Hineni Hineni /I’m ready my Lord ( Estoy listo, mi Señor ). Quien abre así un disco conoce la muerte. La ha cantado toda la vida. Se ha preparado para la oscuridad porque conoce la luz, la que está en la sustancia de su poesía.
Quien dio apertura así su último álbum, You Want It Darker , publicado el 21 de octubre, fue Leonard Cohen. Y en el año más infausto para la memoria del pop, el cantautor canadiense falleció este jueves a los 82 años. Con un breve comunicado en su página de Facebook se confirmó la noticia: “Hemos perdido a uno de los más reverenciados y prolíficos visionarios de la música”, dice el comunicado.
Altibajos. Nacido en 1934 en Westmont, Quebec (Canadá), se enamoró de la poesía en su adolescencia. Prendido de Federico García Lorca (la hija de Cohen se llama Lorca), empezó a tomarse en serio su escritura y, a los 22 años, publicó su primer poemario, Let Us Compare Mythologies . No encontró mayor éxito con sus libros, aunque sí varias reseñas muy cálidas.
Así, buscando un estilo personal, se fue a Grecia, a alquilar un cuarto por $14 al mes en la isla de Hidra. Medio drogado, buscando alguna visión mística, escribía una novela y algunos poemas. Un día, en un café, vio a Marianne Ihlen, una joven noruega, con su hijo.
Se vieron, se volvieron a ver, dejaron de verse, volvieron a verse. A la distancia, se escribían. Se dieron calor y sintieron frío también. Fue su musa, la primera, aunque vendrían otros amores para ambos. Para ella escribiría una de sus grandes canciones, So Long, Marianne . Como sus otros éxitos, la pieza condensa una amarga resignación con la fe puesta por completo en la pureza del amor: ni la muerte puede trastocarlo.
Cuando ella falleció, a finales de julio, él le escribió que había llegado ese momento, que los cuerpos de ambos decaían y que él seguiría pronto. “Tienes que saber que estoy tan cerca detrás de ti que si estiras tu mano, creo que puedes alcanzar la mía”, se despidió el poeta.
A mediados de los años 60, decepcionado de una carrera que no levantaba, Cohen empezó a tocar guitarra y a cantar. Buscó suerte en Estados Unidos y en 1967 publicó un álbum al que le tomaría 22 años obtener el reconocimiento de disco de oro por ventas: Songs of Leonard Cohen . La canción para Marianne y otra para Suzanne se convertirían con los años en mitos.
Pero otros artistas hicieron versiones de sus canciones y Cohen se convirtió en un poeta de poetas, una figura que, sin ser exactamente popular, tenía la presencia de una leyenda.
En los años 70, empezó a girar por Estados Unidos y por Europa. Piezas como Bird on a Wire y Passing Through son de aquellos años, marcados por conciertos llenos de tensión y timidez, pero también de mucho alcohol y más drogas. La vida de estrella de rock no era para él, pero la vivió de todos modos.
Durante los años 80 y 90, Cohen perfeccionó un estilo áspero y profundo, que con complejas letras entreteje misticismo y espiritualidad, erotismo y alegría, y una confianza en la palabra simple, la evocación. Hallelujah es su pieza más conocida: se han grabado más de 300 versiones en varios idiomas. Otras grandes piezas son Dance Me to the End of Love y Everybody Knows .
A fines de los 90, Cohen se retiró por un tiempo a un monasterio budista: poeta en silencio, batallando por encontrar la armonía. Pero al regresar al exterior, encontró problemas. En el 2005, se percató de que su asistente le había vaciado sus cuentas casi por completo. Estaba en la ruina.
Así, en el 2008, se embarcó en su primera gira en 15 años. Susurraba sus canciones al micrófono; abrazaba a la audiencia con una poesía cálida. Se hizo leyenda: un anciano sabio. Y en el 2016, aún cantaba. Hasta ayer.