Ni siquiera recuerdo cuál fue el tema-inducción a Ricardo Arjona. Casi seguro no tuvo que ver con el verbo o el sustantivo, ni con la doña de las cuatro décadas, mucho menos porque en aquel momento andaba en mis 20’s.
Posiblemente los primeros dardos a las entrañas vinieron con la Historia de taxi pero no solo por pegajosa (sí sí sí, y por la rima maravillosa o forzada, según quien la escuche, LIBRE ALBEDRÍO) si no por la analogía con la coyuntura personal de entonces.
Igual lloré a rabiar con Te conozco pero curiosamente no solo por los intensos amores del momento, si no por una historia personal de esas que se deben de contar por centenares al tenor de la música de Ricardo Arjona.
A principios de los 90 mi hermana Jannia (fallecida años después en un accidente) rumiaba un divorcio tan temprano como la boda, cuando ella y él acaso habían cumplido 20. En la primavera de su juventud, ella pareció tomarse el tuerce con la veleidad propia de esa edad, pero ambas descubrimos que hay dardos emocionales que sanan a costa de cicatrices perennes.
En aquel momento yo era bartender y ella recepcionista, pero logramos ahorrar no solo para el primer concierto de Arjona en el Palacio de los Deportes, si no que nos alcanzó para la fecha adicional que se habilitó en cuestión de horas, para el día siguiente.
Recuerdo como si fuera hoy cómo delirábamos con el entonces aún novel intérprete chapín que a todas luces pintaba a fenómeno masivo, y entonces se hizo el silencio... bajaron las luces y, en la penumbra, Arjona soltó a capela –en un toque que hoy es uno de los clímax de delirio en cada concierto– una de sus óperas primas, Te conozco.
Levité con otras cientos de almas en una euforia colectiva y, al intentar abrazar a mi hermana, la descubrí ajena al frenesí, sentada, intentando enjugarse con las manos el rostro bañado en lágrimas. Así, en un momento sublime, eternizado en el sepia del tiempo, Arjona nos enseñó a ambas que, aún a los 20, sin hijos ni daños a terceros, un divorcio dolía. Aún así, las dos le dimos el sí para siempre a Ricardo aquella noche.
Luego se fueron sucediendo los años y el vínculo se volvió adicción, muchas veces teñida de asombro cuando, de nuevo, las canciones del tipo trazaban una analogía con la vivencia del momento. No por casualidad sonreía socarronamente con Tu reputación (hasta la fecha); sí, se me murió el amor (varias veces) porque lo empujó el hastío ; seré un animal nocturno hasta que cierre los ojos por siempre; a mí también me intentaron construir puritana e inteligente (logro a medias); me he tomado un café con su ausencia ; me han dicho que no, me han clavado una duda y me he pasado todo el día buscando una estrategia para un sí ; le he gritado a aquel que le faltó el valor para luchar por mí y que por despecho termina hablando con los pies y sí, ¿quién te dijo que tú voltearías mi futuro al revés?
Ricardo nos ha tatuado a sus acólitos el amor y el desamor; nosotros no necesitamos diseccionar el sentido de sus canciones para ver si es machista o misógino porque nos movemos en su misma sintonía y entendemos perfectamente que él quiere decir lo que está diciendo, no lo que otros prefieren entender.
Y es que, más allá de los pseudoanálisis y desmenuces de patéticos snobs que intentan deslumbrar con su "intelecto" basureando a Ricardo Arjona, estamos los millones que simplemente nos consumimos en su prosa o su verso –simple o forzado, qué diablos importa– y nos dejamos arrastrar, a puro instinto, a puro oído, a puro estímulo sensorial, legos en la música pero duchos en abrirnos al mundo de las pasiones desaforadas y los amores furtivos y hasta imposibles, los favoritos en los temas de Ricardo.
Porque estos no solo son los más deliciosos, si no los únicos que sobreviven a la ineludible modorra de la rutina. Y por eso, a la larga, son los únicos reales, como bien lo ratifican las verdades intravenosas de ese genio que nos funde en una masa delirante que solo nosotros, entre nosotros mismos, podemos dimensionar, “se joda el que se joda”. revistadominical@nacion.com