Las razones para no comprar la entrada del concierto de Paul McCartney en Costa Rica pudieron sobrar en algunos, pero para muchos otros no se valía ser indiferente ante el hecho de que un exbeatle estaba ahí, en La Sabana, en Chepe. Si no era posible verlo, había que tratar de ir a escucharlo.
Muchos lo intentaron y minutos antes de que iniciara el espectáculo, establecieron de forma espontánea y clandestina, en medio de un claro del parque metropolitano, afuera del Estadio Nacional, un sector que nunca estuvo en la taquilla: 'césped sur'.
Muy cómodos, recostados en el zacate, aprovecharon que, entre las graderías sur y oeste, fue posible ver parte del escenario y una de las pantallas gigantes; pero, lo que más importó, fue que lograron abrazar en sus corazones la música que se fugaba desde el escenario con total claridad.
Era el polo opuesto a las primeras filas, las de miles de colones. No tenían a McCartney de frente, pero bailaron All My Loving entre los árboles, cantaron Blackbird con copa de vino en la mano y lloraron con Yesterday mientras el perro dormía en su regazo.
Música en vivo de Los Beatles en total libertad: lo tuvieron los londinenses con aquel concierto sobre la azotea del edificio de Apple Records, hace 45 años. Lo tuvimos los ticos anoche, al costado sur del Estadio Nacional.