La noche de este sábado en La Sabana llovió de todo. Hubo un aguacero desde la tarde y parte de la noche que fue inclemente con las más de 27.000 personas que se reunieron en el Estadio Nacional para ver al dominicano Juan Luis Guerra.
Además, en escena -gracias a la magia y la energía de Guerra y su potente 4.40- el aguacero fue de bachatas y merengues y, por parte del público, lo que hubo fue amor... mucho amor.
Pero la mojada que todos nos dimos esta noche valió toda la pena. ¿Por qué? No importaba tener los pies empapados para bailar y las manos húmedas para aplaudir. Seguro el domingo más de uno amanecerá con ronquera, no solo porque puedan ser señales de un resfrío, sino también porque miles de gargantas se entregaron a más no poder para corear con intensidad la lista gigante de éxitos que Guerra y sus cómplices interpretaron sobre la tarima.
El público era una marea multicoolor. Capas plásticas de tonos amarillos, verdes, rosados y celestes sirvieron para proteger los cuerpos del frío y de la lluvia. Pero el corazón... el corazón no necesitaba nada porque estaba bien calientito a punta de la música y del carisma de Guerra.
Es que hay que ver la energía que transmite este músico, quien hace unos pocos días cumplió 66 años y los vino a celebrar con sus queridos ticos, quienes aguardaron pacientemente llevando agua durante muchas horas para volverlo a ver en un concierto.
Para hacer la espera más llevadera, el DJ Dr. Leo puso la nota electrónica con sus mezclas y el joven artista Sebas Guillem hizo lo propio con algunas canciones originales. La audiencia, mojada y con frío, les agradeció a los artistas por su presencia en la tarima.
Pese a la lluvia, el público nunca perdió la esperanza de ver a Guerra cantar. Ni siquiera porque en la tarima los instrumentos musicales y los equipos se mantenía tapados con plásticos de color negro para protegerlos del agua.
A eso de las 7:54 p. m. se apagaron las luces del estadio y la ilusión se apoderó de todos. Pero fue a las 8:07 cuando como por arte de magia la lluvia cedió. Parecía como si hubiese un acuerdo previo de que, cuando el maestro subiera a escena, el agua desapareciera.
Guerra pisó la tarima y con él todos los presentes bailaron y cambiaron, por qué no decirlo, las gotas de lluvia en gotas de sudor.
Tal vez la gente tuviese su ropa congelada, pero no así su alma. Es inevitable bailar al son de su voz. Tal vez Juan Luis no sea una estrella del baile y apenas se desplace de un lado a otro, pero su presencia inspira la fiesta y el roce de los cuerpos.
Siempre con su boina, con su dedo en el oído y su postura encorvada, Juan Luis lanza sonrisas poderosas para su público. Apenas mueve su cadera, pero se nota en su aura que goza la música con una intensidad única.
Amor, fe y crítica social... todo se baila
Entre los músicos de Guerra, destaca un tico. Ernesto Núñez es uno de los trompetistas destacados en esa sección de metales de la icónica 4.40. Desde la parte trasera del escenario, los vientos, con el tico en ellos, le dieron ese poderío tan característico que tiene el merengue.
A ellos se les suma el sazón tan alegre de la percusión y el tumbao particular que tienen los teclados en este género del cual Juan Luis es el maestro de maestros.
Punto y aparte merecen los de la 4.40 porque más que un complemento, son todos protagonistas del show. Artistas excepcionales a los cuales Guerra incluso deja solos con la confianza plena de que ellos seguirán el espectáculo a la altura. Así pasó cuando el merenguero salió de escena para tal vez descansar un poco y ellos, haciendo fiesta sin el jefe, interpretaron Tú y Como abeja al panal.
La conjunción del talentoso grupo de músicos provoca un aura magnética. Es gracioso ver cómo muchos de los espectadores que habían estado quietos se convierten en trompos que dan giros sin cesar. Por ejemplo, un tipo serio que se resguardaba unos minutos antes de la lluvia en un toldo de comida, ahora se mueve en el piso del estadio como si estuviera saliendo de una clase de baile.
Juan Luis Guerra es un cañón de energías que mueve, no solo a quienes están más dotados con pasos de baile, sino hasta los más tímidos. Ni quienes quisieran rehusarse a mover sus tobillos pudieron resistirse al encanto de La llave de mi corazón, Vale la pena y Como yo, por citar algunos éxitazos suyos.
Es curioso porque, al vivir la experiencia de Juan Luis Guerra en concierto, es inevitable reflexionar sobre las temáticas que más le fascinan y funcionan. Lógicamente, está su repertorio que referencia a su fe cristiana, como Para Ti y el clásico Las Avispas, donde sus letras están al servicio de una celebración espiritual y nunca se sienten como una imposición religiosa.
También tiene otro apartado de temas con un eje de crítica social, como Niágara en bicicleta y Ojalá que llueva café, canciones que siempre conservan la energía del movimiento como base de todo. Y, finalmente, sus letras sobre amor y desamor que no dejan indiferente a ninguno que mantenga las sensibilidades de su corazón .
Todos estos intereses se intercalaron en su concierto sin problemas; Guerra amalgama sus intenciones con el abracadabra que conjugan sus versos poéticos, acordes y percusiones. Al público no le queda más que responderle con el mandato correcto: tomarse de los brazos y las caderas y alimentarse de su talento.
Por supuesto que el cierre del show, como fue la tónica durante toda la noche, fue espectacular. Guerra dejó para lo último El costo de la vida y Ojalá que llueva café (que paradójicamente la cantó si una gota de lluvia).
Salió por un momento, como para darle un toque más de emoción a la velada -como si fuera posible- y el público sin necesidad de que nadie le dijera iluminó el estadio con las luces de los teléfonos celulares. El espigado dominicano regresó a escena para interpretar A pedir su mano, la romantiquísima Bachata rosa y, por último, para el adiós, La Bilirrubina.
Acto seguido se despidió de los ticos, les agradeció la compañía y el cariño y una lluvia de papeles llenó las primeras filas de la audiencia.
El cierre fue con un grandioso y extenso juego de pólvora. Juan Luis Guerra, una vez más, demostró con talento y alegría, por qué es uno de los artistas más queridos por el público costarricense.