A muchos cantantes, una canción los lleva a la fama. A José Luis Perales, una canción lo lleva a su primer amor, otra hasta una memoria de su niñez y otras hacia los niños, la soledad, el humor de un tiempo vivido y al sol de su querida Castejón, ciudad que lo vio nacer.
También, esas historias lo han llevado por todo el mundo. En más de una ocasión a nuestro país, a un Palacio de Deportes convertido en anfiteatro, o a un teatro expectante en aplausos.
Este fin de semana, esa travesía acaba. José Luis Perales, bandera de la canción española, acaba su viaje, al menos en Costa Rica. El cantautor ríe y llora en su gira de despedida, que ha incluido dos noches en San José, en el Teatro Melico Salazar.
“Me encuentro en perfectas condiciones, pero creo que es hora de volver a casa”, dice Perales en el hotel que se ha hospedado, mientras comparte una entrevista con cuatro medios de comunicación. Con sus 75 años bien puestos, camina de un lado a otro con la energía de un veinteañero, su voz suena fantástica (asegura estar orgulloso de cómo ha conservado sus cuerdas vocales) y ríe mientras deja caer en la mesa una valija de memorias entrañables.
“Hay algo que echo de menos porque, cuando empecé solo quería ser compositor, yo no quería ser cantante”, dice, ansioso por el día que acabe la gira y pueda seguir su vida escribiendo canciones. “Solo compositor era absolutamente feliz. Tenía una huerta, una sombra de una higuera donde escribir mis canciones, una guitarra, la libertad absoluta y una calma tremenda. Eso no es poco”.
Un productor español cambiaría su vida al preguntar quién escribía unas canciones hermosas que llegaban a sus manos. Cuando el productor conoció a Perales, le preguntó por qué no cantaba esas hermosas obras y, aunque él le dijo que el mundo en los escenarios no le parecía tentador, terminó aceptando una oferta que ahora está llegando a su fin, más de 50 años después. Con la gira titulada Baladas para una despedida, Perales le dice adiós a una vida de micrófonos, luces y gritos para dedicarse de lleno a la escritura de la música de su vida.
—Usted dijo en el 2009 que había escrito más de 500 canciones... Ahora en su gira de despedida, ¿hay alguna en especial que lo haya marcado?
—Hay muchas porque, cuando escribo una canción, cambia si es para mí u otro artista. Cuando escribo para alguien más, tengo que ser un poco ese alguien y transformarme. Si escribo para Raphael pienso en cómo es él, en cómo canta, en su tipo de público. Así le escribí Frente al espejo, una canción que no pensé que cantaría porque el espejo lo agrede, pero lo hice. Y yo no soy esa canción. cuando las hago para mí, hay mucho de mí. Uno no puede hacer una canción de amor buena si no has estado enamorado, no puedes ser irónico si no has vivido la ironía en las cosas de la vida... Son muchas las canciones que me hacen sentir bien, porque cuando no me siento conforme con el resultado simplemente no grabo. De repente, aparece Manuela (su esposa), mi gran amor, y entonces aparece Amada mía. Para mí es de las más queridas y se nota en el concierto porque cuando la canto me emociono más que con otras.
"Es distinto con ¿Y cómo es él?, que todo el mundo me pregunta de esa canción. Esa canción no soy yo. En esa canción traté de ser Julio Iglesias. La escribí para él y dije “le va como anillo al dedo”. Se la enseñé casualmente a la gente de mi compañía y les gustó tanto que me dijeron: “no se la vas a dar a Julio ni a nadie. La tienes que cantar tú. Yo pensé: 'es la primera infidelidad como autor que hago”.
—También ha dicho que la experiencia de estar en el escenario siempre le genera ansiedad, ¿en esta gira de despedida cómo lo ha tratado el escenario?
—Es una emoción especial porque tiene un poco de tristeza porque te vas. En Panamá, me pasó algo que nunca me había pasado. Me quedé sin cantar de la emoción. Interrumpí una canción y la gente se puso en pie. Me sentí triste porque estaba diciendo que me iba, pero también tengo felicidad por irme porque voy a recuperar ese tiempo maravilloso de escribir. Puedo volver a la composición en un estado intelectual y físico en que me puedo permitir eso. El momento es ahora; no cuando esté decrépito. No quiero morirme en el escenario.
“Eso sí: me emociona cuando veo a la gente a los ojos y me cuentan historias. Me dicen “eso lo viví yo y escribiste esa canción para mí”. Más que cantante, soy contador de historias. A esas historias comunes les pongo música y me doy cuenta de que somos todos muy parecidos. El otro día alguien me dijo que, cuando era pequeño, siempre iba a la playa y la familia ponía un casete con mi música. Yo le pregunté: “y ¿no me odiaste?” (risas) y me dicen que me he convertido en alguien de su familia”.
—Y, bueno, le queda aquel halago de Gabriel García Márquez, cuando dijo que lo que hacía él en todo un libro, usted lo hace en una canción...
—Eso fue algo que no me lo podía creer. Cuando llegué a México, me lo comentaron y él ya era Premio Nobel ( de Literatura). A través de la compañía, logré llamar a García Márquez. Él estaba en su casa de México y le dije por teléfono: “Hola, yo soy Perales. No sé si me conocés", y él de inmediato me dijo: ”Como que si no te conozco, si tengo todos tus discos. Lo que te digan que dije, no importa. Ven a casa y abrimos un whisky. Quiero conocerte". Cogí un coche y me fui.
“Lo más sorprendente es que, aparte de lo bien que me recibieron, me dijo que me iba a enseñar una cosa. Llegué al despacho donde él escribía y le dije que conocía todos sus libros. Me preguntó que cuál era mi favorito y le dije que El coronel no tiene quien le escriba. ¿Sabéis lo que hizo? Abrió un cajón de la mesa y dijo: “Aquí lo tenía porque sabía que este era”. Y lo tenía firmado para mí y para Manuela”.
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—¿Qué lo inspira a componer en esta etapa de su vida?
—Lo de siempre. Yo no acabo aquí; siempre hay historias nuevas por contar. Es como una crónica de periódico al que le quiero poner música. Un día estaba leyendo el diario El Mundo y había una página que escribían jóvenes universitarios. Sentí que estaban muy solos y buscaban la compañía de alguien. Me pareció tan bonito que copié los mensajes y escribí una canción, porque cualquier historia que me impresione y conmueve va a ser mi tema para escribir.
—Y aún le quedan unas 50 canciones haciendo fila para grabar...
—Es verdad. Hay muchas que se van quedando ahí y tengo ganas de grabar.
—¿Qué es lo mejor y peor de las giras?
—Creo que lo positivo es que me ha hecho conocer el ser humano de cualquier país, de cualquier mentalidad. Me siento querido por la gente que me ha seguido. No me ven como artista pomposo, que no lo soy ni lo fui.
“La parte negativa ha sido lo que me cuesta siempre subir a un escenario. Todavía me tiemblan las piernas antes de entrar a un escenario. Deseo que ya no me pase más y la única manera que no me pase es yéndome del escenario (risas)”.
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—Siendo un autor prolífico, ¿ha sufrido crisis creativa?
—No me sucede porque las aplazo voluntariamente. Soy como la mujer embarazada que está más gorda y tiene que parir. Me programo mi vida, tanto artística como personal, para no perderme esas cosas tan amadas para mí, mi familia. Seguro que los narcisos están naciendo en el jardín y no estoy ahí.
"No me he puesto a escribir una canción hasta que no estoy preñado de esa idea. Ponerme a escribir por escribir, nunca lo he hecho. Escribir para alguien puede ser un poco más mecánico. No quiero que se interprete como menos importante, pero estar al servicio de lo que quiero contar depende del corazón, de lo motivado que estés, de la necesidad de contarlo y cantarlo.
—¿Cómo fue la historia con Aldeas infantiles SOS?
—Esa es la más emocionante para mí. Yo no sabía que existía eso. Lo conocí en Argentina y me pareció increíble, tan humano. Hacerse cargos de niños huérfanos convierte a mujeres en madres para siempre. Esa idea tan espléndida me emocionó tanto que logré conocer al director de las aldeas infantiles. Lo fui a ver y le pregunté qué podía hacer para la causa. Él me dijo: “Tú cantas, escribes canciones... ¿Por qué no escribes canciones para los niños y, si eres medianamente generoso, dales un pellizquito de los derechos de autor de las canciones”. Me pareció la gloria y lo hice. Así hice Que canten los niños.
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—La canción Navidad también tiene ese carácter emotivo, ¿no?
—Soy cristiano, católico y la Navidad en mi casa era muy especial desde que era un niño. Ese calor de la casa es entrañable. Una de las dos canciones que hice sobre la Navidad fue cuando estaba en el servicio militar, con 19 años. Estaba adolorido porque no me dejaban a pasar la Navidad con mis padres. Yo soy el niño de la canción.
—¿Cuál es el recuerdo más grato de la vida en el escenario?
—La primera vez que yo salí a un escenario fue con el primer disco. Ese disco me dio la Ibérica de Oro, mi primer premio, que disparó el disco al número 1. Tuve que ir a Buenos Aires (Argentina) a recoger el premio y pienso que toda mi vida ha sido algo complicado, extraño. Es una máquina que ha funcionado porque tenía que funcionar, pero palabra de honor que fuera de la máquina del cantante hay otra máquina, una con la que nací porque a los 16 años descubrí que podía escribir canciones.
“Esta es una despedida feliz. Como dice la canción: me iré tranquilamente, como llegué un día. Me llevaré conmigo un cuerpo de guitarra y algún aplauso preso entre mis puños, y alguna que otra herida en el alma. Me iré calladamente sin lágrimas ni dudas sin palabras... Tan solo mi equipaje y el polvo del camino hasta mi casa”.