La música de Jarabe de Palo no había sido interpretada antes junto a un grupo orquestal en 20 años de carrera. Su vocalista y líder, Pau Donés y la Orquesta Filarmónica de Costa Rica se dedicaron a cambiar esto con una terna de conciertos en el Teatro Popular Melico Salazar. Así, en un mismo recital se resumió un enorme reto y, a la vez, un gran mérito.
Sintetizo el resultado de esta yunta como completamente satisfactorio, tras haber presenciado un recital con perfecta interpretación, con excelente gusto en la selección y el orden de los temas elegidos y, principalmente, por arreglos de gran factura.
Las melodías de la agrupación tienden a ser sencillas, rápidamente digeribles y de fácil comprensión lírica. Jarabe de Palo es de esos artistas que se guía más por la capacidad de comunicar historias cantadas, con sentimiento, que por armar obras complejas.
En el concierto, la presencia de Pau Dónes refuerza esto. Su presencia en escenario no es, ni siquiera, demasiado llamativa. Nunca busca atraer la atención y eso se agradece. Su trabajo se reduce a la interpretación vocal agraciada, mientras se mueve con la cadencia que motiva cada canción.
En Donés también está el logro de verse auténtico y con mucha credibilidad en la narrativa de sus letras. No hace falta que sea un cantante virtuoso si, más bien, es un cantautor convincente a quien no se le identifica pose alguna.
Hay que destacar el trabajo de Paul Rubinstein, encargado de los arreglos para la totalidad de las piezas para este concierto. Absorbió con perfección la esencia de cada canción, ya fuera con sus matices de ritmos latinos y la melancolía o la alegría que evocan otras composiciones.
Es injusto resaltar el trabajo de una sección de la Filarmónica por encima del resto, pero sí es evidente la relevancia que se le brindó a la sección de percusión en los arreglos. Dentro del repertorio de Jarabe de Palo el trabajo rítmico es siempre vital y en estas adaptaciones eso no fue excepción. Rescato también la labor de los coros de Juan Alberto Díaz y Yunuen Rodríguez.
Las estructuras y varios de los matices de los arreglos para orquesta, para estos conciertos en Costa Rica, estuvieron inspirados en las versiones incluidas en el álbum 50 Palos (2017), un disco a base de voz y piano.
Un tema que no está incluido en esa selección, sin embargo, fue de los más cautivadores por su arreglo tan bien logrado. Me refiero a Frío, que avanza con una suavidad peculiar que se acentúa con un arreglo repleto de detalles. Grita y Humo también sobresalieron, mientras que los éxitos Depende y Bonito contaron también con arreglos sobresalientes.
Los acompañamientos nunca desfiguraron las obras originales, más bien, en algunos casos, hasta trazaron hermosas introducciones que hacían total sentido dentro de la estructura de la obra. Al inicio de La flaca, por ejemplo, la Orquesta ejecutó un bloque con recortes de la melodía principal del conocido tema.
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El recital tuvo gran fluidez, con excepción únicamente por la extensa y cansina mención de la pauta comercial de patrocinadores de la Orquesta. Ese momento me hizo recordar el sentimiento de una película interrumpida por anuncios que lo sacan de la trama y recuerdan la realidad fuera de la pantalla o, en este caso, del guion musical.
De vuelta al argumento, la rica variedad en las propuestas compositivas de Jarabe de Palo y la fina faena en los arreglos para estos conciertos acentúa el gran trabajo de la Orquesta Filarmónica —bajo la batuta del director Marvin Araya— y su admirable capacidad de mutación, adaptable a cada espectáculo.
Su labor se apreció en plenitud y con claridad gracias a un sonido bien cuidado. Además, el trabajo de iluminación también destacó, especialmente por su sincronía en tiempo e intención con respecto a los arreglos, como si ambas labores se hubieran ideado en conjunto. Cuando todos los factores de producción, musicales y técnicos, se alinean tan bien, el resultado solo puede ser positivo.
Sobre el telonero
Entrelíneas, —la banda invitada— tiene muy buena interpretación y energía sobre el escenario.Su repertorio se caracteriza por los coros explosivos y los ritmos enérgicos que, quizá en estudio tienen mayor efectividad que en directo.
Lamentablemente su presentación fue antes de la hora pactada para el concierto en afiches y demás material de expectativa, por lo que, cuando comenzaron, había entrado, si acaso, una cuarta parte del público que cabe del teatro.
Ojalá la hora oficial de inicio de un recital sea a la que comienza la banda invitada y no que esta sirva solo de música de fondo mientras se ocupan las butacas.
Esta práctica la he visto anteriormente en otros recintos y nunca lo he comprendido. ¿Por qué no se convoca a la audiencia media hora antes y así disfrutan tanto del artista internacional como del local? Ahí dejo abierta la pregunta.