Nadie escapa de Mocedades. Ni yo, en el mejor sentido de la palabra.
Nací cuando el grupo español llevaba 30 años en la carretera. Ya había pasado tiempo para que los españoles encontraran su estilo, saborearan la fama, resucitaran, renovaran sus miembros (en una lista de sustituciones que nada envidia en longitud a letanías) y sobrevivieran, no solo a la época de la tecnología, sino a tiempos en que la balada romántica se pudo mirar como un arte menor.
Algo debe tener Mocedades para resistir como soldado a las balas que expulsa la evolución musical. La potencia de sus letras sin duda es el pavimento esencial para el camino construido durante tanto tiempo, pero sin música en vivo sería impensable la comprensión de un fenómeno que pareciera infinito.
El Anfiteatro Natural del Museo de los Niños –una sala de conciertos sin techo ni paredes– comprueba que un par de acordes y una voz honesta puede perdurar más que cualquier cosa escrita en una piedra.
Es 14 de febrero, San Valentín, y hoy, 53 años después de su fundación, Mocedades está en Costa Rica, bajo la luz de la luna, en una noche estrellada, ventosa y, a su vez, acogedora en las voces que en mi caso particular remiten a mi infancia.
Al radio de mi tío abuelo por las tardes, a las idas en bus con mi abuelo para su corte de cabello… A una época que evoca nostalgia aunque estuve lejos de vivirla.
Para otros presentes, a sus primeros amores, a sus romances imposibles, a sus despechos y cabangas que no se pueden olvidar.
Pero esa época aún no acaba y este recital de Mocedades es una comprobación de que la canción puede superar cualquier barrera. ¿Qué pueden ofrecer los españoles en una velada así de romántica?
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Pasado presente
La primera carta del concierto de Mocedades se veía desde su anuncio: la compañía de Editus Orquesta, un proyecto emprendido hace dos años por el connotado trío de música instrumental.
Los músicos del ensamble poblaron el escenario para recibir a los veteranos artistas. Los esperados aplausos y un grito de “Mocedades” fueron la bienvenida para los españoles.
El vendedor fue el tema que abrió la velada. “En la plaza vacía, nada vendía el vendedor / Y aunque nadie compraba, no se apagaba nunca su voz / No se apagaba nunca su voz”, cantaron los españoles.
Encabezados por el guitarrista José María Santamaria, el director musical José Fernando González, además de las cantantes Izaskun Uranga, Rosa Rodríguez y José Miguel González, la agrupación transmitió un cariño inmediato. Sus sonrisas honestas confirmaron el cariño que ha legado la agrupación desde sus primeros integrantes hasta hoy.
Apenas cantaron los primeros versos de El vendedor, se podía leer en los labios del público las letras de las canciones. Tambaléandose de un lado a otro, las 2.600 personas que llegaron al auditorio sintonizaron de inmediato con la agrupación.
“Estamos felices de estar en esta tierra tan rica de gente en alma y espíritu”, dijo González. Alabando a Edin Solis, director del ensamble, pidieron hacer un gran coro en conjunto. “Lo que queremos es que nuestras canciones perduren en el tiempo”, agregó.
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La siguiente canción fue Talismán, un tema perfecto para abrazos. Narices chocando, susurros en los oídos… El público, sin importar si se trataba de parejas de 40 o 60 años, se fundía en el asiento.
Con Toma o dejame —esa canción de arrojo emocional que aparece hasta en el más inofensivo karaoke— el coro del público fue evidente. Nadie quería perder el chance de gritar “podré entonces llorar” acompañado de la voz de Rosa María Rodríguez. Al acabar la canción, el estallido de aplausos permaneció por minutos con el intermitente “gracias, gracias” de la agrupación.
Pero los alaridos del público no acabarían. La secretaria sacó el despecho de la audiencia con esta canción que, en palabras del grupo, “es para todas aquellas que se han enamorado de sus jefes”.
Y he ahí lo interesante de un grupo con más de medio siglo en sus espaldas. Los cantantes no necesitan dar un paso para, desde su posición estática, emocionar a todos.
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La mítica Izankun Uranga no paró de mostrar agradecimiento. “No puedo imaginar un mejor marco para esta noche. Nuestra felicidad es inmensa y les agradecemos que continúen con nuestras canciones en sus corazones”, expresó.
No hay duda alguna. El concierto de Mocedades fue una prueba de un pasado que se puede tocar… Y sentir.
Un tiempo anterior que también se puede gritar, como una convocatoria a cielo abierto. Como una canción que pregunta “¿quién te cantará con esta guitarra?” en una noche de luna llena.