Desde que se anunció el concierto que juntaría a Natalia Lafourcade con la Orquesta Filarmónica de Costa Rica, se suponían muy altas probabilidades de un éxito; o, más bien, muy pocas posibilidades de defraudar.
¿Por qué? Las otras veces que Lafourcade ha estado en el país ha demostrado que, independientemente del formato en el que se presente, el valor de sus recitales está en sus canciones y en su capacidad para enamorar con su voz. La Filarmónica, por otro lado, ha dejado más que clara su capacidad de mutar en función del espectáculo o del invitado de turno.
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Como artista telonero estuvo Entrelineas. Definitivamente al grupo le sientan mejor los espacios abiertos y encendidos como Parque Viva, en contraste con los teatros. Sus canciones cobran otro sentido, pero además se facilita su posibilidad de encontrar respuesta e interacción con el público.
Volviendo a Lafourcade y la Filarmónica, con un sonido nítido y un repertorio finamente elegido, la velada resultó una cita que ameritaba pensar en que esa relación generada entre artista y público ameritaba tomarse literal el coro de Palomas blancas y cantar: “que nunca se acabe nada de lo nuestro”.
Más allá de sus facetas como cantante, compositora e intérprete, el encanto de Natalia Lafourcade está en su capacidad para transmitir de manera sincera una amplia paleta de sentimientos con los que es fácil conectar.
Hay hermosura desde la raíz de las canciones. En este caso, también, en la forma que tomaron las piezas en manos de la Orquesta Filarmónica. Hay belleza en el timbre de voz así como en los matices que se vuelven provocativos y cautivadores.
Los arreglos (tanto del costarricense Paul Rubinstein, como del mexicano Mario Santos) consiguieron capturar con perfección inclusive el sentimiento de “época” que se evoca con justicia en las versiones de las canciones grabadas para los discos Musas. También les dan nuevos bríos y colores a los temas originales de la artista.
En los trabajos orquestales se reconoce además que la inspiración de los arreglistas nació no solo de las propias canciones, sino también de las cualidades vocales de Lafourcade. Esto aplicó tanto para los temas pop, como para las baladas o las que requerían una “orquesta mariachi”. Destaco especialmente los arreglos de Hasta la raíz (Santos), Palomas blancas (Rubinstein) y la reversión de Un pato (Carlos Guzmán).
Acercarse al repertorio de Lafourcade es abrir una compuerta que va más allá de su México natal. Su trabajo con temas de otros artistas es de recuperación y difusión del cancionero latinoamericano. Así, a través del homenaje internacional cantado, destruye las fronteras que separan a un país de la región con sus naciones vecinas.
En vivo, Natalia es capaz de provocar el silencio de una masa. Teniéndola ahí, ¿quién querría escuchar algo más que no sea su voz saliendo desde el corazón?
Su capacidad para generar el silencio absoluto de la audiencia, —que se queda atenta a su voz—, es producto de ese súper poder que tiene para cautivar. Eso la diferencia como un ser humano especial e irrepetible.
Si para ella el proceso de composición es catártico, para uno, desde la audiencia, también lo es, en el sentido de que es reconfortante sentirse acompañado por su voz. Es fácil encontrar una identificación total con esa necesidad de expresión profunda y sincera. Estar con su música se siente bien.
Cuando necesiten conectar con la tristeza, cuando quieran recuperar la paz interior, cuando tengan el deseo de encontrar la felicidad, aunque sea momentáneamente, escuchen a Natalia. Un concierto como el de este 11 de abril, es causa suficiente para que agradezcamos por la posibilidad que tenemos, como seres humanos, de enamorarnos de la música.
Ficha técnica
Artista: Natalia Lafourcade y Orquesta Filarmónica de Costa Rica
Artista invitado: Entrelineas
Lugar: Anfiteatro Coca-Cola, Parque Viva
Fecha: 11 de abril
Organización: Orquesta Filarmónica