Seguir a @CorellaVargas!function(d,s,id){var js,fjs=d.getElementsByTagName(s)[0];if(!d.getElementById(id)){js=d.createElement(s);js.id=id;js.src="//platform.twitter.com/widgets.js";fjs.parentNode.insertBefore(js,fjs);}}(document,"script","twitter-wjs"); En su discografía solo tienen un acetato de hace tres décadas y un simple compacto de covers ; en su educación musical no hay más escuela que la calle y su hoja de vida está marcada por una valiente lucha contra las drogas. Sin embargo, Los Hermanos Vargas son hoy los decanos de la música nacional.
Este fin de semana, con el estreno de un documental sobre su vida, Los Vargas Brothers , la leyenda no hizo más que confirmarse. Era el eslabón que faltaba para inmortalizar su historia.
Si durante casi medio siglo la banda ha cosechado miles de seguidores, con su llegada al cine, Álvaro, Eduardo, Juan y Eddy Vargas Quesada se convierten en todo un mito del rock nacional.
Su camino hasta ahí no ha sido fácil. Desde que vinieron al mundo en un sencillo hogar campesino de San Ramón de Alajuela, su vida ha estado marcada por la pobreza, las drogas, las adversidades y una inmensa pasión por la música.
Álvaro, el mayor del grupo y de los 17 hermanos de clan Vargas, fue quien dio los primeros pasos musicales. Criado en medio de cafetales, aprendió a tocar guitarra “de oído” y con una lata de sardinas como instrumento.
Pasaba un vidrio por las ondulaciones de la lata y así imitaba los acordes que escuchaba interpretar a un vecino que tenía guitarra.
El juguete le duró algunos meses, hasta que un sastre amigo le regaló un instrumento de verdad y, sin pensarlo, sembró la semilla de una banda histórica.
Sin haber terminado la escuela, reclutó a su hermano Eddie, y juntos se fueron al centro de San Ramón para mostrar su música.
Se hacían llamar Los GoGo Boys y tocaban a su estilo todas las canciones que por entonces sonaban en la radio.
“Tocábamos en las calles y el parque de San Ramón a cambio de monedas. Una noche, Julio Jaramillo iba de camino a una presentación en uno de los cines de San Ramón y me escuchó tocando uno de sus boleros, Nuestro juramento . Le gustó tanto que nos regaló un billete de ¢100. Con esa plata, papá y mamá no solo nos compraron comida, sino hasta los uniformes de la escuela”, recuerda el guitarrista.
Cuanto dinero caía en sus manos, lo cambiaban por pesetas y se sentaban en las rocolas del pueblo para escuchar una y otra vez los éxitos del momento, hasta aprenderse los acordes y las letras de las canciones.
Así lograron ampliar el repertorio de la banda, los integrantes y su sed de aventura. A los dos hermanos mayores se sumó Juan en las maracas, y los tres niños se marcharon un día, sin permiso, a Puntarenas para cantar en los bares y prostíbulos del Puerto.
Aquella fue la primera de muchas travesuras que los llevaron por restaurantes, salones y comandancias del país, pues la policía los detuvo muchas veces por estar dentro de locales poco apropiados para menores de edad.
Hasta se escaparon a Panamá para tocar en un club nocturno, con la promesa de que recibirían unas guitarras que nunca llegaron.
Tocar fondo. Regresaron a San José en la década de 1960 para comenzar la mejor época de su carrera musical. Con su hermano Marcos en la percusión, se hicieron famosos en varios salones de la capital hasta que en 1974, les llegó la histórica oportunidad de abrir el concierto de Carlos Santana, en el Gimnasio Nacional.
Después salieron a tocar a Honduras, El Salvador y Nicaragua, y siguieron codeándose con grandes personalidades de esos días.
“En Nicaragua conocimos personalmente a Mick Jagger de los Rolling Stones. En San José también conocimos a famosos como Cantinflas, el Cordobés y Enrique Guzmán, y tocamos con el Gran Combo de Puerto Rico y la Billo’s Caracas Boys”, recuerda Eddy.
Sin embargo, esos días de gloria no durarían mucho. La llegada de las discomóviles los fue relegando poco a poco, hasta que las drogas y el alcohol terminaron ganando la batalla en medio de la depresión que embargaba a los Vargas.
Perdieron el rumbo de sus vidas. Varios de ellos terminaron como indigentes en las calles de San José, dejando en el olvido sus trabajos, sus familias y su prometedora carrera musical.
“Cuando subíamos al escenario, la gente se daba cuenta de que estábamos mal, borrachos o drogados, y nos decían: ‘¿Qué les pasa? Ustedes son artistas, ¡levántense!’. Pero cuando anda en malos pasos, cuesta mucho agarrar esos consejos de un solo golpe, así que comenzamos a pedirle a Dios que nos ayudara”, cuenta Juan.
“Estuvimos muchos años metidos en esa cochinada de las drogas, experimentando y experimentando de todo, alcohol, marihuana, crack , hasta que tocamos fondo, pero gracias a una fuerza de voluntad que nos vino de Arriba, pudimos dejarlo. El esfuerzo que hicimos fue como un imán para que los demás hermanos también lográramos salir”, añade Álvaro.
Luego de varios años de lucha, la pasión por el rock lo ayudó a retomar el camino perdido. Gracias a que Álvaro ganó la lotería, compraron nuevos instrumentos y su música volvió a llenar bares, cantinas y salones con cientos de seguidores que enloquecen al escucharlos.
“Hay gente que nos dice: ‘Si ustedes hubieran nacido en Inglaterra hubieran sido grandes’, pero prefiero darle vuelta diciendo: ‘Si hubiéramos nacido en Inglaterra ya estuviéramos muertos, como tantos músicos que se llevaron las drogas’”, asegura Eduardo.
Hoy, después de 47 años de carrera artística, los cuatro hermanos Vargas suben al escenario con una energía renovada, la fuerza que les da su eterna pasión, su único vicio: el rock .