El 4 de octubre, 10 músicos de Sonámbulo y un solitario micrófono se enfrentaron al Jazz Café de San Pedro repleto, por dentro y por fuera. Encima del micrófono, un sombrero de paja permanecía inmóvil.
Era el primer concierto de la banda costarricense –pionera del sonido psicotropical – en más de dos meses, y el cantante Daniel Cuenca estaba ausente en cuerpo, aunque su alma se difundía y multiplicaba por medio de las voces de cientos.
Sin que el público estuviera al tanto, ese era el primero de varios conciertos del grupo sin su vocalista, quien debió separarse de sus compañeros de tarima por orden de los médicos, quienes le recomendaron reposo intenso.
En los conciertos posteriores, recaudaron fondos para Cuenca, quien urge de una operación para tratarse una enfermedad degenerativa llamada hidrosiringomielia con siringobulbia extensa, poco común en la población mundial y sin tratamiento en Costa Rica.
Entonces, trascendió lo que hasta ese momento solo era un secreto a voces: Daniel Cuenca había pasado años tratando de superar una enfermedad que pocos conocían y que muchos menos podían tratar, lo cual le había ocasionado intensos dolores durante más de seis años.
Hoy, la banda y otros artistas tocarán el Cenac, en San José, como parte de la misma misión. El concierto arrancará a las 10 a. m. y también se presentarán los grupos 424, Cocofunka y Un Rojo.
Si este y otros esfuerzos fructifican, Cuenca viajará a España en noviembre a someterse a un procedimiento quirúrgico que detendría la enfermedad y le quitaría el dolor, y, en el mejor de los casos, eliminaría por completo el padecimiento.
Afección. Cuenca recuerda que hace tres años encontraron quistes en su médula, descubrimiento que lo sacó de la incertidumbre de años anteriores, cuando sufría dolores en varias partes del cuerpo y nadie sabía por qué.
“Empecé con dolores en el brazo izquierdo y a perder fuerza, hace como seis o siete años, y también en la cintura y en los pies”, cuenta.
Sin embargo, desde que llegó el más reciente diagnóstico, en el que finalmente se le puso nombre a la enfermedad, mucho ha cambiado. Por un lado, existe la posibilidad de que supere el malestar, pero para lograrlo ha tenido que alejarse de Sonámbulo y de otras actividades.
“Muchos trabajos que hacía los tuve que dejar, como el circo. También tocaba acordeón y el tres cubano, pero ya no”, explica Cuenca.
Los doctores ven milagroso que pudiera mantenerse en el escenario durante tanto tiempo, soportando constantes dolores, pero él sí sabe el porqué: “Cuando uno está tocando, se le olvidan muchas cosas. Después de años con dolores, también el umbral del dolor va creciendo y uno se hace el loco”.
Ahora que está temporalmente alejado de la banda, su hermano David ocupa el puesto de cantante principal. “Al principio, hubo mucha incertidumbre sobre cómo hacer para seguir, pero yo sabía que es gente muy talentosa y que podían cubrir el hueco”, comenta. “Estuvo muy bueno ver que pueden mandarse y que la cosa pueda seguir adelante. Paramos un par de meses y ya volvieron con toda la fuerza”.
“Me ha hecho falta tocar, pero, por otro lado, ha sido bueno no hacerlo, relajarme y ver las cosas desde otra perspectiva”, afirma.
Siempre consecuente, Cuenca todavía utiliza Facebook para compartir enlaces activistas y ecologistas, a pesar de las circunstancias. “Siempre trato de informarme y ver qué está pasando. Uno no puede echarse a morir; toca tratar de animarse y seguir haciendo cosas en las que uno cree”, defiende.
Recuerda que meses atrás participó en la Danza del Sol, experiencia que todavía le levanta el ánimo. “Me ayuda a sobrellevar todo esto y entender qué está pasando, a estar más tranquilo y paciente”, dice.
“Me enseñó a soltar, a confiar y a recibir que a veces no es tan fácil. La verdad es que esas ceremonias son las que lo ayudan a uno a sostenerse y a echar pa’lante”, declara.
Su espíritu también lo elevan sus fans y amigos; toda esa gente que ha tenido la intención de ayudarlo. “Ha sido de los mayores regalos; es una oportunidad para ver cómo la gente puede transmitir amor desinteresadamente y ofrecerse”.
Con el de hoy, ya van tres conciertos a favor de la causa. Además, su hermana sostiene una campaña en línea para recaudar más fondos.
Así las cosas, hoy, más que nunca, existe para él la esperanza de una vida sin dolores, de regresar adonde pertenece: al mundo, al arte, al baile y a la libertad.
En sus palabras: “Cuando esté bien y pueda caminar, tengo ganas de irme a la montaña un rato. Con esto, en cierta manera, he ganado tranquilidad mental y de otras formas, y lo que me gustaría sería mantenerla. Seguir tranquilo y ver qué depara la vida, por dónde lo lleva a uno. Y tocar, por supuesto”.