Suenan las trompetas y el acuerdo es tácito: puntas al frente, tobillos doblados y caderas listas para girar.
El inconfundible sonido de Los Ángeles Azules levanta a todos como si de un himno se tratase, y no es para menos. Todos conocen la posición en que se canta este himno y están de acuerdo en que la única regla es no quedarse quieto.
El lleno total que recibe a los mexicanos no podría dar espacio a más que lo obvio. Brazos agitados, cabellos sueltos y sudor en la frente. Las imágenes se repetirán durante más de una hora, con piernas desconocidas destinándose al encuentro en la pista de baile que se ha convertido el anfiteatro Coca-Cola del Parque Viva. En su segundo concierto en el país, los aztecas desaparecieron cualquier rasgo de timidez con un espectáculo caliente, este sábado en Alajuela.
Un buen cumbión
Sí, no queda duda de que todos los temas de Los Ángeles Azules están hechos para ser himnos, con la excepción de que es pecado disfrutar el cántico en posición firme.
Entrega de amor fue la primera excusa para hacer girar a los asistentes, quienes descendían sus cabezas al son de la cumbia, con la misma mística que un religioso se persignaría ante su dios.
Para Mi niña mujer, una de las tantas piezas icónicas que esta banda de Iztapalapa ha sembrado en cuarenta años, la música podría parar y dejar sin sonido al anfiteatro. Todos los presentes saben cómo dice, cómo suena y cómo se baila. La fertilidad musical de Los Ángeles Azules demuestra que son jardineros de alegría inexorable, e incansable.
“Yo creo que nuestras piezas logran encantar al mundo porque solo se tratan de amor, que es el sentimiento que llega a todas partes”, dijo el Doctor Elías en una conferencia de prensa previa al convierto. Las palabras del integrante de la banda fueron profecía cumplida.
En el escenario, la hermandad Mejía giró con precisión de balletista. Sus brillantes zapatos de charol, inconfundibles e imprescindibles, fueron brújula para todos los animados.
Hace tan solo veinticuatro horas, estos veteranos de la música tropical se deshacían entre el calor guanacasteco que los recibió en la Cámara de Ganaderos de Liberia, pero hasta un desgaste desértico sería vencido por las más de quince mil personas que ni chance les dio de aplaudir con tal de gritar y bailar las imperdibles cumbias.
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La música en vivo tiene la particularidad de complacer a un colectivo de personas que tiene los mismo anhelos. Los Ángeles Azules tienen un colmillo lo suficientemente afilado para complacer con solo un trompetazo y un par de acordes de piano a una multitud tan diferente, pero hecha una sola masa.
Cada canción –cada himno, más bien– puede ser bailado de la misma manera y aún así sabe diferente. El listón de tu pelo fue una de las piezas que demostró la capacidad penetrante de estas canciones, pues Los Ángeles Azules es un reinado de amor, de cuerpos pegados y de tobillos incansables.
Tal vez cada una de las veintisiete piezas que entregaron los mexicanos esa noche es un recordatorio sobre la vigencia universal de la banda; esa capacidad que los llevó hace tan solo unos meses a un festival de renombre internacional como Coachella, donde se enfrentaron a un público de múltiples nacionalidades que no logró resistirse a sus seducciones.
En la de menos, y esa aproximación a un medio siglo de cumbia sonidera significa que el himno se expande, y que Los Ángeles Azules más allá de ser una propiedad musical de todo el planeta, son un reinado donde el principado se encuentra en el público.