Lo mejor del concierto de Louis Tomlinson fue el público. La ilusión con la que la fanaticada vociferó cada canción, dejó ver la pasión desbordante y su apetito saciado. ¿Cómo no enternecerse y cautivarse donde las personas presentes corean con las lágrimas a punto de derramarse?
Fue la audiencia la que mantuvo en alto el ánimo, porque su ídolo no fue exactamente enérgico, pero ya casi hablaré de él. El otro elemento apreciable del concierto fue el artista telonero. El grupo Giant Rooks fue un gran abrebocas con un rock de un sonido muy británico, a ratos con reminiscencias a The Verve o hasta a The Cure.
El vocalista, Frederik Rabe, se mostró afable liderando a sus compañeros en un repertorio sólido y auténtico con temas de ritmos contagiosos. En un espacio bien aprovechado fueron capaces de despertar la curiosidad por escucharlos más. Somebody Like You fue potencia pura. La verdad es que dieron la mejor media hora de música en vivo que se ofreció esa noche en Parque Viva.
Por su parte, el verdadero protagonista del concierto, si bien fue efectivo en enamorar al auditorio, dio una presentación raquítica. La falencia principal fue la disonancia entre la energía que debían transmitir sus piezas y la presencia escénica del cantante. Es más, no sé si se puede hablar de presencia cuando se le notaba tan ausente.
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A Tomlinson lo vi desalineado de su banda, separado de sus letras, carente de emoción, apático y triste. Yo, que no soy fan, hasta me desanimé al verlo. Por otro lado, las desafinaciones fueron abundantes. Las canciones se apreciaban mejor cuando no las cantaba él, sino sus fans. Es decir, callado sonaba mejor.
Sobre la tarima corrió más el técnico de guitarras que lo que se movió Louis. Por ejemplo, en piezas como Chicago, que tiene una introducción potente, el artista pasó aferrado al pedestal de micrófono en una actitud desganada.
Por un momento me pregunté si es que tenía una mala mezcla de monitoreo. Tal vez eso hubiera hecho comprensibles sus desafinaciones, pero nunca le hizo señas a nadie para que hicieran cambios. Luego me pregunté si, más bien, el músico estaba resfriado. Lo sospeché ante la apatía de Chemical, el cover de Post Malone que seguramente nunca antes había sonado tan desalentador.
Pensé entonces si el sudor que se le veía a Tomlinson no era por los reflectores, sino más bien porque su cuerpo estaba botando un catarro. Obtuve cierta compasión por él. Asumí que sus ojos entreabiertos no buscaban hacerlo verse seductor, sino que nada más estaba incómodo por las luces que lo encandilaban.
Llegué a la conclusión de que, para él, aquel concierto no representaba una satisfacción, sino una penuria. El ademán más entusiasmado que hizo varias veces fue abrir los brazos como un Cristo crucificado, para que la audiencia lo cubriera cantando. De resto, Dios guarde fuera a dar el mínimo brinquito, porque se hubiera desmoronado.
Para decir algo positivo del inglés, rescato que cuando habló por el micrófono dio la impresión de ser simpático. Parecía que le interesaba que la gente lo estuviera pasando bien, mientras él sobrellevaba la cabanga. Fue curioso que, insospechadamente, anunció que le quedaban cuatro canciones, cuando lo que faltaba era la última canción oficial del setlist y las tres “sorpresas” del encore.
Fue un anuncio tan raro como recordar que este artista fue parte de un grupo tan renombrado como One Direction. Para darle el beneficio de la duda, estoy seguro de que es un cantante con talento, pero seguramente eso no lo acompañó durante su segunda visita a Costa Rica.
Si algún día viene Harry Styles, ojalá no traiga esa actitud de engripado.
El concierto de Louis Tomlinson
Artista: Louis Tomlinson
Artista invitado: Giant Rooks
Fecha: 30 de mayo
Lugar: Parque Viva
Organización: MOVE