“¿A qué suena Jorge Drexler?”. Posiblemente no hay pregunta más compleja de responder.
El compositor uruguayo ha sido imán y explorador de todo lo que Hispanoamérica ofrece. Una carrera que comenzó desde la trinchera de la trova acabó zarpando por mares de rumba, tangos, milongas, vals, samba, cumbias y hasta guiños con el reguetón.
Por eso este viernes 22 de abril, cuando su nuevo disco Tinta y tiempo aparece, se subraya otro cuestionamiento que siempre salta cuando se trata de Drexler: ¿cómo nos puede sorprender el músico ahora?
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Ideas renovadas
Han pasado cinco años desde Salvavidas de hielo, un álbum reposado que se maravilló en el hechizo de hacer canciones y de los vaivenes del romance que tanto han acompañado el cancionero de Drexler. En este nuevo disco retoma algunas de esas ideas, eso sí, elevando el tempo de las canciones e impulsándose hacia otros géneros como el funk y el bossa-nova.
Aquel disco previo, que se erigió como un homenaje a la guitarra (todo el disco se grabó solo con sonidos creados con ese instrumento) ahora queda de lado. En Tinta y Tiempo, Drexler se hace acompañar de una tropa de maravillosos músicos, quienes crean oleadas de coros y guitarrazos voraces que amplifican el sonido calmo que tanto caracterizó a Salvavidas de Hielo.
Muchos de los temas que tocó en el disco anterior, ahora se reimaginan. Por ejemplo, una de las nuevas canciones, titulada Amor al arte, es una carta de romance al oficio de ser músico. Este tema es comparable con la maravillosa pieza Abracadabra, tejida en el disco anterior junto a Julieta Venegas. Si componer es comparable a un hechizo de arte de magia, ahora Drexler rinde una visión madura de lo que significa dedicarse a la música y dice un par de verdades incómodas.
“Cobra lo que tengas que cobrar, pero hazlo por amor al arte. No confundas precio con valor”, canta, en un discurso dirigido a sus colegas. “No estamos en otra liga”, le recuerda valientemente a quienes comparten el oficio.
La montaña rusa del amor, que tan dolorosa acababa en Salvavidas de hielo, cobra un nuevo sentido en Cinturón blanco, uno de los temas insigne del nuevo disco. En sus conciertos en Costa Rica, Drexler confesó que la canción va sobre la tradición en ciertas artes marciales de colocar un cinturón blanco a los novatos, un cinturón negro a los profesionales y nuevamente alcanzar el cinturón blanco para desaprenderse y seguir creciendo.
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En el amor debería suceder lo mismo, piensa el uruguayo, quien canta que desea amar “como hace tanto tanto”. Morirse de amor y miedo, en sus palabras. Sin dudas, una declaración temeraria.
Otro tema que cobra una nueva vida en este álbum es su mirada a la humanidad. En Salvavidas de hielo usó la canción Movimiento para referirse a cómo la migración está inherente en el ADN del ser humano; ahora, en el tema El plan maestro, vuelve a mirar la historia de las sociedades para reflexionar cómo el paso de los milenios han convertido al ser humano en un refugio de amor, aún en tiempos complicados. Rubén Blades se suma a esta balada rítmica irresistible.
Por su parte, ¡Oh Algoritmo! ofrece una maravillosa reflexión al ritmo del funk. Este tema se pregunta: ¿quién quiere que yo crea lo que quiero que crea?, en donde dilucida sobre cómo la invasión digital crea nuestras preferencias y se convierte en una suerte de nuevo dios. El trabalenguas, que da pie al coro, recuerda mucho al tema central de Aquellos tiempos, la canción de 1999 con la que el uruguayo celebraba el fin de la dictadura de su natal Uruguay.
Además, no se puede dejar pasar Tocarte, sin dudas la canción más “radiable” de todo el disco. Previo a sus conciertos en Costa Rica, en marzo pasado, Drexler contó en entrevista a Viva que esta canción nació justo en la pandemia, ante la anécdota de un miembro de su banda que volvió a encontrarse con su novia tras meses de lejanía.
El tacto entre ambos se convirtió en un evento mágico, casi prohibido. Junto con C. Tangana cocinó la canción más rápido de lo que hubiese imaginado y el resultado fue un gran hit: la pieza más movida del disco y la que no sale de la cabeza una vez que se escucha.
Los cinco años de espera han sido más que jugosos. Drexler sigue pensando que, así como el mundo no tiene fronteras, su música tampoco. Solo necesita más tiempo y más tinta para seguir descubriendo qué hay al otro lado del horizonte, mientras el público espera feliz para que el uruguayo nunca se baje de ese barco.