En los últimos 11 años, Fito Páez ha venido seis veces a Costa Rica. Cada una de estas ocasiones sirvió para que el artista rosarino ofreciera un rostro único de su identidad musical. De esas, puedo hablar de las cuatro ocasiones en que lo vi en directo.
En el 2008, cuando se presentó en Torre Geko, trajo un piano de cola. Venía con su disco Rodolfo, donde se presentaba con su identidad ciertamente íntima, aferrado a versiones más desnudas de sus canciones.
Dos años después fue parte estelar del FIA, en un inolvidable escenario sobre el lago del Parque Metropolitano la Sabana. Junto a su banda dio una presentación más roquera y quizá aferrada a las versiones en estudio de su reconocido repertorio. En el 2017 el formato fue el mismo, en Parque Viva, pero con una intención mucho más agresiva, alta en decibeles.
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En su última visita, Fito se mostró en una cara inédita para el público local: respaldado por la Orquesta Filarmónica, con arreglos adaptados para este formato. La yunta entre ambos, con carreras tan respetadas como admiradas en este suelo, merecía ir directo al carrito de las ilusiones de cualquier megalómano.
Al final del concierto el resultado respaldó esa impresión inicial: que el argentino y el ensamble orquestal eran capaces de hacer excelente mancuerna. Al inicio, sin embargo, el panorama fue el opuesto.
Cuando el show empezó, con envidiable puntualidad, la mezcla sonora pasó momentos lamentables. Ni el piano ni la batería se escuchaban, el volumen de la orquesta trastabillaba e inclusive la interpretación general se sentía cargada de dudas, como cuando en una pareja está que empezando a ligar, los involucrados no tienen claro si está bien dar pasos adelante.
Lo del sonido se corrigió con rapidez, pero esa relación incómoda se extendió al menos durante la primera parte. El director, Marvin Araya, que suele aportar comentarios jocosos que acercan al público, esta vez mantuvo un papel menos protagónico, quién sabe si por el peso de Páez o por otro factor, pero creo que sí hizo falta la participación de ese “personaje”.
Recordando la puesta en escena del concierto que la Filarmónica dio junto a Natalia Lafourcade, hace casi un año, o el que tuvo lugar meses atrás con Pau Donés en el mismo escenario, me pregunté porqué esta vez hubo más rigurosidad y sobriedad en el escenario, con un sobrio telón trasero.
Si bien esta vez los arreglos eran orquestales, Fito también trajo a su propia banda (Diego Olivero, Juan Absatz, Gastón Baremberg, Juan Agüero y la cantante Anita Álvarez de Toledo). Quizá eso generó una muralla entre el vocalista y el ensamble instrumental. A ratos la orquesta quedaba de lado en los arreglos, mientras que solo la banda tocaba; la responsabilidad de esto recae más en las mismas partituras.
Creo que es positivo decir que se extrañó el aporte de los arreglistas habituales de la Filarmónica. En esta ocasión la labor de escritura de las partitas corrió por cuenta de Ezequiel Silberstein, quien incluso ha dirigido a orquestas que han acompañado a Fito en escenarios como el Carnegie Hall (Nueva York).
De su labor, de lo interpretado durante esta primera parte destaco El chico de la tapa, donde los vientos tenían intervenciones llamativas, igual que El tema de Piluso y Cable a tierra, cuyas versiones eran bien emocionantes.
Otra cara
Después del intermedio, la energía musical fue otra completamente. En parte quizá se debió a que vendría el grueso de los éxitos del vocalista, como Alegría a mi corazón, Ciudad de pobres corazones, Circo beat, El amor después del amor y la siempre cautivadora Mariposa tecknicolor.
Se vio entonces al Fito que uno espera, al que anhela. Se sintió que la mancuerna con la Filarmónica finalmente tuvo éxito, sumando un poco más de distensión y ejecuciones realmente memorables.
A Fito, a estas alturas de la vida, se le empieza a quebrar un poco la voz y a ratos se le desbordan sus emociones quizá más de la cuenta (me refiero a su reacción eufórica de enojo con un miembro del público hacia el final del concierto).
De una u otra forma, independientemente de las versiones, mantiene viva la esencia de su espíritu humano y artístico. A fin de cuentas, como ha ocurrido en las otras tres visitas recientes, logró que la audiencia conectara con las historias personales que relata en sus canciones, las vivencias de esos personajes argentinos (pero universales) que las protagonizan y se compartiera colectivamente la sensibilidad presente en sus melodías. Ese es el mismo Fito de hace 20 o 10 años, el tiempo da igual, es el Fito que siempre querremos disfrutar.
EL CONCIERTO
Artista: Fito Páez y Orquesta Filarmónica
Fecha: 1.° de mayo
Lugar: Parque Viva
Producción: Dopingüe