¿Puede una sinfonía de Beethoven describirnos el olor a tierra mojada que nos ha acompañado todo este mayo? ¿Puede una ópera de Mozart describir la carrera que hace un peatón desde su casa hasta la parada para evitar un aguacero? Mario Alfagüell cree que no.
A su juicio, ellos crearon algunas de las mejores composiciones en la historia de la humanidad, pero esos logros no deberían detenerlo a él ni a otros compositores de intentar ir más allá.
Recientemente, Mario Alfaro Güell se pensionó, después de trabajar por varias décadas en la Universidad Nacional como profesor de composición. El 27 de abril cumplió 69 años y el 14 de mayo, a la 1:30 a. m., terminó su composición número 380 en su casa en Sabanilla.
“La enumeración de mis composiciones empezó como un gesto de esnobismo juvenil, pero con el tiempo ha servido. En este país todo se pierde y si botaron la Biblioteca Nacional, la música y cualquier otra cosa se puede perder”, explica.
Aunque es tentador ver a Alfagüell como una autoridad de la composición por sus 380 trabajos, su aporte está en la cantidad de veces que se ha preguntado cómo deberían componerse esas obras.
En su música hay inspiración de textos de autores nacionales y centroamericanos, y en sus partituras se encuentran blancas, negras, garabatos y líneas que atraviesan los compases. Es un compositor inquieto y lleno de inquietudes.
No tiene intenciones de dejar de hacerse preguntas y el reciente anuncio de un premio internacional solo pudo impulsarlo más. En junio recibirá en España el premio Premio Foca Mediterrània, dedicado a artistas e investigadores que impulsan acciones para mejorar el medio ambiente.
Para él, esto le demuestra al mundo que en Costa Rica también hay una identidad y una historia que se puede reflejar en la música.
“Es bonito saber de jóvenes que van al extranjero a interpretar, pero nada ganamos si van a tocar Beethoven en Alemania, donde ya se las saben. Necesitamos exportar nuestra música (clásica) original”, comentó.
Barreras. El público europeo podrá estar acostumbrado a escuchar a los grandes compositores que nacieron allá, pero, de este lado del mundo, las cosas son muy distintas.
Alfagüell ha compuesto música inspirado en cantos indígenas, el ritmo del tambito y hasta una ópera basada en Cocorí. Sus esfuerzos rescatan mucha de la tradición costarricense, pero su música rara vez es interpretada por las orquestas nacionales, expresa.
“En la Universidad de Nuevo León montamos un concierto para marimba y piano con orquesta; tocaron mis hijas, la mayor y la menor, y la gente quedó encantada. Lo enviamos después a las orquestas de Heredia, la Nacional, y no hay respuesta. ¿Por qué en Nuevo León sí se puede?”, se pregunta.
Esta dificultad la han afrontado varios creadores nacionales y es una que no ha cambiado desde que Alfagüell decidió ser un compositor tico. Las anécdotas sobran, pero, en su opinión, el momento que resume todo el asunto ocurrió en 1997.
“Cuando cumplió 100 años el Teatro Nacional anunciaron 15 conciertos oficiales, en lugar de 12, y no había uno solo nacional. No hubo campo para Benjamín Gutiérrez y ese pecado tiene nombre y apellidos: Graciela Moreno; ella era la que mandaba ahí”, detalló el compositor.
Él recuerda que esa temporada se anunció en una cartelera de metal que separaba el Teatro Nacional de la plaza de la Cultura, una división casi metafórica. Los compositores ticos tienen que saltar barreras institucionales para que sus trabajos suenen en el teatro.
Él se apasiona cuando habla de estos episodios; sin embargo, tiene más historias alegres que quejas. Cuenta, con igual detalle y emoción, las tres ocasiones en que su música ha llegado al Teatro Nacional. En una, se atrasó la segunda mitad del programa porque el público quería conocerlo, hablarle, escucharlo.
“El público tico no le pone peros a las composiciones nacionales, son las instituciones. Aquí la música del presente y del futuro está más proscrita que el ejército”, agregó.
Su historia. En los años 60, un joven Mario Alfaro Güell no habría defendido la música con tanto ímpetu. “Nunca tuve mucho interés en la música; yo quería ser arquitecto y aquí no había ni escuela de arquitectura”, recordó.
Mario Alfaro tocaba piano y era solista de un coro, pero no sentía aún pasión por la música. El punto de inflexión fue conocer a Luis Carlos Trejos, “un melómano absoluto”.
“Iba mucho a la casa de Aurelia Trejos, del grupo Cantares, y ahí conocí a don Luis Carlos. En esa casa solo había mujeres y él me recibió como un hijo y me enseñó a Stravinski, Beethoven y Bach”, dijo Alfaro.
En el piano de la casa Trejos París, Mario se propuso entender el proceso de esos compositores, entender la forma en que habían construido sus obras. Esa fue la primera vez que se cuestionó los métodos y formas de componer, un ejercicio que, 50 años después, no ha parado de explorar.
Su inquietud lo llevó a ganar el Premio Áncora de composición en 1975, cuando apenas terminaba su carrera en la Universidad de Costa Rica. Su trabajo deslumbró a Carmen Naranjo, quien le ayudó a conseguir una beca para ir al extranjero.
En 1976, viajó 11 días en un barco bananero con destino a Europa para continuar sus estudios. Paradójicamente, fue en la Escuela de Música de Freiburg, Alemania, donde le nació la inquietud de escribir “la música del futuro y presente de Costa Rica”, como él le llama.
“Esperaba que me dijeran ‘así es como hacemos las cosas en Occidente’ y fue todo lo contrario. Me sugirieron tomar inspiración de cantos indígenas o la poesía de Ernesto Cardenal”, explicó .
Profesores como Brian Ferneyhough y Klaus Huber celebraron su convicción. Alfagüell volvió al país en 1980 con un doctorado y con una nueva familia: contrajo nupcias con la educadora Carmen Méndez en el consulado tico en Alemania.
Ambos se volvieron profesores de la Universidad Nacional y allí se mantuvieron hasta este año, en que se pensionaron. Juntos dirigen la Fundación ACUA para el Aprendizaje y la Cultura Artística, en San Pedro.
Contradicciones. Alfagüell ganó su primer Premio Nacional en composición en 1982, por su S onata para la mano izquierda, Opus 14 y sus Episodios sinfónicos, Opus 19 . La sonata fue el comienzo de un proceso aún más complejo de composición: uno basado en las limitaciones.
Tomando inspiración de Stravinski, él considera que entre menos derroche y menos herramientas, el compositor puede hacer más, “trabajos con miles de posibilidades, trabajos infinitos”.
Su última obra, la Opus 380 , solo emplea las teclas de mi bemol en el piano, evita el uso del pedal de resonancia y usa la mano izquierda, recurso que se ha vuelto su firma. “No hay compositor en el mundo que tenga escrita tanta música para la mano izquierda como yo”, afirma.
La Opus 380 fue escrita para un concierto, una rareza en su agenda. Antes de eso había hecho un par de improvisaciones en vivo en Lituania junto a su hijo Mario, que produce música electrónica. Las presentaciones se inspiraron en “textos” de Kandinsky y Manuel de la Cruz González.
La Academia ACUA tiene un convenio con escuelas de Lituania, por lo que allá se enseña su música en conservatorios.
“Es muy gracioso ver machitos de siete años interpretando mi música. Sin embargo, es más interesante aún que cada uno la interprete de forma distinto”, explica Alfagüell y alega que a los niños les encantan sus partituras con rayones y líneas que no son notas, pero lo son.
Él es dueño de esa y otras contradicciones. No es un iconoclasta y, aunque reconoce la grandeza de su legado, considera que hay que buscar más allá de Beethoven. Aprendió en Europa a no envidiar los goces del viejo continente.
Alfagüell cree que el ser se difumina en el universo cuando muere, pero sigue existiendo. Quizá la más valiosa de sus contradicciones es su música que, aún cuando está hecha desde las limitaciones, abre caminos en la música clásica.
El compositor cruzará el Atlántico para recibir un reconocimiento de España, pero dice que los premios son lo de menos. “No necesito eso que llaman fama, solo quiero componer y el espacio para mostrar mis composiciones al país”.
“(Las orquestas) están tocando música que se puede comprar en el supermercado, al lado de las cajas, donde están los chicles y los preservativos de colores, hasta ahí hay sinfonías de Beethoven”, dice Alfagüell. “Ese repertorio se puede interpretar, pero no debería quitarle el campo a una expresión musical de nuestra identidad”.
Su música clásica “del futuro” tendrá más lugar allá en lo lejano, afirma con certeza. “Cuando alguien busque obras de Juanito Mora, con textos indígenas, obras de exportación, mis obras tendrán hogar”. Hasta que eso pase, él seguirá experimentando con libertad para escribir en piedra.
Premio a trayectoria
Mario Alfagüell recibirá el Premio Foca Mediterrània de la XXIII Edición de los “Premis Ones Mediterrània” en Tarragona, España, por sus composiciones y uso de la música como herramienta de docencia. Se le entregará el premio en una ceremonia el 2 de junio.