Es difícil contar una vida fraguada en el mito. Lo que Édith Piaf dijo que había sido, ya no es; lo que nos queda es su música y lo que se construyó en torno a ella, los mitos que engrandecieron sus canciones. Piaf sabía hacer una sola cosa: cantar. Estaba segura de su talento y dedicó toda su existencia a él.
El 11 de octubre se cumplirán 50 años desde la partida de Édith Giovanna Gassion, hija de dos artistas callejeros de la zona de Belleville, de París. Aquí aparece la primera leyenda: que el pequeño gorrión nació en el pavimento frente al #72 de la Rue de Belleville en 1915; sin embargo, su certificado de nacimiento cita el Hospital Thenon.
Aún así, Édith no estuvo lejos de nacer en la calle: vivió en abyecta pobreza sus primeros años, fue abandonada por su madre y su padre la dejó al cuidado de sus abuelos, dueños de un burdel. La niña era atendida con cariño por prostitutas, pero las condiciones insalubres del local devinieron en una infección – quizás queratitis o conjuntivitis – que cegó a Édith de los tres a los siete años.
A los 15 años, se unió a su padre y empezó a cantar. Conoció a Simone Berteaut; ambas cantaban juntas en la calle y en bares parisinos. También conoció a Louis Dupont, a los 17 años, e intentó vivir con él. Tuvieron una hija, Marcelle, a la cual Édith no supo o no quiso cuidar. La niña falleció a los dos años.
Édith Piaf tenía 20 años cuando comenzó a labrarse su leyenda, bajo la égida del dueño del club Le Gerny, Louis Leplée. Con él se vistió de negro. Con él debutó frente a una sala llena, al inicio indiferente y, luego, impresionada con su voz. Con él se convirtió en La Môme Piaf (El pequeño gorrión).
“Era una mujer muy libre. Seguramente, una mujer muy triste, con mucha ansiedad y tristeza dentro de ella. Era toxicómana. Se movió por el alcohol y los medicamentos. Tuvo una vida muy intensa y muy plena. Tuvo miles de amantes, vivió su vida amorosa con mucha libertad, cantó en los lugares más famosos, supo rodearse de grandes poetas que escribieran letras para ella...”, resume una seguidora nacida en Québec y residente en Costa Rica, Bettina Durocher.
Siempre el amor. Cuando murió Édith Piaf, la noticia no sorprendió a sus allegados. La cantante llevaba meses en la deriva, aquejada por cáncer del hígado y extremadamente débil. Sin embargo, siempre se ha contado que cuando el poeta y dramaturgo Jean Cocteau, su amigo querido, escuchó de su muerte, sufrió un ataque al corazón y murió.
El cantante Charles Aznavour dijo que el entierro de Piaf fue el único momento en que el tráfico parisino se detuvo desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. 100.000 personas asistieron a su entierro en el Cementerio Père Lachaise , aunque se le había negado un oficio religioso por su estilo de vida.
Piaf era amada, pero nunca lo supo. “Cada maldita tontería que hagas en esta vida, se paga”, dijo la cantante antes de morir.
Su gran tontería fue el amor. Se enamoró de Raymond Asso, su representante, en 1936; también de Yves Montand, cuya carrera ayudó a lanzar. El más querido de sus amantes se fue de forma imprevista en 1949. El boxeador Marcel Cerdan, quien estaba casado, falleció cuando se dirigía a su encuentro, al chocar en avión en las Azores.
Piaf bebía hasta la inconsciencia. Bebía aunque chocó en automóvil, al lado de Charles Aznavour, y se quebró un brazo y dos costillas. Bebía aunque se estrelló dos veces más. Luego, llegó la morfina. El cantante Jacques Pills hizo lo posible por alejarla del vicio y fracasó. Se casaron en 1952 y vivieron juntos por tres años.
En 1962, Piaf se casó con Théo Sarapo, 20 años menor.
Luces de la escena. El teatro Olympia de París fue el sitio donde Édith Piaf halló la consagración y la redención. Cualquier dolor que sintiera, se desvanecía mientras cantaba. Mejor: lo transformaba en canto. “Ella tenía una voz muy particular y muy natural. Era muy auténtica. No era voz impuesta ni tan estudiada”, comenta Olga Bolaños, una seguidora costarricense.
En el Olympia dio sus últimos conciertos, cuando apenas podía mantenerse en pie. L’homme de Berlin , su última canción, fue grabada en 1963. Había sido dos años antes, en 1961, cuando Piaf y el Olympia se salvaron el uno al otro. El local, casi en quiebra, la contrató para una temporada que ha quedado marcada en la historia. Grabaciones de esos conciertos se continúan vendiendo, pues muestran a la estrella exudando el dolor y la pasión que regían su voz.
“Fue una mujer que, seguramente, tenía mucha tristeza, que cargaba un peso que se oye en su voz”, dice Durocher. En el escenario parisino estrenó Non, je ne regrette rien ( No me arrepiento de nada ), uno de sus mayores éxitos, compuesto por Charles Dumont. “Con ella, todo pasaba por el cuerpo, la laringe; ella era auténtica, contrariamente a otros artistas, a una época en la cual lo físico importaba muchísimo”, declaró Dumont a la revista gala DNA .
Su canción fue dedicada a la Legión Extranjera del ejército francés , por entonces inmerso en la guerra de Argelia. La canción se convirtió en un símbolo de esa sección del ejército. De todos modos, Piaf ya era una heroína en su patria.
El fin. Édith Piaf medía apenas 1,47 m y, con los años, su cuerpo se fue deteriorando. Piaf era de lo barrios bajos de Pigalle, Montmartre y Belleville, con sus callejuelas sucias y sus cabarets de mala reputación. Su arte consistió en transfigurar tan gris panorama en un himno al amor. Piaf cantó Hymne à l'amour un día después de la muerte del boxeador Cerdan. Se cuenta que se desmayó antes del coro.
La mejor pagada de las estrellas del music-hall vivió en la pobreza casi toda su vida , derrochando su dinero en sus amantes. El fin de semana de su muerte se vendieron 300.000 copias de sus grabaciones en Francia . Ese era su pago real: regalarle al mundo un último y desesperado lamento de amor.