Guns n’ Roses, la banda más peligrosa del rock and roll, no se amedrenta por un poco de lluvia; tampoco por mucha lluvia. Poco importó el vendaval que cayó durante buena parte del recital de ayer, ese concierto que ni los más aventurados profetas hubieran creído posible hace solo un par de años. Guns, con buena parte de su alineación clásica, se presentó en el Estadio Nacional, nuestro estadio, y nos sacudió el cuerpo hasta sus propias entrañas.
Do you know where the fuck you are? , preguntó la voz aguda y rasposa, eterna, de Axl Rose, y Costa Rica le respondió con todas sus fuerzas que sí, que sí sabíamos, que estábamos presenciando un concierto imposible, un evento histórico. You’re in the jungle, baby , remató Axl, mientras Slash comenzaba a tocar los primeros acordes de la icónica Welcome to the jungle.
Fue la cuarta canción, luego de It’s so easy , Mr. Brownstone y Chinese Democracy , pero fue el primer gancho a la quijada que la banda otorgó a los fanáticos que asistieron a la Sabana, allende las condiciones del clima. Es más, bien puede que la lluvia lo haya hecho todo mejor: con un poco de imaginación, casi podían verse delfines saltando de las pantallas gigantes cuando la banda interpretó nueve minutos impecables de la épica Estranged.
Tras el tema del Use your illusion II , una vez más se hizo historia: el primer cover de la noche fue Live and let die , en el mismo escenario donde, en el 2014, Paul McCartney interpretó la versión original de la pieza. Es como si cada momento del espectáculo de Guns n’ Roses estuviera diseñado para justificar el nombre de la gira que los trajo a Costa Rica — Not in this lifetime — porque no creímos que fuera posible ver en esta vida esto, Axl Rose, Slash, Duff McKagan en un mismo escenario. Y sin embargo, sucedió.
Sucedió, también, que el público, como es de esperarse, bajó un poco la intensidad durante canciones menos populares, como Rocket Queen , del primer disco de la banda, Appetite for destruction , pero fue apenas un descanso —para los asistentes y, posiblemente, para la garganta de Axl — antes de retomar bríos con la violencia de You could be mine , la macabra simpatía de Used to love her o el dramatismo de Civil war .
“¿Siguen ahí?”, preguntó Rose antes de que la banda comenzara a tocar Coma , tema tras el cual aprovechó —como lo ha hecho durante toda la gira, que comenzó en abril— para hacer las merecidas introducciones del caso: Costa Rica, ellos son mis amigos Slash y Duff; Slash, Duff, ellos son Costa Rica.
Axl también introdujo a los demás miembros de la banda: la tecladista Melissa Reese, el baterista Frank Ferrer, el guitarrista Richard Fortus e incluso el tecladista Dizzy Reed, quien ha pertenecido a la banda desde 1990; el griterío, sin embargo y comprensiblemente, fue mayor para Duff y Slash, quien se adueñó del escenario con un tremendo solo que solo podía anunciar uno de los momentos más esperados de la noche.
Lo recordarán los seguidores más acérrimos de la banda, y puede que lo sepan los fanáticos más casuales: al tema de la película El Padrino solo le puede seguir una canción. Sweet child o’ mine es como un recuerdo colectivo, una canción que uno conoce incluso sin saber la letra, que uno recuerda aunque pasen años sin escucharla.
Lo mismo podría decirse, en suma, de Guns n’ Roses, no como banda sino como fenómeno cultural: siempre ha estado ahí y no sabíamos —o no recordábamos— cuán importante era. No sabíamos cuánto necesitaba este país un concierto como este, revitalizador como una descarga eléctrica, sino hasta que lo vivimos.
Tras la caricia que resultó el cover instrumental de Wish you were here , de Pink Floyd, y Layla , de Eric Clapton, del piso del escenario emergió un piano ante el cual se postró Axl Rose, y todo el estadio supo enseguida lo que se venía encima.
Sería fácil hacer aquí la metáfora: Guns n’ Roses visitó Costa Rica en noviembre y el concierto comenzó bajo una lluvia torrencial, que alcanzó uno de sus puntos más mágicos durante la interpretación del clásico November rain.
Pero hay otro tema de por medio: como quizás nunca en su historia, Costa Rica necesitaba una venganza contra la lluvia, el viento y los elementos.
Nunca se había sentido tan necesario mirar al cielo y sentir que hay vida después de la lluvia. Esa energía fue la que se sintió cuando sonó November rain y cuando comenzó Knocking on Heaven’s door , que Axl dedicó a la memoria de las víctimas del huracán Otto.
Cuando este artículo se envió a imprenta, todavía quedaban algunos grandes temas por escuchar, como Patience , además de Paradise City, tema que ha servido de cierre durante toda la gira.
Sin embargo, pocos momentos podrían equiparar los escalofríos que hicieron estremecer al Nacional cuando miles de gargantas entonaron, juntas, el coro de “ Knock, knock, knocking on Heaven’s door ”; ni los más aventurados profetas hubieran adivinado que este momento imposible podría suceder.
Y sucedió.