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El caos que circunda el estudio de grabación de Marcos Monnerat es de admirar: colillas de cigarro en el suelo, refrescos y cerveza por doquier, cables allá y acá, el respaldar de una silla sin silla, micrófonos, tubos, revistas, sillones. No es un estudio lujoso, pero el orden de su desorden exhala el sentimiento de libertad y autonomía que muchos grupos de rock buscan a la hora de grabar.
Empero, esa no es la principal razón por la que en los últimos 12 años más de 150 bandas se han decidido a trabajar con el ingeniero de sonido, músico y productor; las razones son la calidad de su registro, lo asequible de su trabajo y la familiaridad implícita de un nombre que –si no es el más– es uno de los más prolíficos escultores del rock costarricense del siglo XXI.
Cientos de producciones han salido al mercado con su nombre –a veces mal escrito– en los créditos, y dada la naturaleza de su cuerpo de trabajo es comúnmente asociado con la grabación de la mayoría de discos de punk y metal que se han hecho en el país en la última década, aunque él no tiene problema en acercarse a otros géneros.
Cual magnate de la escena musical local, Marcos Monnerat ha logrado mantenerse a flote en un gremio que normalmente no da para comer, cumpliendo así su profecía adolescente de que no quería ser visto en traje y corbata de lunes a viernes durante el resto de su vida.
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Círculos. El peregrinaje fue característico en su vida cuando joven; nació en Washington, Estados Unidos, hijo de una pareja que se conoció en Londres y que, a sus cinco años, se fue a vivir a Brasil, para luego llegar a Costa Rica, cuando él tenía diez años.
En el colegio mantuvo un grupo de amigos que algún día pasaron de patinar siempre a tocar música, y con quienes formó Pride Dance, su primera banda, en la vena del rock alternativo, su santo grial musical desde la juventud.
Uno de esos amigos recibió como regalo de su padre un equipo de grabación de ocho canales, el cual le abrió nuevos horizontes a Monnerat. Él experimentó con sus amigos el arte de la grabación, con amplificadores casi de juguete y percusiones con un redoblante, un palo de escoba y una pandereta.
“Ahí me nació la vara de qué cool que es grabar música”, recordó. Tras salir del colegio realizó un curso de ingeniería de grabación en Los Ángeles, California. “No aprendí nada de lo que uno necesita para hacer una buena grabación, pero sí aprendí todo lo que uno puede decir para que la gente piense que uno sabe de lo que habla. Es decir, aprendí cómo funcionaba un micrófono, pero no cómo usarlo”, dijo.
En el 2002, trabajaba como diseñador gráfico cuando formó la banda Nada. Por otro lado, una novia lo había cortado y, en cuestión de dos semanas, toda su familia se fue a vivir a otros países.
Se quedó solo en Costa Rica y cambió el diseño –que hacía de forma “mediocre”, dice– por la grabación, jurándose capaz de sobresalir y con ganas de probarle al mundo (y a su ex) que no iba a ser un perdedor idealista que hacía poco o nada para perseguir sus intereses.
Hace memoria: “Lo primero que grabé fue la canción Contraproducente de Nada, con una batería electrónica y un amplificador muy pequeño, a finales del 2002. Todo lo hice mal, como no se debería hacer, y salió bastante bien. Lo tomé como una señal. Después grabé una canción de Osho y también salió medio bien, y de ahí ya me mandé”.
Ímpetu. Tres estudios ha tenido Monnerat en estos 12 años; antes se llamaba La Alternativa, pero desde hace unos años los músicos se refieren a sus oficinas tan solo con frases como “donde Marcos”.
Con el tiempo ha aprendido a usar el estudio como un instrumento más, en aras de que los músicos con los que trabaja suenen lo mejor que les sea posible en las grabaciones, aunque hubo algunos grupos a los cuales tuvo que recomendarles algunos cambios o decirles que prefiere no grabarlos.
“El estudio de grabación es una herramienta importante. Es como un fotógrafo, que tiene que saber las mañas para que las fotos siempre se vean bien”, comentó.
Sus exigencias no solo las dirige a los demás: es mucho más rígido al evaluar su propio trabajo. “No importa lo que grabe, a la hora de entregarlo me suena horrible y lo considero como un fracaso total. Es hasta que pasan unos meses que puedo decir que me quedó bien... Esto es lo único en mi vida en lo que soy perfeccionista”, manifestó.
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Hace unos meses lanzó One More Day, tercer disco de su banda, The Movement in Codes, cuya discografía ha estado en sus manos. Cuando volvió a escuchar el disco, notó errores en todas las canciones. “Creo que siempre va a ser así, y si no sintiera eso, tal vez le quitaría un poco la gracia al trabajo; si fuera como ‘mae, esta vara es fácil’”, dijo.
“Para mí, la mayoría de las veces grabar no es muy divertido. Es un dolor”. ¿Por qué lo hace? “Creo que tengo el tipo de personalidad que, digamos, a usted le cuadra una muchacha y le dice, y la mae le dice que usted no le cuadra, y a uno le dan más ganas de llegarle y de seguir hasta que lo logre, solo que con las mujeres no funciona tanto.
”Soy músico; yo entiendo cómo debería funcionar todo y si no obtengo los resultados que quiero, me frustro mucho y me dan más ganas de seguir hasta que suene rajado. Creo que esa es la razón por la cual sigo. No ando por ahí diciendo que soy ingeniero de sonido o que tengo un estudio, no promociono el estudio, y nada más ha habido un flujo constante de grupos siempre. Llevo doce años así, y sinceramente lo hago solo por mí y tal vez por The Movement in Codes, para que tengamos la opción de grabar cuando queremos”.
Además, cada año que ha pasado desde que se aventuró a esta profesión le ha mostrado mayores cantidades de talento fresco en el país, y aunque no lo afirma tal cual, está claro que le interesa formar parte de eso aportando su trabajo.
“Me estoy dando cuenta hasta ahora de que Costa Rica tiene algo especial en la forma de ser de la gente y lo abiertos y perceptibles que son con las cosas de afuera. Siento que estamos agarrando varas de afuera y haciéndolas a nuestra manera, y que está a punto de reventar. Ahora hasta los grupos malos son buenos; los grupos que no me gustan yo digo ‘son buenos’”, afirmó.
Podemos pasar todo el día rebuscando más motivos por los que Marcos no dejará de grabar pronto, pero todo nos va a llevar al momento en el que tuvo una revelación, a los 16 años: “Supe, desde entonces, que no quería ponerme un saco o tener un carro lujoso, sino nada más hacer lo que estoy haciendo ahora, pero con un poco más de plata”.