Antes de este concierto, no recuerdo otro espectáculo musical en el que me hubiera dolido tanto tener que bajar la mirada reiteradamente para tomar apuntes en el celular.
La puesta en escena de Mon Laferte cuenta una historia visual diferente para cada canción en el repertorio. En cada una de ellas, los elementos se sienten cuidados hasta en el más mínimo detalle. Así impresionan y encantan.
La escenografía es única, compuesta por diferentes capas de profundidad y permitiendo tanto a la artista como a sus músicos y bailarines jugar con un desplazamiento alejado del formato habitual para un concierto.
La estructura ofrece una sobretarima que encuadró a la cantante durante una buena parte del show dentro de un marco, convirtiéndola en la figura de pinturas vivas, gracias a las proyecciones fantásticas que cubren el frente y fondo del escenario.
Con todo esto, para la mirada este show resulta apetitoso. En simultáneo, por el oído es igual de satisfactorio.
La versatilidad de la chilena-mexicana es sorprendente. A lo largo de su discografía ha transitado entre las rancheras, los boleros, la cumbia, la salsa o el blues y todo esto, en escena, se conjuga en una presentación dinámica y sorpresiva.
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Un gran porcentaje de lo que se escucha proviene de samples, no tocados en vivo, pero eso no provoca ningún lamento, pues las tres personas que ejecutan en directo junto a ella hacen una labor fantástica. El trombón de Yudith Rojas, así como la guitarra y el requinto de Martín Silva apoyan con detalles y solos, mientras que la batería y percusión de Yaya González es una constante en gran parte del show.
Con un repertorio que sobrepasa los 30 temas, Mon Laferte y compañía descansan poco entre una pieza y otra, cumpliendo con un guion de pocas interrupciones.
Este concierto es más una experiencia multisensorial e interdisciplinaria.
Además de lo sonoro y lo teatral, también es impresionante ver en movimiento a cuatro bailarines masculinos con sus cambios de vestuario y su irreverencia escénica. A veces con corsé, otras con traje entero o hasta participando de una especie de pasarela queer, en la canción Autopoiética.
Solamente me quedó la espina de que la voz de la protagonista pudo haber tenido un poco más de volumen (algo que al parecer sufrieron más quienes estaban en las ubicaciones traseras). De resto, las condiciones técnicas fueron nítidas.
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En mis apuntes son muchas las piezas favoritas: el sabroso bolero Funeral, la mexicanísima Se me va a quemar el corazón, la indescriptible 40 y MM y Flaco, en la que el público se desgalilló cantando.
El último tema, Casta Diva, es de los cierres más raros que he visto, pero no por ello insatisfactorio. Suena a una partitura religiosa clásica, pero con una estridencia sintética que hace que la lleva del drama al caos. Es una mezcla casi inexplicable, pero ¿cómo pedirle obras estándar a una artista que no se aferra a la norma? Esa característica de libertad es parte de lo que hace a Mon Laferte indescifrable y encantadora.
El concierto
Artista: Mon Laferte.
Fecha: Martes 23 de abril.
Lugar: Plazoleta del Estadio Nacional.
Organización: Black Line Entertainment.