“Muchos creyeron que me habían amortizado cuando viajé del Wizink Center en camilla al hospital. Con los dedos del Serrat entrelazados, devolviéndome las ganas de cantar”, reza Joaquín Sabina en una de sus últimas canciones. Sintiéndolo mucho es el tema en el que hace un balance de su vida, en el que recuerda el trance que vivió cuando sufrió una caída durante un concierto en el 2020. Pero, pese a operaciones y dolores físicos, el Flaco de Úbeda regresó de manera triunfal a una gira internacional y decidió empezar en Costa Rica.
Con su típica sonrisa pícara; el infaltable sombrero bombín; una banda a la que calificó (muy bien) como su “sístole y diástole” -eso sí, sin la presencia de Pancho Varona-; unas copitas de lo que adivinamos era tequila; su guitarra y miles de almas que le aplaudieron, lo abrazaron a la distancia y llenaron de amor sus canciones; así volvió el querido Sabina a suelo tico con su gira Contra todo pronóstico.
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Sí, el retorno del español a los escenarios es eso, contra todo pronóstico, porque muchos sufrieron y pensaron que ya no verían a Sabina cantar después de su accidente.
Joaquín volvió a nuestro país a sus 74 años. La última vez que lo vimos en suelo tico fue junto a su hermano de vida, Joan Manuel Serrat, en el 2019. Pocos meses después fue el accidente, suceso del cual el trovador recuerda cómo Joan lo tomó de la mano y le devolvió las ganas de cantar. ¡Gracias, Serrat!
Durante el concierto del sábado en el Estadio Nacional, Sabina se vio vital, lleno de gracia, energía y picardía. Cantó todo el espectáculo sentado en un banquillo, acuerpado por sus cómplices en la música. Al maestro hay que cuidarlo, así que fue mejor verlo ahí: sentado y cómodo.
El artista hizo un repaso por su carrera, trató de interpretar la mayor parte de sus éxitos, aunque con un repertorio tan extenso como el suyo siempre quedan clásicos en la maleta. En ocasiones, como bien lo dice en A la orilla de la chimenea, se puso cursi, otras romántico o humilde y también compartió tristezas; en ese misma línea los sabineros que lo aman hasta el tuétano recorrieron ese camino de sentimientos atrapados por la obra del español.
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Antes de subir al escenario, la voz áspera y cansada por los años se oyó por todo el estadio. Esa voz que es parte de su sello, le da más intensidad a los poemas vueltos canciones.
Con Cuando era más joven dio inicio el recital. Uno a uno los músicos se colocaron en sus espacios y la figura de Sabina apareció en la tarima: llevaba puesto un sombrero de color crema y un traje de color gris. Tomó asiento en el banquillo y con guitarra en mano comenzó lo suyo.
Sintiéndolo mucho fue la segunda canción que tocó. Emotiva, anecdótica, introspectiva y real, así es la pieza que grabó el maestro junto a su colega y coterráneo Leiva, quien lo ha ayudado en los últimos años a darle un aire de juventud a la obra de la leyenda viviente.
En su primera interacción con el público, Sabina, hombre acostumbrado a la calidad, se excusó con los ticos por aquello de que algo saliera mal en el concierto. “Hay que explicar que los conciertos en las giras empiezan a salir bien a partir del tercero o cuarto, porque siempre hay desajustes al principio. Pero este año vamos a acabar con la tradición y vamos a daros, en la medida de nuestras fuerzas, ¡Pura Vida!” Y así fue, el show fue digno, limpio, amplio e intenso.
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De maestro a maestro
El español tiene la costumbre de empaparse de lo que pasa en Latinoamérica, leer periódicos (ahora también en sus versiones web) lo apasiona y así fue como se enteró de que la música costarricense está de luto por la muerte del calipsonian limonense Walter Ferguson, ocurrida solo horas antes de su concierto en La Sabana.
Como artista devoto, el maestro español tomó unos segundos para dar el pésame y reconocer el legado del tico. “Hoy he leído que un grande de Limón, rey del calipso, nos ha dejado. Un abrazo enorme a la familia de Walter Ferguson”, dijo y el público estalló en aplausos en homenaje a Mr. Gavitt.
De sorbo en sorbo al tequila, pasando de la guitarra acústica a la eléctrica, otras veces solo cantando y muchas otras soltando esa risilla pícara fue como condujo el recital.
Sonaron Lo niego todo, Mentiras piadosas, Lágrimas de mármol y Cuando aprieta el frío. Cuando llegó el turno de Por el bulevar de los sueños rotos, otra costarricense salió a relucir: Chavela Vargas, su gran amiga.
“Esta canción sé que es un poco complicada en Costa Rica porque está dedicada a una costarricense. Yo sé que tuvo sus problemas, yo también tengo problemas en mi pueblo. Pero es una cosa póstuma para celebrar su vida, cuya penúltima parte compartí muy gustosamente con Chavela Vargas”, explicó el maestro y de inmediato interpretó esa pieza en la que refleja el arte y el legado no solo de la tica a la que llama “Paloma negra de los excesos”, sino también de otras grandes glorias como Agustín Lara, Frida Kahlo, Diego Rivera y José Alfredo Jiménez.
El viaje sonoro siguió con la participación excepcional de Mara Barros en Yo quiero ser una chica Almodóvar. Ella, más que la corista de Sabina, es una diva de la canción y así lo reafirmó en la introducción maravillosa de Y sin embargo. La voz de esta mujer eriza la piel y su interpretación puede llevar al éxtasis.
Los otros músicos también demostraron sus cualidades vocales. En Llueve sobre mojado, el dueto de Joaquín con Fito Páez, fue el guitarrista Jaime Asúa quien lo acompañó y mientras Sabina salió un momento de escena, el gran Antonio García de Diego estuvo a cargo de La canción más hermosa del mundo.
A su regreso, el español tomó el micrófono para cantar A la orilla de la chimenea, la españolísima 19 días y 500 noches, Peces de ciudad, una muy roquera Princesa y Una canción para la Magdalena, tema con el cual le devuelve de una manera amorosa la dignidad a esa mujer histórica.
Para el cierre Sabina salió de escena, pero regresó ante el llamado del público. No podía irse sin cantar un par más de sus éxitos.
Volvió y cantó la romántica Contigo, Noches de boda (una vez más con la presencia de Chavela) y el clásico Y nos dieron las 10. El adiós definitivo fue con Pastillas para no soñar y con el mensaje final de que con Sabina, las malas compañías siempre son las mejores.