No es casualidad ni oportunismo que este domingo las páginas de esta revista de arte y entretenimiento se resuelvan alrededor del deceso de un atleta.
Era la única opción posible: no siempre el mundo despide a un deportista cuya influencia y trascendencia rebasa los límites de su disciplina. No todos los hombres de deporte inspiran tanto al planeta fuera de la cancha; o, en este caso, del ring.
Incluso dentro del cuadrilátero, Mohammed Alí –fallecido el viernes– y sus guantes moldearon a la cultura en largo, no solo occidental. En 1974, cuando le ganó por knock-out a George Foreman en The Rumble in the Jungle ( La pelea en la selva , uno de los eventos deportivos más importantes de la historia), Alí sabía que los habitantes de Zaire (donde se celebró la riña) veían algo más que una pelea.
En un país en el que las televisoras no tuvieron los derechos de transmisión de la contienda, miles de zaireños (hoy conocidos como congoleños) inventaron un cántico que hoy es universalmente conocido: “Alí, boma ye” (en español: “¡Mátalo, Alí!”), en un contexto en el que su triunfo supuso una reivindicación de una cultura que siempre se supo ninguneada.
Alrededor del cuadrilátero, los conciertos de la Fania All-Stars, BB King y James Brown le inyectaron mayor valor cultural a una pelea que en 2002 fue elegida por el público británico como el sétimo evento deportivo más relevante de la historia.
Pero no era solo lo que pasaba cuando Ali noqueaba a alguien, sino las formas en las que recordamos esos guiños de empoderamiento y esperanza. La pelea en la selva y su contexto luego fueron registrados en el documental ganador del premio Óscar When We Were Kings (1996). De igual manera, la película Alí encuentra su clímax a la altura de aquel monumento temporal, y los libros The Fight (1975) y Shadow Box (1993) nacieron a raíz de la pelea.
Valga recordar que esta creatividad se derramó tras un instante de la inspiradora vida de Ali.
Activo artístico. Desde su aparición en la luz pública, Mohammed Alí fue un ícono capaz de inspirar los más profundos poemas, las canciones más poderosas, los textos más humanos y las películas más emocionantes.
En su canción I Shall be Free No. 10 (1964), Bob Dylan ejemplifica el ímpetu de su lucha diciendo que le va a dejar la cara a Cassius Clay (nombre de cuna de Alí) igual que la de él, y que su madre no será capaz de reconocerlo.
Fue una de las primeras obras musicales inspiradas o basadas en el boxeador. Luego siguieron canciones de Skeeter Davis, Vernon Harrell, The Fabulous Thunderbirds, Ben Folds, R. Kelly, LL Cool J, 50 Cent, T.I, , Will Smith y Billy Joel, entre varios más.
Además, Alí fue objeto de cientas de fotografías consideradas icónicas en la actualidad; su rostro sudado en el ring, o levantando campeonatos, o en conferencias de prensa, ha llegado a los más importantes museos del mundo a través de la fotografía.
Naturalmente, el deportista no solo inspiró canciones y fotos; libros, prosas y poemas sobre “el más grande de todos los tiempos” existen al por mayor, además de su propia colección de escritos y su famosa autobiografía The Soul of a Butterfly (2004).
Esto sucedió porque, dentro de su aptitud deportiva, Alí era un artista a su manera; un artista que se dejó transformar por sus ojos, y que nunca se prohibió expresarse desde el corazón sobre todo lo que considerase válido.
Fue a través de su escritura y memorias –no solo en el ring– que reveló su fragilidad, impropia –desde el punto de vista social– de quien se da de golpes para vivir.
“Mi alma ha crecido con los años, y algunos de mis puntos de vista han cambiado. Mientras esté con vida, continuaré tratando de entender más, porque el trabajo del corazón nunca termina”, escribió en su autobiografía. “Entré en un viaje de amor, buscando la verdad, la paz y el entendimiento. Todavía estoy aprendiendo”.
Esa sensibilidad lo hizo aliado del arte y de la humanidad sin fronteras. Por eso, su legado no se limita a la demarcación deportiva del cuadrilátero; sus fronteras son las de los valores que siempre ponderó y demostró sin temor.