Gabriela Mora sabe que sus primeros pasos sobre el podio del Teatro Nacional serán breves, pero gigantescos.
"Es como comerse un chocolate deliciosísimo que no te querés acabar", dice con expresión dolorosa: el ceño fruncido, sus cejas delgadas juntas y los labios enjutos, como si realmente prolongara el sabor de cada nota ensayada junto a la Orquesta Sinfónica Nacional.
Este viernes 5 de mayo, a las 8 p. m., Mora será la primera mujer costarricense en dirigir a la Sinfónica Nacional en una presentación de su Temporada Oficial. Aunque, en otras ocasiones, su batuta estuvo al servicio de conciertos didácticos y giras de extensión cultural, este será su primer "solo" con la orquesta.
"Me sorprende, me honra, me siento sumamente agradecida", asegura. "Es un país tan pequeñito, el mundo de la dirección orquestral está apenas floreciendo: coinciden el regreso del maestro Carl St. Clair y el de Alejandro Gutiérrez, quien está reviviendo al carrera en la Universidad de Costa Rica. Se necesita apoyo para que haya directores preparados".
El "plato principal", como lo llama la directora, será La consagración de la primavera , de Igor Stravinsky. Para su intepretación, las secciones de la Sinfónica Nacional han tenido que añadir músicos extra —tocarán la partitura alrededor de 90 personas—; naturalmente, las horas de ensayo aumentaron.
Las otras dos piezas del concierto, también complejas aunque no tan apoteósicas, serán Le Tombeau de Couperin (La tumba de Couperin), del compositor francés Maurice Ravel, y el Concierto del Sur, para guitarra y orquesta del mexicano Manuel María Ponce. Para esta última, la Sinfónica Nacional recibirá al guitarrista clásico polaco Marcin Dylla como su solista invitado.
Las entradas para ambos conciertos (viernes, 8 p. m., y domingo, 10:30 a. m.) tienen un costo entre los ¢4.000 y ¢18.000 y se pueden comprar en la boletería del Teatro Nacional o su sitio web.
La pieza difícil
Junto al taburete sobre el que ensaya y detrás de la orquesta, Mora coloca varias cámaras de video con el fin de tener ojos en cada una de las esquinas del salón del Centro Nacional de la Música.
Los videos son su "portafolio" y con ellos ha participado a convocatorias de talleres, festivales y la maestría que obtuvo del Conservatorio de Boston en Massachusetts. Aún así, verse en video "es la parte más fea", confiesa.
"Es un ejercicio que hago hace 20 años. La cámara de video es mi mejor aliada pero también mi peor enemiga. No me gusta verme, pero hay que hacerlo", explica.
En las últimas semanas, el registro audiovisual ha servido para afinar la ejecución de "la pieza difícil" de Stranvinsky.
Antes de definir el programa, Mora consideró una pieza del compositor ruso, más pequeña. La consagración de la primavera fue sugerencia de Carl St. Clair, el director artístico de la Orquesta Sinfónica Nacional y quien, desde que Mora regresó al país desde Boston en el 2013, da mentoría a un grupo de siete directores costarricenses.
"Eso yo no lo vi venir, se me hicieron los ojos así", dice Mora mientras abre los ojos redondos.
"Es un obra grande no solamente por la cantidad de músicos que ocupa, porque ocupa extras en todas las partes: lo que solía ser una orquesta estándar se convierte en un monstruo de diez, quince, veinte cabezas. Cuando Stranvinsky la compuso fue como darle vuelta al concepto de música clásica en el mundo: un lenguaje totalmente diferente al de la época, la instrumentación era totalmente diferente, los ritmos, el manejo de las melodías. Era demasiado abrumador", explica sobre el origen de la música.
Mora afirma que está "relajada": el tiempo de preparación ha sido suficiente. Tener dos semanas con la orquesta a su disposición dista mucho de los ejercicios que hizo "en el aire" como estudiante de la Cátedra de Dirección de la Universidad de Costa Rica.
En esa época, otros que confiaron en el talento de Mora fueron los directores Luis Diego Herra, su profesor en la Universidad de Costa Rica, y Alejandro Gutiérrez, quien le cedió "minutos podio" para practicar.
"Alejandro me dio la herramienta de la Banda Sinfónica Juvenil para, de vez en cuando, ponerme en frente con una pieza y poder ejercer, tener la retroalimentación que es tan importante para un director", recuerda sobre esas experiencias en el año 2002.
Practicar es lo que necesita un director para consagrarse como tal; no obstante, la misma Mora describe lo inusual que es tener acceso a un grupo de músicos para poder lograrlo.
Para la directora, llegar al podio del Teatro Nacional ha sido un trecho largo desde que estudiaba e interpretaba violín para la misma agrupación que ahora dirigirá.
La suma del todo
Mora se describe a sí misma como una "acumulación de sucesiones". A principios del milenio, un comentario inocente, durante un almuerzo del festival de música Hot Springs, le canjeó el violín que aprendió en el Centro Nacional de la Música porque comentó que una pieza de Alberto Ginastera se podía tocar de otra forma, más parecida a lo que había escuchado desde su silla de violinista en la Orquesta Sinfónica Nacional.
El año siguiente volvió a Hot Springs enlistada como estudiante de dirección.
Ahora, más de 20 años después de esa experiencia, la directora vuelve y revuelve los movimientos y los gestos que hace frente a la Orquesta Sinfónica Nacional, las que serán sus instrucciones finales en el Teatro Nacional.
"Muecas, se llaman. Pongámosle un nombre: son muecas", dice y sus rostro se dilata: las cejas se relajan, los ojos se abren, los pómulos caen. " Pocas veces me puedo escapar a un pensamiento que no refleje algo en mi rostro".
El violín fue el instrumento que comenzó a estudiar a los 7 años, después de abandonar el ballet. A la dirección se refiere como el "gusanito", la inquietud que la comenzó a perseguir más tarde pero al que, también, llegó atraída por la exigencia física. Las emociones de la música, dice, se reflejan en su estilo de dirección.
"Muchos de mis gestos salen por naturaleza, no estoy planeando todas mis caras y muecas. Se dan y esperaría que vayan acorde a lo que estoy dirigiendo", asegura. "El objetivo es que yo se los transmita a ellos y que ellos lo conviertan en música para que a la audiencia le llegue a los oídos toda aquella magia. Debería sentirse en la música".
Igual que las muecas de su rostro, su dirección padece un problema crónico de intensidad: Mora siempre quiere más de sí misma y de su trabajo. El video que grabará durante el fin de semana de su concierto histórico con la Orquesta Sinfónica Nacional será otro anexo de su portafolio.
"Cuando termine mi vida nunca voy a estar satisfecha", asegura. "Soy una alumna eterna. Seguiré aplicando para ir a festivales, para ir a más talleres. Es parte de mi formación, de lo contrario me quedaría estancada en lo que hago y esa idea no me agrada mucho".