Al llegar a Cartagena, uno de los nueve distritos de Santa Cruz de Guanacaste, las primeras notas musicales que se escuchan son las de Demasiado niña , de Eddy Herrera. Emanan de la cantina del pueblo, una edificación de madera añejada por el sol y el polvo, reluciente con maquinitas de juego y botellas medio llenas del aparador. En un rato, ese jueves 27, la Orquesta Sinfónica Nacional tocaría por primera vez en su historia a unos metros, en la iglesia de la comunidad.
A las 4:30 p. m., Brandon Villarreal ya estaba sentado en una banca del parque, cerca de los mejengueros y de los perros adormecidos en el zacate. Con los audífonos puestos, esperaba hora y media para el inicio del concierto, el tercero en la gira guanacasteca de la Sinfónica. Villarreal, de 20 años, viajó una hora, desde Tamarindo, para escuchar a la agrupación; también era su primera vez.
En el momento en el que los buses que transportaban a los músicos llegaron, se levantó y corrió para sentarse en la primera banca de la iglesia Nuestra Señora de los Ángeles. Estudia marimba y guitarra; recién comenzó a estudiar lectura musical. “Como apenas estoy empezando con lo que es leer música, es complicado”, confiesa. De cerca, en unos minutos, tendría a algunos de los músicos más prominentes del país interpretando obras de Beethoven, Massenet, Bizet y Rimsky-Kórsakov.
Con estos conciertos en Liberia, Filadelfia y Cartagena , celebrados de martes a viernes, solo le queda a la Sinfónica visitar Limón para haber estado en las siete provincias en su 75. ° aniversario.
Notas vivas. Cartagena es una ciudad pequeña, cálida y musical. En el 2010, uno de los músicos más ocupados de Guanacaste, don Tomás Guadamuz, fundó una escuela de música que ahora tiene 85 alumnos. Él y sus hijas imparten lecciones a niños de 5 años en adelante y, poco a poco, han enamorado a Cartagena. “Lo que falta nada más: estamos pulseando el profesor de cuerdas”, dice, orgulloso de las agrupaciones de su escuela.
A la vez, Guadamuz dirige la Banda Municipal de Santa Cruz y colabora con otras agrupaciones de la provincia (“Yo no puedo decir que no; un director de una banda municipal no puede decir nunca que no”, admite). Lo encontré en el salón de ensayos en Santa Cruz, el cual, detalla, no tiene baño para mujeres y es limitado para la cantidad de trabajo de la banda. Muchos de los instrumentos están allí desde 1975.
Sin embargo, así atrae a músicos de Guanacaste y destaca en los Festivales Estudiantiles de las Artes y competencias de bandas dentro y fuera de la provincia. “Llegué a Cartagena en 1971 y todavía estoy aquí. Con un pedacito de cuajada y una tacita de café, me quedé en Cartagena”, bromea. Por esos años, recibió clases de Jesús Bonilla y Gerald Brown, director de la Sinfónica Nacional.
Aquel jueves, no pudo asistir al concierto, pero estaba seguro de que sus estudiantes estaban “emocionadísimos”. En Cartagena, su hija Dania, directora de bandas, preparaba los refrigerios para darles la bienvenida a los músicos de la orquesta. Allí, sus esfuerzos han contado con el apoyo de los vecinos: “La comunidad responde porque sabe que es algo bueno para sus hijos”, afirma Dania.
A pesar de esta cercanía a la música, nunca había tocado una orquesta en la localidad. En una tarde tostada de sol, la iglesia empezó a llenarse poco a poco, haciendo insuficientes los ventiladores y colmando todas las puertas y recovecos del templo. En el pasillo central, un grupo de niños contemplaba cómo afinaban los músicos sus instrumentos y se preguntaban, quizá, cómo sonarían.
“Es muy gratificante. Sentís que valió la pena todo el trabajo porque está llena la iglesia”, comentó el contrabajista de la orquesta, Esteban Rojas. “Es una orquesta que quiere mostrarle al pueblo de Costa Rica que somos su orquesta, que no toca solo en un lugar en San José. Claro, el Teatro Nacional es nuestro hogar, pero es importante que nos acerquemos a muchas comunidades”, considera Carl St. Clair, director titular de la orquesta desde el 2014.
Una a una, la orquesta interpretó arias de Carmen (con la mezzosoprano Patricia Cay), tenues notas de la Sétima Sinfonía, de Beethoven, y el Mambo de West Side Story , de Bernstein. “Esto es un privilegio. Es como un regalo de Dios que el Señor nos está dando. Esto nos abre las fronteras, la mentalidad; cosas que no hemos vivido, a las que muchos no tenemos el acceso”, dijo la vecina Matilde Esquivel.
El público celebraba cada nueva pieza con evidente alegría; tan cerca de los músicos, las vibraciones del sonido se sentían en la piel. No cabía nadie más en la iglesia. En el jardín, Esquivel se despejaba del calor mientras la orquesta brillaba con la Meditación de Thaïs , de Massenet. Sonriendo, comentó la vecina: “Que Diosito me los cuide, me los bendiga y se acuerden de venir”.
Al día siguiente, la orquesta cerró su recorrido guanacasteco con otro concierto repleto en el Instituto de Guanacaste. Nota a nota, las caras de aburrimiento de acto cívico se transformaron ante una música extraña para muchos, pero curiosa y cambiante, profusamente aplaudida. Entre las filas de cientos de estudiantes, una que otra cabeza se levantaba para averiguar cuál instrumento sonaba así, los gestos de St. Clair a la batuta y la viva fuerza que vibraba desde las cuerdas.
Las presentaciones concluyeron con música especialmente querida en Guanacaste, en la forma de Inspiraciones costarricenses , de Carlos Guzmán . Ondeando pañuelos típicos por lo alto, los músicos entregaron a Guanacaste su música, de una forma que probablemente no muchos habían escuchado. Al fondo, en medio de la audiencia, reventaron los güipipías.