Ya era domingo cuando Santiago Motorizado se acercó al micrófono y dijo –con su voz pausada, difícil de comprender cuando no sigue un ritmo o una tonada– “Buenas noches a todos”.
De inmediato comenzaron a sonar las primeras notas de El magnetismo , canción con la que la banda argentina Él Mató a un Policía Motorizado dio por inaugurada su primera presentación en Costa Rica.
Los platenses encabezaron el cartel del concierto del sábado, realizado en el Luminario del edificio Steinvorth –ubicado en el centro de San José–, que sirvió de clausura para el Festival Epicentro, realizado durante la semana pasada.
A lo largo de una hora, Él mató ofreció un recital que aglutinó 16 canciones, la mayoría de ellas extraidas del LP La dinastía Scorpio , el más reciente de la banda, publicado en el 2012.
La argentinidad. “Ey, espero que vuelvas”, cantaba el mismo Santiago, ante un Steinvorth vibrante, extasiado, hilarante. Ahí, entre las paredes de ese edificio centenario, lo que sonaba era Chica rutera , parte del disco Un millón de euros , del 2006.
Era el momento de la despedida entre la banda y sus fanáticos, que se presentaron por montones. Saltaron, bailaron, gritaron, sudaron: todas a la vez, muchas veces, todos ellos.
Lo valía, lo ameritaba. “Ey, espero que vuelvas”, coreaban las muchachas y los muchachos, no solo como un canto sino como anhelo que nace desde las entrañas: ojala esta noche se repita.
Antes de llegar al final, la fiesta fue intensa y los cuerpos no faltaron a la batalla: se cantó y se bailó al máximo de las fuerzas.
Sonó Escupime y sonó Más o menos bien y sonó Diamante y sonó El fuego que hemos construido y sonó Yoni B y sonó Mi próximo movimiento . Sonaron más, aun.
Cada una de ellas, disfrutada al máximo por un público que, entregado a la energía de los argentinos, parecía ignorar que la noche no podía ser eterna.
Al final, con la voz arrugada y la frente empapada de sudor, a San José no le quedó otra opción más que cantar, que suplicar, con la garganta llena de fe “Ey, espero que vuelvas”.
Entremés. El comienzo de la noche estuvo a cargo de la banda costarricense Florian Droids, cuyos integrantes saltaron a escena a eso de las 10:20 p. m., con poco más de media hora de retraso sobre lo pautado. No importó que el recinto estuviera a medio llenar –sobre la acera, fuera del edificio, se extendía una larga fila–.
A Florian le sobran atestados para adueñarse de cualquier tarima sobre la que ponga pie; los mismos atestados que han convertido sus dos discos –el primero, homónimo; Osos de agua , el segundo– en piezas fundamentales de la escena alternativa que se gesta hoy en la Gran Área Metropolitana.
El set list de los nacionales se nutrió, precisamente, de dichas placas discográficas, lo que consolidó una presentación jugosa de parte de Florian.
Cuando los oriundos de Cartago dieron por concluido su chivo, luego de casi una hora de música todavía seguía entrando gente al Steinvorth.
El movimiento se mantuvo durante el set de Raido, proyecto de música electrónica de Giancarlo Renzi quien, acompañado por el artista visual Pollux, sirvió de puente místico, de trance espacial, entre la noche del sábado y la madrugada del domingo.
El cierre de la jornada le correspondió al dúo Do Not: inyección de energía en ondas de música electrónica que resonaron hasta el amanecer.