Hay noches que se comportan a la altura de lo que un evento demanda. Para el concierto de Rubén Blades la brisa fue dócil y la frescura amable. Todo esto favoreció para que los oídos captaran con precisión casi desde la respiración de cada trompetista, hasta el momento en que el bolillo impactaba milimétricamente el parche de un timbal.
Las condiciones técnicas fueron tan óptimas como el artista y su banda acompañante. Quienes asistimos, fuimos testigos de la celebración en primera persona de una carrera prolífica y de una voz que sigue robusta. Blades es historia viva y sus tonadas son recordatorios de quiénes somos como latinoamericanos, con nuestros atributos y defectos; con nuestros triunfos y problemáticas insistentes.
Su comunicación con el público fue cercana, auténtica y honesta. Dio introducciones para múltiples temas como la violencia doméstica, el sicariato o las relaciones amorosas. También fue enfático en agradecerle al país por su afecto y por parir a un talentoso grupo de técnicos y músicos, quienes han sido parte vital de su carrera.
Desde el escenario, el panameño compartió sus dotes artísticas en forma de historias profundas, graciosas o críticas. Sus canciones, envueltas en ritmos capaces de mover esqueletos tiesos, provocan reflexionar mientras suena el clave de son: un, dos, tres; un, dos.
Durante el prolongado show, los aromas del trópico se levantaron entre la audiencia, pero con mucho más que salsa o mambo. La gira Salswing —como se podría intuir por su nombre— ofrece otros ritmos sabrosos a los que Rubén se aproxima de diferentes maneras.
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Con temas como Watch What Happens, la agrupación de Roberto Delgado tomó la postura tradicional de big band y prescindió de los instrumentos de percusión. El artista optó por un registro vocal seductor con el cual se percibió a gusto. En otro momento, Ya no me duele fue ocasión para personificar un bolero audaz.
Sin embargo, en Costa Rica tuvimos el privilegio de presenciar un concierto único que incluyó todo un bloque especial para inaugurar la velada.
La apertura, con Éditus, Walter Flores e invitados, le ofreció al público (y probablemente también a los mismos músicos) la oportunidad de revisitar dos álbumes insignes dentro de la discografía de Blades: Tiempos (1999) y Mundo (2002).
El panameño se sumó al primer segmento de la noche para experimentar en torno a música caribeña y explorar influencias de diversas partes del orbe. Con la instrumentación y talento de los músicos costarricenses, el resultado estuvo cargado de sensibilidad, sustancia y detalles preciosos provenientes de cuerdas, teclas y la percusión.
Quedan todavía las ganas de que se cumpla el sueño que el artista dijo tener: volver a componer y grabar con los nacionales antes de que su tiempo se agote.
Es cierto que por la edad del cantante (75) ronda la percepción de que esta gira tiene tintes de despedida. Para quienes no habíamos tenido la oportunidad de escucharlo en directo anteriormente, quizá es más bien una bienvenida tardía. De una u otra forma, consideremos este un concierto histórico.
Afortunadamente, la música no tiene fecha de caducidad. Cuando las circunstancias nos llevan a ella, o más bien la trae a nosotros, podemos comenzar una relación que nos permita recabar entre álbumes, melodías y versos. El show de Blades motivó a profundizar más en su obra, su legado y su mensaje. Mientras eso pasa, como canta Rubén con voz impostada en una de sus canciones, “el tiempo será testigo”.
EL CONCIERTO
- Artista: Rubén Blades
- Artista Invitado: Éditus
- Lugar: Estadio Nacional
- Fecha: 9 de setiembre
- Organización: SD Concerts