Jorge Drexler no encuentra límites ni en su prosa y ni en su pentagrama. El uruguayo ha compuesto un cancionero único como pocos, que transitó en un comienzo por los caminos de la trova pero que, con tres décadas en la carretera, diversificó al punto de escribir cumbias, baladas, tangos, milongas y hasta proyectos experimentales.
Todo este recorrido ha caído en perspectiva ahora que, finalmente, Drexler podrá dar sus esperados conciertos en Costa Rica, este fin de semana. En marzo del 2020, el cantante estaba listo para tocar en el Teatro Melico Salazar, pero la explosión de la pandemia por el coronavirus truncó los planes de todos los que llenarían el recinto para escucharlo.
En una mesa redonda en la que participó Viva, este jueves 3 de marzo, la palabra “finalmente” es a la que Drexler recurre constantemente. Previo a sus tres conciertos de este fin de semana, el cantautor asegura no poder aguantar ni un solo segundo más por poner un pie en el escenario y dar, junto a cientos de sus fanáticos, el grito de desahogo que ha estado esperando por dos años.
—Al fin se cierra el ciclo que se abrió hace dos años a causa de la pandemia...
—Hay una confluencia tan grande de emociones que voy a tener que dosificarla para los tres conciertos (risas). Hay muchas cosas pasando estos días. El 80% de las personas que estarán en el teatro compraron su entrada en diciembre del 2019, antes de que viniera todo esto. Esa suspensión no fue cualquiera; fue la primera y me hizo escribir Codo con codo, canción sobre negarle el beso o la mano a un amigo y verlo no como un acto de desaire, sino algo a lo que tuvimos que acostumbrarnos.
”En ese momento, todos pensamos que en dos semanas podríamos volver, pero se convirtieron en 730 días. Los conciertos se agotaron en una velocidad récord en mi carrera. Se agotaron en horas y yo no soy un artista acostumbrado a eso. Estaba tan agradecido y, ahora, finalmente va a pasar. Este show es único y no se va a repetir porque viene la gira del nuevo disco, así que estos espectáculos serán especiales.
—Hoy mismo usted anuncia un nuevo disco para abril. ¿Cómo es pensar en la música desde eventos históricos? Primero, la pandemia; ahora una tensión mundial por la situación en Ucrania...
—Yo nunca he eludido la circunstancia histórica que me ha tocado, pero uno no siempre escribe sobre lo que quiere; uno escribe sobre lo que puede y en el momento en que la canción lo determine. La canción Tinta y tiempo (que da nombre al nuevo disco del cantante y cuyo lanzamiento está pactado para abril), dice “nunca sé ni por qué ni cuándo, esa voz no la comando”. Hablo de la voz de la escritura. Yo quisiera escribir sobre la actualidad, pero no es fácil. No siempre llegan las canciones en el momento justo.
“Las canciones tienen su propio marco temporal y no siempre coincide con la urgencia del día a día. Lo que te puedo decir es que este es el disco más difícil de hacer en toda mi carrera y ha sido el único que yo pensé que no iba a salir. Lo pensé porque actuar en vivo es una experiencia comunal, de comunión el uno con el otro y pensamos que el reverso de eso es la composición, algo solitario e introspectivo.
“Pero la composición también requiere de la interacción, pero no nos dábamos cuenta. La pandemia me hizo entender que cuando yo escribo mis canciones lo hago al estar un domingo en la comida con familia y amigos, llevar la guitarra, tocar una canción nueva y terminándola de pulir junto a ellos. Lo mismo estando en el aeropuerto o en la prueba de sonido, cuando se la muestro a mis compañeros... Me di cuenta que uno no escribe solo, aunque parezca mentira. Escribir es una actividad completamente solitaria, pero las canciones no se escriben solas. Es lo más parecido a salir de un submarino.
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—Entonces se le complicó más cerrar las canciones....
—Las canciones se terminan de cerrar en función de lo que el otro nos devuelve. Una canción es una manera de ver el mundo como un radar; no trabaja solo por lo que recibe, sino que emite, rebota y recibe. El problema fue que en la pandemia lo único que yo recibía a cambio eran mis pensamientos. Las canciones estaban al 80% y le faltaban el hervor social afectivo que llegó al salir de la casa.
”Empecé a escribir mucho sobre esa sensación pandémica, las pantallas, el miedo, las mascarillas... Cuando pude salir de la casa, el chip me cambió y escribí otras canciones que iban menos de lo que tenía y más de lo que aspiraba a tener. Es como un disco de canciones de cuna; uno no se las canta a un niño que ya está dormido, las canta con la aspiración de que el niño se duerma.
—Su frase “disfrutar más la trama que el desenlace” es un recordatorio sobre el amor a la vida. ¿Cómo vive usted esa frase en estos tiempos tan complejos?
—No siempre se puede disfrutar la trama. Nosotros hacíamos entre 80 y 100 conciertos al año en más de veinte países, lo que implica dormir en la casa propia menos de la mitad del año. Cuando se empezó a abrir un poco el mundo, vino el semiconfinamiento, que fue más duro, porque “estábamos y no estábamos”. Se podía ir de compras, pero no abrazar a un amigo.
”Todo eso me hizo anhelar mucho este regreso que es semicompleto, porque no voy a ver las caras de la gente y no podré bajar a saludar al público. En todos mis conciertos siempre esperaba afuera a la salida para hablar con la gente. Me gusta conocer quién es la gente que viene a ver el concierto y la ciudad, pero eso no va a ser posible, entonces la celebración es parcial.
“Mi motivación con la trama es la consciencia que, sobre todo, soy una persona sumamente afortunada. Estoy en un país que no es el mío y les interesan tanto mis canciones que llenaron tres teatros. Eso es algo que gran parte de mi vida no creí que fuera a suceder. Hoy me levanto en la mañana y me digo ‘¡sí! Estamos en Costa Rica, qué alegría, ¡vamos a tocar!’. La vida, guste o no, no para, no espera, no avisa, pero nos da razones dentro de nuestra condición humana. Para mí amar la trama es una manera de dar las gracias.