a lo largo de sus décadas como autor, se aprecia una necesidad profunda por contar historias, por rescatarlas y por hacer de estas himnos.
Esta es la historia de un hombre que, más allá de músico y compositor, ha sido comunicador, poeta y activista; un cazador de historias.
Inicio. “Yo no hice más que poner el oído al carazón del pueblo”, resumió Carlos Mejía. A su lado, estaba Xotchil Jiménez, quien es su esposa desde el año 2009.
Carlos Mejía es un comunicador nato. Es fácil darse cuenta de esto mientras cuenta cómo su afición por la música encontró un lugar en un medio de comunicación, en la radio.
“El responsable de hacer un programa en al radio era un borrachín y un día el hombre falló. Yo vivía enfrente de la estación de radio y me dijeron: ‘Vení, vení, traete tu libro de versos a vos que te guista recitar’ y me encantó. Deseé con todas mis fuerzas que ese hombre no volviera y de veras, no volvió”, recordó Mejía Godoy.
Sus siguientes tareas involucraron hacer guiones para radionovelas. “Eso me dio la oportunidad de comunicarme con la gente de la calle, de usar una voz popular: el refrán, los dichos y los pregones, que son la música más bella de la calle”, explicó.
Fue cuestión de tiempo para que sus coplas se acompañaran de música. Una composición que hizo en quinto año del colegio, Alforja campesina, fue su primera canción. Esta sonó una sola vez en la radio, en su voz.
“Por algo de suerte, un poco de entusiasmo y optimismo, me encuentro que Michael Herrera –que ahora es uno de Los de La Palacagüina– escuchó la canción y me dijo que él podía grabarla con su trío (Los Madrigales) y así la canción llegó a la radio”, detalló orgulloso.
Fuerza. Cuando examina el inicio de su carrera, Carlos Mejía se remite a sus primeros años de juventud. Tiene claro que sin el vecino de su casa en Somoto que tocaba música y sin la influencia de su familia el camino habría sido otro.
“Tanto por la rama materna como la paterna, soy producto de una confluencia de sangre musical. Pero en la familia, salvo un tío, no había estudiantes formales. La música era cotidiana, pero algo complementario”, comentó.
En Nicaragua, explica, no había una educación musical tan formal como la de Costa Rica. Sin embargo, el ímpetu perfeccionista de su padre, lo hizo mejorar sus habilidades como músico.
“Siempre estamos volviendo al padre que nos decía ‘No hay chapuza, hay calidad’: calidad artística, calidad humana y calidad de comunicador. (…) Él asumía la comunicación como un milagro y eso para mí, para nosotros, fue muy importante”, explicó el nicaragüense.
Esas calidades se combinaron con el amor de su padre por la palabra y el respeto al trabajador en cualquier ámbito.
Por eso no extraña que, en la Misa Campesina Nicaragüense, el credo se dedique al “arquitecto, ingeniero, artesano, carpintero, albañil y armador”.
“Más que preocuparme por decir que soy ‘católico, apostólico y romano’, ese credo es para defender la naturaleza y para hablar del Cristo trabajador, del Cristo llano y sencillo, el Cristo que suda en la calle, el Cristo de rostro curtido”, explicó Mejía Godoy.
Inspirado por la encíclica papal Pacem in terris de 1963 –que cambió la foma de dar la misa– y al calor de la venidera Revolución Sandinista, Mejía Godoy compuso las canciones para una misa popular.
“Para suerte mía, la prohibieron, por ser una misa rebelde, que propone la lucha de clases. Ese enfrentamiento empezó con el mismo Cristo, que dice ‘Es más fácil que entre un camello por el ojo de una aguja que un rico se salve’. ¡Más claro no canta un gallo! Cristo era comunista, era un rebelde”, manifestó el autor.
Otras de sus canciones populares, como Nicaragua, Nicaragüita, Las mujeres del Cua, La tumba del guerrillero y el Himno a la Unidad Sandinista se convirtieron en estandartes de la revolución cultural en Nicaragua.
Después de la llegada al poder del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) en 1979, Mejía Godoy fue diputado y, en el 2006, se lanzó como vicepresidente de la candidatura presidencial de Edmundo Jarquín con el Movimiento Renovador Sadinista.
¿Qué significa “sandinismo” para Mejía Godoy en el contexto actual? “Para mí, ser sandinista, independientemente de un partido político, es darles vigencia a los principios del general Sandino: honradez, trabajo, amor a la libertad, independencia y dignidad nacional. Si vos seguís estos parámetros, ya está”, comentó el cantautor.
Mejía Godoy recalca que no se puede olvidar “la sangre derramada”, a los jóvenes menores de 20 años que, como el poeta Leonel Rugama, murieron durante la guerra de la revolución.
“Estoy retirado de la política, pero estoy dedicado a la cultura popular... que también es política. Mis raíces sandinistas no las voy a perder nunca”, agregó el cantautor.
Carrera. En su más reciente presentación en el país, en el Teatro Popular Melico Salazar, Carlos Mejía Godoy tocó una canción nueva, inspirada en el foxtrot estadounidense.
No presentó el nombre de la canción, pero sí pidió que lo acompañaran con el coro final, que dice “Aunque Donald Trump me odie por latinoamericano / yo te amo”.
Esa canción forma parte de un proceso de renovación que ha incluido experimentar con otros géneros musicales, algo a lo que no estaba dispuesto hace unos años.
Mejía Godoy tiene claro que la piratería ha dificultado el negocio de vender discos y que una canción que sale sin un video “es cuestión muerta”.
“Volvemos al inicio, no hay que hacer chapuza. Prefiero no hacer un video a hacer algo improvisado, un video chato, sin contenido estético, pero esa es la lucha de ahora. Y bueno, van surgiendo nuevos talentos, que hacen el relevo generacional, que yo los apoyo cuanto puedo”, explicó Mejía Godoy.
Vivir como músico en Nicaragua es difícil, dice, aún para un músico consolidado como él. En los últimos años se ha mantenido dando conciertos en La Casona de los Mejía Godoy, un bar y restaurante en el que se presenta por lo menos una vez al mes.
Los años le pesan. No puede caminar distancias largas sin tener que tomar un descanso. Lo aquejan dolores en la espalda y eso lo obliga a tener un asiento fijo durante los conciertos. Pero tampoco le impidió bailar en su presentación en el Melico Salazar.
“Yo pude haberme quedado toda la vida en Nicaragua haciendo lo que hago y hubiera estado bien. Tuve la suerte de salir al escenario internacional, está bien, pero siempre me ha preocupado la identidad de mi Nicaragua. Eso no voy a abandonarlo nunca”, dijo el músico.
Mejía Godoy sabe que el folclor no solo es uno y que a veces, pesa el oficialismo en designar unas expresiones como folclor y no incluir otras.
“Siento que debajo de todo lo conocido hay un folclor auténtico, que quizá coincide (con el oficial) pero es diferente”, explicó el cantautor.
Carlos Mejía Godoy cree que la vocación de folclorista yace en la búsqueda, como el orero que busca pepitas en el río.
“Yo no soy folclorista, yo aún estoy aprendiendo y todos los días crezco más. No estudié antropología, no estudié sociología, simplemente soy un güirisero del folclor y, como güisisero, sigo buscando nuevas pepitas de oro y eso es infinito; el folclor no se acaba”, dijo.