Con Joaquín Sabina no hay términos medios. O se le ama con pasión o se le odia con la misma intensidad. La noche de este miércoles, en el concierto que ofreció el español en el Estadio Nacional fue, definitivamente, la mejor expresión de lo primero.
A él, como lo dijo en entrevista con Viva, lo que le importa es saborear su vida y sacarle el jugo a lo que resta de ella, sin importar si alguien no siente agrado por su obra. Esa es la razón por la cual vive feliz disfrutando de esas canciones de las que no siente vergüenza y eso, para bien de sus fanáticos, se sintió en el espectáculo. Joaquín no se entera de odios, se dedica a amar en escena, donde realmente importa.
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El disco Lo niego todo, que estrenó el año pasado, fue la excusa para esta gira de la cual Costa Rica es parte. El Flaco volvió al país con una carga de piezas nuevas (que ya tienen un año, así que ya son parte del imaginario) pero también con una historia de himnos queridos y de poesía hermosa de su gran catálogo.
Acompañado por sus hermanos de vida Pancho Varona y Antonio García de Diego y de su familia de músicos, Sabina desgarró con su voz de lija varios temas de este último disco. El público, que tenía ya ocho años sin enamorarse de piezas nuevas del español, tuvo la oportunidad de corear lo más reciente del Flaco de Úbeda.
Joaquín subió al escenario a eso de las 7:20 p. m. al ritmo de Y nos dieron las diez, que sonaba de fondo. Sin embargo, la canción que escogió para comenzar su recital fue Cuando era más joven una oda a sus años mozos en la que narra sus legendarias pillerías, pero casi de inmediato hizo lo que todos esperaban, negarlo todo con la canción que le da nombre a este álbum y con la que asegura vehementemente que no es el protagonista de la leyenda del suicida, ni la del bala perdida.
Tras esas dos piezas, llegó la oportunidad para escuchar las primeras palabras del maestro hacia su público costarricense. "Hace 25 o 30 años cuando en Centroamérica no me conocía ni Dios, encontré un país tremendamente hospitalario y hermoso. Desde entonces me siento un poco tico", dijo cariñosamente.
"La calle de la amargura" como Sabina llamó en broma a la primera parte de su show de temas nuevos, siguió con Quien más quien menos, No tan de prisa, Lágrimas de mármol, Sin pena ni gloria y Noches de domingo.
Como buen conversador, Joaquín tomó espacios para presentar con divertidas anécdotas a sus músicos, a quienes, como mencionamos antes, los ama como se ama a la familia.
Para demostrarles justamente ese cariño tan grande y rendirles homenaje, Sabina salió de escena para que su familia tuviera la oportunidad de demostrar su brillo en solitario. Así, el grande de Pancho Varona se puso frente al escenario para cantar La del pirata cojo, con Joaquín en los coros.
Segundo aire
El frío en el Estadio Nacional fue tan protagonista como la voz de lija del español, pero a pesar de eso, lo que se sintió en el recinto fue un calor a flor de piel cuando arrancó la segunda parte del espectáculo porque si, llegaron las viejitas.
Con 69 años encima, canas vistosas en su cabeza y una mirada de amor en su rostro, Sabina se entregó por completo en una noche protagonizada por la fisga del maestro quien dijo que cumplió su sueño de niño: convertirse en un viejo verde.
Pero para llegar a eso tuvo que pasar por canciones como el homenaje que le hizo a su entrañable amiga Chavela Vargas con Por el bulevar de los sueños rotos, así como por la dulce Peces de ciudad y, por supuesto, la rítmica y sabrosa 19 días y 500 noches.
De nuevo el maestro salió por un momento y en esta ocasión fue Antonio Garcia de Diego quien tomó el protagonismo para interpretar a piano la emotiva A la orilla de la chimenea. Luego, el espacio fue dominado por el guitarrista Jaime Azúa con Seis de la mañana, un rock and roll entretenido.
Al volver para lo que sería su despedida, Sabina entregó Y nos dieron las diez y Noches de boda. Pero ni su público, ni sus músicos, ni mucho menos él querían que la cosa quedara allí. Todavía era temprano y había mucha energía para gastar así que la roquera Princesa llegó para ponerlos a todos a bailar.
Por supuesto que el apagón de luces del escenario no podía significar el adiós definitivo, los sabineros que abarrotaron el Estadio Nacional no lo iban a permitir. Antonio volvió y cantó a guitarra y voz Tan joven y tan viejo para dar paso a la voz de Joaquín.
Las lágrimas en sus ojos y la expresión de agradecimiento que tenía en ese momento contrastaron por completo con el Sabina que se mostró pillo y divertidamente sarcástico de toda la velada. Empero, la imagen que se proyectó en las pantallas gigantes del rostro agradecido del artista, definitivamente lo mostró amoroso tal cual es.
Ahora sí, el adiós definitivo llegó gracias a Contigo y Pastillas para no soñar. Fue una gran noche. Una noche para recordar. El maestro Sabina cumplió sueños, cumplió promesas y llevó a su querido público por un viaje armónico.