En el tema que le da nombre a su noveno disco, La llamada (2014), Ismael Serrano declama que “la tristeza, si es compartida, se vuelve rabia que cambia vidas”. Esas palabras alcanzan y sobran para describir la más reciente puesta en escena del artista en suelo costarricense, la noche del sábado.
Entre una nube de recuerdos de desamor, anhelos de romance y espíritus rebeldes, durante tres horas el público y el poeta madrileño dieron por cierta aquella hipótesis de que no hay medicina que se equipare a una canción para sentirnos mejor, por más pesarosos que sean sus versos.
El músico español presentó en el Teatro Popular Melico Salazar, en San José, un recital sobremanera diferente al que había estilado compartir con la audiencia local en visitas pasadas. “Este es un concierto especial, único, sentimental”, dijo en uno de sus primeros acercamientos al público.
En lugar de proyectar sus temas acompañado de guitarra –en formato acústico, como lo ha hecho en sus otros recitales en el país–, esta vez Serrano viajó junto a su banda de cuatro músicos y se valió de recursos tecnológicos para que sus canciones –nuevas y viejas– dejaran otro tipo de huella en los casi 1.000 espectadores.
En el repertorio, Serrano hizo énfasis en su nueva música: interpretó 10 de las 13 piezas que componen La llamada, y el público –estudioso y responsable– respondió con coros durante la mayoría del concierto. De igual manera, espacio también lo hubo para los clásicos: cuando cantó su himno Recuerdo su voz sonaba diminuta a la par de los cientos de almas que lo acompañaron.
Llamando. Serrano se dejó ver por primera vez en el escenario a las 8:17 p. m., vestido de negro de los pies a la cabeza y cobijado por una iluminación azul y morada, con la que Absoluto (el primer tema del repertorio del sábado) cobró un decorado melancólico que reinaría durante el resto de la velada.
Atrás suyo tuvo una colección de guitarras de entre las cuales escogía la más adecuada para cada canción. Sobre el escenario lo acompañaban un percusionista, un baterista, un tecladista y un bajista. Con un micrófono de diadema –con el que a veces hasta se le escuchaba respirar–, se devolvió a sus comienzos y cantó Dónde estarás, parte de su álbum debut Atrapados en azul (1997).
Entender sus versos y coros durante la primera parte del concierto resultó ser tremendo reto para los asistentes; su voz se perdía entre los demás instrumentos y las teclas del ecualizador no parecían encontrar el orden ideal.
El problema técnico no lo cohibió de impulsar una tormenta de escalofríos antes de Te vi , cuando presentó uno de sus característicos segmentos hablados y arrojó estadísticas sobre defunciones, nacimientos, corazones palpitando y tuits, mientras la música empezaba a sonar y su prosa se encontraba cara a cara con la primera estrofa de la canción.
Luego manifestó la intención del disco La llamada: “Defender la alegría en tiempos difíciles; la alegría como herramienta de resistencia”. Explicó que estos temas pretenden ser “espacios de encuentro en un momento de efervescencia”, y bromeó con su reciente sumersión al mundo de los ritmos tropicales y de la música que nace desde la percusión.
Era hora de bailar. “Por primera vez en mucho tiempo las canciones de Ismael Serrano son bailables”, bromeó, antes de Pequeña bachata mediterránea , una de esas piezas nuevas que construyó inspirado en la cadencia latina.
El artista había prometido un concierto especial y lo mejor estaba por venir. Luego de Todo empieza y todo acaba en ti, Serrano haló un cordón que colocó un telón blanco al frente suyo y de los músicos, el cual funcionó como cortina de proyección de animaciones y videos que complementaron la música a la perfección.
Inmenso. Después jugar con las constelaciones proyectadas en la cortina de visuales durante Ya ves , y de colocar con su mano nuevas estrellas en ese celaje digital, el español le dio la bienvenida a La Big Band de Costa Rica, la invitada de lujo con la cual los demás temas sonaron enormes.
Los vientos de la Big Band rasgaban la piel desde Últimamente , la primera canción en la que participaron. La pareja extraña, Candombé para olvidar, Te debo una canción y Papá cuéntame otra vez causaron el mismo efecto.
Pasadas las 10:30 p. m., Serrano se despidió, luego de La llamada. La ovación era inevitable, y la única respuesta que se esperaba de él ante eso era que regresara a cantar algo más, y así lo hizo.
Complació con Mi problema y Cien días, y se volvió a despedir, pero era inútil: ni él quería irse, a decir verdad. Cuando el aforo comenzaba a desalojar la sala, los gritos de los que quedaban dentro alertaron que faltaba más. Ismael tenía otras canciones para compartir: Ana y Amores imposibles. “¡Hasta siempre, Costa Rica!”, repetía, y todos a quienes les cambió la vida solo respondían con una palabra: “¡Gracias!”.