Cuando tenía 14 años, en un colegio de Tarrazú, Jesús Cordero soñaba con unirse a la fiesta que La Big Band de Costa Rica parecía llevar a cualquier escenario en el que se presentasen. “Desde chiquitillo, siempre vi a la Big Band como un lugar donde quería tocar”, cuenta. Ahora, es saxofonista en la agrupación, tiene 23 años, y formará parte de la celebración más importante que haya tenido La Big Band: 25 años de bailadas, romances y descubrimientos.
La banda dirigida por el trombonista Humberto Vaglio repasará su historia en un concierto de cumpleaños en el Teatro Nacional, este sábado, a las 8 p. m. El abanico de canciones que presentarán es tan variado como los músicos que componen la banda.
Con arreglos de canciones de ABBA, Elton John y Steppenwolf, así como clásicos de Charlie Parker, Dizzy Gillespie, Frank Sinatra y Ray Charles, La Big Band mostrará su vívido cancionero.
Algunos miembros de la banda han tocado en ella por un par de décadas; otros, por pocos meses. Por la agrupación han pasado músicos como Alfredo Poveda (trombonista y cantante de Son de Tikizia), Leonel Rodríguez (Cuarteto de Trombones de Costa Rica y Rumba Jam) y José Carlos Sibaja (un trompetista que trabajó con Ricky Martin).
Descubrimiento. Como tantas grandes cosas, La Big Band de Costa Rica nació como un sueño. En 1989, el músico suizo Egon Rietman, quien tocaba en la Orquesta Sinfónica Nacional, quería volcarse al sonido de una big band , así que convocaba a músicos ticos e intentaba conformar una. “Eran grupos impresionantes, con los mejores profesionales del país pero, como de costumbre, eran personas muy ocupadas: llegaban al primer ensayo muy emocionados y, después, nunca más. No se podría hacer nunca un grupo así”, recuerda Vaglio.
Para sobreponerse a la incertidumbre, el trombonista le sugirió hacer el grupo con estudiantes de la Orquesta Sinfónica Juvenil y de universidades –“con quien fuera, pero estudiantes”–. Tenían tiempo, ganas de aprender y fiebre por tocar. Funcionó.
Cuando iban emocionados a los ensayos de “la big band”, pensaban en que querían ser como las legendarias, sonar como Glenn Miller. “Cuando buscamos un nombre, ya era muy tarde: era La Big Band”, recuerda Vaglio (aunque, con el tiempo y el surgimiento de otras bandas, agregaron “de Costa Rica” al nombre).
En 1989, ganaron el primer lugar en un efímero festival de jazz de la Municipalidad de San José. Meses después, Rietman se fue a Estados Unidos en busca de su sueño de hacer jazz . “Nos quedamos solos. Morían La Big Band, el proyecto, el sueño... pero decidimos continuar”, dice Vaglio.
Un par de años después, con figuras pintadas a mano de Los Picapiedra, Alf y Star Wars , ambientaron su primer concierto temático: una “noche de películas” en el Teatro Popular Melico Salazar. Desde entonces, hacer noches temáticas (de América, de Ray Coniff, de rock ) se convirtió en sello de la banda. “Ganancia no hubo nunca”, recuerda.
Empero, poco a poco, se hicieron de renombre y empezaron a tocar en eventos privados. “Nos encontramos con eso que nos sufragaba el sueño de ir al teatro a tocar nuestras cosas. La experiencia nos fue enseñando a hacer espectáculos sin dinero, pero con más oportunidades”, comenta Vaglio.
Voz. Cuando músicos como Alfredo Poveda quisieron cantar, la banda cambió de rumbo. Al actual cantante de Son de Tikizia le siguieron voces como Edson Sánchez y Mario Moreno. Desde hace 10 años, la voz principal es Johnny Dixon, emblema de la música tica. Cantante desde niño, ocupado como pocos, viajaron por Estados Unidos, Asia, Europa y África, voz de soul y R&B : un personaje completo. ¿Por qué continúa en La Big Band, a sus 73 años? “Para seguir haciendo lo que me gusta. Me gusta la música. Usted hace que la gente se sienta bien. Vas a un concierto y solo hay alegría”.
Como voces en la fiesta de celebración lo acompañarán Kenji Vargas, regular de la banda, Shirley Ortiz, Karina Severino y Yunuen Rodríguez.
Para la agrupación es fácil adaptarse a estilos variados como los que le exigen Georgia On My Mind y What a Feeling . Saltan entre ritmos con presteza. En una tarde reciente, afinaban detalles en el parque La Libertad. Vaglio les habla en un tono firme en el que se aprecia confianza bromista de años (a veces, se refiere a los músicos con un cariñoso mae ).
“Es como una familia. No es un grupo al que uno va a un trabajo, toca, no saluda a nadie, y se va. Es un grupo de compañeros donde se trabaja y se goza mucho”, afirma el trompetista Jairo Vega, de San Carlos. El auditorio vacío no parece aún sitio para una fiesta. Apenas estallan la trompeta de Espartaco en un solo, la percusión danzante y, luego, las cálidas voces, todo cambia. Saben lo que hacen. Sonríen. Johnny Dixon no deja de bailar.
Las entradas están a la venta en la boletería del Teatro Nacional. Los precios son de: 7.000 colones (galería), ¢10.000 (segundo piso), ¢13.000 (luneta y palcos) y ¢15.000 (butaca). Estudiantes y ciudadanos de oro con carné tendrán descuento de 20% en los boletos. Puede comprar las entradas en la boletería virtual de www.teatronacional.go.cr y en la boletería del recinto (hoy estará abierta de 9 a. m. a 4 p. m.).