Con una prolongada ovación recibió el público que llenó el Teatro Nacional (TN) al pianista Alexánder Korsantia, en su debut costarricense, el viernes 1.°, por su lucida y sensible interpretación del Concierto N.° 2, en do menor, para piano y orquesta , opus 18, del compositor posromántico ruso Serguéi Rajmáninov (1873- 1943), al finalizar la primera mitad del concierto de apertura de la temporada oficial de la Orquesta Sinfónica Nacional (OSN), que estuvo bajo la conducción de su director emérito, maestro Irwin Hoffman.
El solista. Oriundo de la República de Georgia, ahora residente en los Estados Unidos, donde complementa su carrera de solista con la de profesor de piano en el Conservatorio de Nueva Inglaterra, Korsantia labró una lectura concentrada y conmovedora de la obra, uno de los hitos del repertorio concertante para piano de la música del siglo XX que, con el compositor mismo de solista, se estrenó en Moscú en 1901.
Sostenida por una pericia técnica patente, que le permitió superar sin tropiezos los retos que la partitura presenta al ejecutante, la versión de Alexánder Korsantia contrastó con ardor los aspectos líricos y dramáticos de la obra, a la vez que alcanzó la exaltación de los grandes clímax. Por igual, el pianista obtuvo timbres matizados y hermosos del nuevo Steinway del TN.
El maestro Hoffman y la OSN moldearon un acompañamiento no menos encendido y emocionante, parejos en todo momento con el solista, el sonido pleno y lustroso, los tiempos justos, las secciones integradas y precisas.
Otras obras. La función se inició con la lectura centelleante de la Obertura de la ópera Ruslán y Ludmila , de Mijail Glinka (1804– 1857), considerado el iniciador de la decimonónica escuela rusa, y concluyó con la interpretación sopesada y expansiva de la Sinfonía N.° 9, en mi menor , opus 95, conocida como Sinfonía del Nuevo Mundo , del checo Antonín Dvorák (1841-1904), cuyo estilo fusiona el lenguaje musical propio de Bohemia con la tradición sinfónica austro-germana.
En ambas obras, que datan, la primera de 1842, la última de 1893, el maestro Irwin Hoffman y la Orquesta Sinfónica Nacional produjeron un sonido espacioso y radiante, aterciopelado en las cuerdas, alisado en maderas, reluciente en metales, las respuestas de las secciones se mantuvieron ágiles y prontas, el conjunto articulado y desenvuelto.
Los asistentes aplaudieron las dos piezas con entusiasmo y al final de la Sinfonía del Nuevo Mundo las aclamaciones se extendieron por un rato largo.