Fue en la edición meridiana de Telenoticias. La nota hablaba sobre la nueva banda de rock pesado a la que las autoridades y la censura le tenían puesto el ojo, dado su efecto dañino en la juventud. En el video que ilustraba la información, un greñudo pelirrojo gritaba a la cámara envuelto en una camisa de fuerza. Así, sin proponérselo, el noticiero del 7 fue de los primeros en poner Welcome to the Jungle al aire en Costa Rica.
Aquello sucedió en algún momento a finales de 1988. El disco Appetite for Destruction tenía más de un año de haber salido al mercado, pero en nuestro país –al igual que en buena parte del mundo– empezó a hacerse oír más de un año después. Yo, que cursaba el sexto grado, vi la noticia mientras almorzaba, con mi familia. Recuerdo que mi mamá arrugó la cara a la vista de un Axl Rose desquiciado. Yo paré el oído y presté atención, sin saber entonces que estaba ante el inicio de una relación personal con Guns N' Roses que ya pasa los 25 años y está cercana a su momento cumbre.
El saber que Guns N' Roses finalmente vendrá a Costa Rica el 26 de noviembre del 2016 tiene un significado profundo, terriblemente personal para quienes éramos niños a finales de los 80 y que pasamos nuestra adolescencia en los 90 sacudiéndonos la etiqueta de "satánicos" que nos legó la ignoracia de autoridades y sacerdotes.
No somos los mismos, está claro, ni ellos ni nosotros: Axl hoy se enoja de que le señalen sus libras de más, las mismas que hoy lucimos muchos de sus fanáticos. Sin embargo, dentro de estos cuerpos adultos, todos estos años ha estado latente los muchachos que hicieron feo imitando en el aire los solos de guitarra de Slash, y que subían el pie en el sillón de la casa para repetir, frente a los parlantes de un minicomponente Aiwa, la pregunta y respuesta del millón: You know where you are? You're in the jungle, baby...
Mae, ¿ya oyó a Guns?
Echemos el casete atrás, que este cuento es de otro tiempo. Cuando Guns N' Roses empezó a hacerse notar en Costa Rica, muchos aún estábamos en plena formación de nuestro gusto musical. Mi experiencia en el campo no era la mejor, pues el rock en mi casa no existía, no tenía hermanos mayores que me introdujeran al evangelio de Hendrix y Page y estaba medio acostumbrado al gusto musical latino-pop de la muchacha que nos cuidaba.
En la escuela empezaron a circular algunos casetes TDK. Su contenido era llamativo: Kiss, Van Halen, Aerosmith, lo primero de Def Leppard y Bon Jovi. Nadie tenía plata para comprar música original, así que los casetes mal grabados se reproducían como conejos. Los que en ese entonces estaban en el cole venían medio entrenados, con el oído ya algo pulido, pero los chamaquillos no teníamos idea de lo que estaba a punto de atropellarnos.
En 1989, ya en primer año de colegio y con los incipientes trazos de bigote a la chapulín, me abrí por completo a la música que mis compañeros me pasaran. Entenderán que estaba en un colegio público, donde era "normal" que un carajillo de 13 años compartiese la misma aula con mamulones de 18, experimentados en la vida a punta de repetir sétimo hasta cuatro veces. Y fue uno de esos veteranos quién un día se me acercó con un casete cuya portada era dinamita: cinco calaveras mechudas colocadas sobre una cruz. "Mae, ¿ya oyó Guns?"
Pocos teníamos en aquel entonces buenos equipos de sonido en nuestras casas, todavía regidas por los cajones de madera con tornamesa y radio de nuestros padres. Pero, ¿quién rayos quería oír vinilos en ese momento? Eso de los discos de 33 y 45 era para abuelos. Lo de los jóvenes eran los casetes. Punto.
TDK (los mejores, ojalá cromados), Sony, Maxell, Sankey (los "ni modo") fueron las marcas que se encargaron de desperdigar el Appetite por nuestros hogares. Y lo escuchamos... una y otra vez. Play... 30 minutos... darle vuelta al casete para escuchar el lado B... play... 30 minutos... darle vuelta... repita hasta el infinito.
Eran tiempos en la que todos los nombres de los integrantes de un grupo importaban, no solo el cantante. Y en el Guns original, los cinco contaban por igual. Steven Adler fue el primer gran baterista con el que muchos tuvimos contacto (¿cuántos bateros ticos no aporrearon sus primeros tarros tratando de seguirle el paso en Paradise City); Izzy Stradlin, el genio, el maestro, el fundador y creador de todo el sonido característico de la banda, y además el guitarrista rítmico más místico de todos; Duff McKagan, el bajista punk, 100% actitud, un Sid Vicious que sí sabía tocar y que se robaba el show en It's So Easy; Slash, el guitarrista de nuestra generación, un ícono musical y de la moda, poseedor de un estilo calculadamente descuidado y creador de los riffs que nos llevaremos a la tumba; y W. Axl Rose, el carismático patán que todas nuestras compañeras catalogaban como el "rico" del grupo, dueño de un rango vocal increíble, que parecía ser el amo de varias voces al mismo tiempo.
El Appetite es una rareza, pues no tiene rellenos. En él todas las canciones cuentan, todas se sostienen solas, todas tienen madera para sencillo. Las radios nacionales se volvieron locas como aquel material y pronto Radio Uno, 103, Universal y otras tantas estaciones empezaron a desmenuzar al disco, metiendo en programación tantas piezas como la gente demandara. "¿Me la pone para grabar?", se escuchaba con insistencia en las cabinas de radio, al pedido de más Welcome to the Jungle, Sweet Child O'Mine, Paradise City, Nightrain, Mr. Browstone...
En esas estábamos cuando, del cielo, nos cayó el GNR Lies, un EP acústico con unas piezas "en vivo" de relleno que hizo de segundo álbum. Aquel fue un producto desesperado de la disquera para calmar a un mundo hambriento, que exigía más música del grupo de rock que estaba pateando traseros con violencia. Del Lies nos quedamos con su lado acústico: pocos caímos en cuenta entonces del cuento homicida detrás de Used to Love Her, quizá porque no entendíamos mucho inglés o tal vez porque toda la atención cayó sobre Patience, la power ballad que nos obligó a aprender a silbar como Axl, y a discutir el por qué Slash en el video le ponía más atención a la boa que a las chicas en calzones.
Al día de hoy me sigo sorprendiendo cuando, frustrado por lidiar con alguien poco paciente, en automático recito el coro de Patience. Es inevitable.
Hasta la vista, baby.
Cuando Guns N' Roses entró al segundo asalto, a inicios de los 90, ya todos estábamos preparados.
El lanzamiento de los álbumes hermanos Use Your Illusion I y II sigue siendo uno de los eventos fundamentales de nuestra generación. Nunca antes se esperó con tanta locura la salida de nuevo material de parte de un artista musical. Todos comíamos uñas y rogábamos por boronas de información sobre el siguiente paso por parte de Guns.
Por revistas metaleras carísimas con un mes de atraso como Circus y Metal Hammer nos enteramos que Guns había cambiado al batero. No más del drogo de Steven, y en su lugar llegó un desconocido (para nosotros) Matt Sorum. También así supimos de que había un nuevo integrante, un tal Dizzy Reed en los teclados y el piano. Las señales no eran las mejores.
Sin embargo, las reservas se evaporaron con You Could Be Mine. Fue el sencillo de avanzada, el primer bocado del nuevo material... y nos tumbó los dientes a todos. Una pieza demoledora en la que Sorum y Duff conformaron una base rítmica endiablada, y en la que Slash despedaza su guitarra con un solo que hizo brotar sangre de las rocas. Además, era la canción de Terminator 2 y en su video se incluyó con mucha astucia a Arnold Scwarzenegger en su papel de robot malencarado. Cualquier fan que se respete de Guns sabe que en medio del solo es obligatorio soltar un "Hasta la vista, baby".
Las boronas siguieron cayendo. Domingo Argüello pasaba en Video Rock, de Canal 4, un video pirateado de Civil War, con tomas del ejército estadounidense en la operación Tormenta del Desierto. Canal 19 –ya transmutado a la versión tica de MTV– pasaba Guns todo el día. Guns llegó a Tele Música, con Rooper Alvarado (Canal 2), a Explosión Pop, con Raúl Saavedra (Canal 38), y desde luego a Hola Juventud, con Nelson Hoffman (Canal 4).
Don Nelson, siempre prudente, le bajaba un poco la histeria a aquella música endemoniada. Cuando salió el maravilloso video de Don't Cry, el segundo sencillo, Hoffman se tomó una licencia que solo él se podía dar: eliminar la toma en la que se ve el desnudo trasero de Axl Rose, durante la escena del cementerio. Qué titan.
Luego, la locura: con Live and Let Die supimos que Paul McCartney grabó más música después de los Beatles; November Rain impuso un récord de ocho semanas al frente de la lista Feeling the Hits, de Radio 103 (igualado, años después, por Creada a mi manera, de Tapón); Get in the Ring era la pieza "prohibida" que nos enseñó a maldecir en inglés, Knockin' on Heaven's Door abrió el camino hacia Bob Dylan para nuestra generación. De los Illusion salieron toneladas de sencillos, y todos pegaron sin excepción en la radio y canales de música (MTV era Guns y Guns era MTV).
Los casetes originales empezaron a hacerse más accesibles, y las disqueras entendieron que en Centroamérica queríamos comprarlos con los artes originales, y no con esos temibles diseños genéricos que circulaban en nuestras tiendas. Fama Music, Enigma (antes Papa Disco), El Muro, La Jungla del Disco, Rodolfo Herrera, LP 45: eran años en que las tiendas de música no necesitaban vender peluches de Disney ni tazas de Batman y a ellas acudimos para comprar los casetes de Guns (¢2.800, cada uno). Los más papudos y de colegios privados se nos fueron arriba, pues ya algunos tenían acceso a lectores de discos compactos, tecnología que entonces parecía inalcanzable para todos los demás.
¿Qué pasó luego? Nada, solo que crecimos. Los Illusion salieron en 1991, pocos meses antes de que la misma compañía discográfica de Guns pusiera a la venta un disco con un bebé chinguito en la portada. El grupo responsable tenía un nombre rarísimo: Nirvana.
Guns empezó a morderse el rabo en medio de peleas estúpidas y el cambio de los tiempos. Izzy dejó el barco, decepcionado, apenas al inicio de la promoción de los discos, y con él se fue buena parte de la fe que teníamos en la banda. Axl se convirtió en un ególatra del cual estaba bien burlarse, según nos enseñó Kurt Cobain. De repente escuchar a Guns ya no era tan interesante, especialmente cuando nuestros corazones apuntaban hacia Seattle. Pronto, las camisetas negras y las calaveras dieron paso a las franelas, las botas y los shorts cargo.
El Spaguetti Incident fue el clavo final en el ataud de Guns: un disco sin gracia de covers, grabado sin la participación de Izzy y con un evidente desgano de parte de Slash. Un paquetazo, que si hoy forma parte de nuestras colecciones es por nuestro espíritu obsesivo, no por amor.
Guns N' Roses es un elemento del pasado, no del presente. Pretender lo contrario es engañarnos. Los mejores años de esta agrupación se dieron cuando quienes hoy estrenan cédula no habían nacido. Y nos aferramos con uñas y dientes a ese recuerdo, que es preferible en comparación con los años perdidos en que Axl fue un hazmerreír, un payaso excéntrico y desconcertante que ensució el legado del grupo, supliendo a Slash, Duff, Steven e Izzy con una constelación de músicos contratados, algunos de nombres absurdos y carentes de empatía y simpatía.
Fue ese Guns, el de Axl, el que casi tocó aquí en el 2010, en uno de los episodios más ridículos de nuestras historia reciente de conciertos. Si bien la banda sí llegó a suelo tico, el chivo anunciado siempre estuvo en veremos, y se vino al suelo en medio de excusas tristes de parte del productor de turno, y de un artista enfermo de ego. Si lo pensamos detenidamente, aquella cancelación quizás fue lo mejor, pues estuvimos así de cerca de exponernos a un Guns que no queríamos ver.
Ese proyecto solista de Rose no era Guns, nunca lo fue. Fue otro grupo, uno cuyo único disco –el largamente esperado Chinese Democracy– resultó mucho mejor de lo previsto. Pero era otra cosa.
En el fondo, siempre estuvo claro que mientras Slash y Rose no volvieran a estar juntos en un escenario, no podríamos hablar con propiedad de una reunión de Guns. Ellos se juraron odio eterno, y los demás nos entregamos a la mala nostalgia.
Contra todos los pronósticos, hoy Guns está de vuelta, con Axl, Slash y Duff como la trinidad que da la cara y la gente paga por ver, acuerpados por músicos amigos de Axl cuyos nombres no importan y que, ante nuestros ojos, no son parte oficial de la banda. ¿Es este el Guns N' Roses que queríamos? No, pero sí el que necesitamos.
Seamos honestos: nadie echa particularmente de menos a Matt Sorum, e incluso podríamos perdonar la ausencia del irreconocible Steven Adler, o de Dizzy Reed, quien para todos los efectos no ha sido otra cosa que el escudero de Axl. Sin embargo, el que Izzy Stradlin no sea parte de este regreso es algo difícil de obviar. Cambiaría 100 conciertos con Dizzy por solo uno con Izzy.
Aún así, el anuncio de que el Guns de Axl, Duff y Slash viene a Costa Rica hace que el corazón se nos vuelque de emoción y fanatismo. Contra toda la mala fe de Luis Fishman y demás censores de la época, el rock al final ganó la batalla. Los camisetas negras prevalecieron, y en legión han podido ver en vivo, en suelo costarricense, a Black Sabbath, Metallica, Iron Maiden, Megadeth, Aerosmith, Slayer, Testament, Anthax, Faith No More, Whitesnake, Judas Priest y otras tantas bandas leyenda que pasaron por el absurdo de la censura estatal, 20 años atrás. Sumar a Guns N' Roses a esa lista no está nada mal. ¡Ya era hora!
El 26 de noviembre estaré en el Estadio Nacional. La historia así lo demanda.