“Fue como un sueño. Viendo al público y sus expresiones, estuve a punto de derramar las lágrimas...”.
Así reaccionó Esther Ribot, soprano española, luego de que el Ensamble Barroco de Barcelona protagonizara el último concierto del Festival de Música BAC Credomatic, que fue patrocinado por la Municipalidad de San José, y tuvo como escenario la Iglesia de La Soledad, en San José.
Ribot, que en el escenario hasta revivió a la misma Cleopatra, se estremeció con la vibra que envolvió al templo católico, transportado en el espacio y en el tiempo a lejanas épocas.
La música del ensamble –como su nombre lo dice–, remite a varios siglos atrás, donde los estilos y las formas para ejecutar los instrumentos eran muy singulares.
Instrumentos muy antiguos –cuyas cuerdas fueron fabricadas con tripas de animales–, violines de arcos cóncavos y técnicas ejecutorias iguales a las que se utilizaban en el momento en que fueron compuestas sus obras, eran parte de las sorpresas que traían los catalanes.
Por esa razón, después de misa de 10 a. m., una iglesia abarrotada recibió a los invitados con un estruendoso aplauso. Los parroquianos, bien instalados en bancas, en el suelo o de pie, se notaban curiosos y expectantes.
La primera pieza de la jornada fue una Chacona, del compositor francés Henry Purcell (1659-1695). Desde los primeros acordes de la obra los dos violines del ensamble, la viola, los violoncellos, la guitarra barroca y el archilaúd comenzaron a encantar al público.
“Es un sonido muy particular, del que se van a ir acostumbrando”, advirtió Jordi Antich, director del festival, tan solo minutos antes de la iglesia entera se consumiera en sus melodías.
Todos se amoldaron de inmediato. Los primeros suspiros, incluso, llegaron pronto.
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Ribot entró a escena, sonrió dulcemente y de inmediato comenzó a cantar la aria How Beautiful Are Feet the of Them.
Apasionada, acompañada por el fino sonido de los instrumentos, Ribot llamó la atención por la manera de sentir la música. Su rostro, expresivo a más no poder, delataba que todo era sentimiento en su ser.
Ribot, con igual impacto en la audiencia, también interpretó la aria If Love’s a Sweet Passion, de la ópera The Fairy Queen (1962), y V’adoro Pupille, de la ópera Giulio Cesare (1724). En esa última pieza, en tres movimientos fue donde se puso en los zapatos de Cleopatra.
Niño prodigio.
Pero había más sorpresas. Un niño, de nombre Guillem Gironès, era parte del ensamble e iba a tener sus minutos de gloria.
De un pronto a otro el chiquillo, de ojos verdes y sonrisa fácil, tomó su instrumento, se puso al frente y comenzó a lucirse en Concierto para violonchelo, de Vivaldi.
Con una destreza fenomenal, Guillem dejó a todos sorprendidos. Con la dulzura de un infante, el chico hizo gala de una destreza prodigiosa en sus manos.
Apenas acabó su participación, la ovación fue máxima.
“Es un crack”, expresó un joven que estaba postrado, sin complejos, en el piso del lugar.
Por otro lado varias mujeres y señoras de la tercera edad, miraban a su propio hijo como si estuviera tocando allí. Se notaban realmente conmovidas.
“Es un grande, es un grande", no cesaba de repetir una señora. Se trató, sin duda, de la intervención más aplaudida de la noche.
Más tarde retornó el sonido de Vivaldi con el Concierto para guitarras, donde el solista fue Jordi Gironès. El dulce sonido, emitido por las cuerdas del instrumento, fue hipnotizador.
“Y ahora escucharemos los últimos acordes de este Festival de Música Credomatic, con el que hemos recorrido todo el país”, anunció Antich.
Fue Nuria Pujolras, con su viola, la encargada de cerrar el concierto con un solo enérgico y cautivador, obra del compositor Georg Philipp Telemann.
Nada que agregar. La intervención de Pujolras coronó 50 minutos de un trance musical único, que terminó al filo de las 12 mediodía para dar paso a la siguiente misa.
“La música eleva el espíritu y nos acerca a Dios”, comentó al respecto el sacerdote de la parroquia. Nada más certero que eso, luego del concierto sus feligreses parecían caminar sobre una nube.