El concierto de Red Hot Chili Peppers, efectuado este martes 31 de octubre, fue una clase magistral de cómo se debe hacer un espectáculo; una lección de música dictada por cuatro referentes que, aunque ya dejan ver las arrugas de su cara, mantienen el espíritu juvenil con que irrumpieron en escena hace cuarenta años.
Aquellos muchachos rabiosos (en el mejor sentido de la palabra), son actualmente como un profe cool; maestros de un oficio que todos conocen como rock n’ roll.
Que lo diga el Estadio Nacional, repleto a más no poder. En sus gradas y gramilla había una fanaticada dispuesta a cantar himnos de quienes alguna vez fueron chicos y que hoy, posiblemente, son padres de familia. Con el apoyo entusiasta de un público más joven, que en el 2023 no se resiste al encanto de los californianos, el coro fue intenso.
Por tercera vez, los cuatro de California volvieron a una Costa Rica deseosa de su espíritu enérgico y contagioso. Sus acordes fueron tan poderosos que matizaron el sombrío ambiente que provocó la neblina, digno, justamente, de una noche de Halloween.
Sustos no, solo gustos
Muchos podrían creer que el ambiente en un concierto de rock puede ser de todo menos colorido, que solo camisetas negras dominarán el ambiente. No fue así en el show de Red Hot Chili Peppers en Costa Rica. Más allá del rojo que distingue a la banda, muchos asistentes aparecieron con maquillaje tradicional de Halloween.
Por ejemplo, una chica llegó vestida de Beetlejuice y no paraba de saltar en la previa del concierto. Otro muchacho llegó completamente en cuero, con una camiseta de Harley Davidson, como si fuera el más rudo motociclista.
Otro por ahí, también, parecía andar disfrazado de Anthony Kiedis, el vocalista principal de Red Hot Chili Peppers, pues andaba sin camisa, un chaleco rojo, botines y los pantalones cortos que tanto distinguieron al líder del grupo a finales de los noventa, cuando explotaron su fama.
Otro chico, incluso, estaba vestido del Papa. En resumen, un catálogo de personajes desfiló en la zona Superfan, la más cercana al escenario, donde no escasearon trajes y maquillajes de brujas y zombis.
Para abrir el espectáculo, de hecho, Kiedis pronunció la siguiente frase: “Happy Halloween San José”.
Lastimosamente, mucho de este color se empañó por la tremenda lluvia que cayó en el Estadio Nacional, que convirtió cualquier intento de creatividad de vestuario en un habitual poncho. La lluvia no cesó, inundó vasos de cervezas y arruinó tennis al por mayor. Pero bueno, los fans sabían que la empapada iba a valer la pena.
Entrando en materia
Red Hot Chili Peppers demostró que son un grupo curtido, que se entiende a la perfección. El icónico Anthony Kiedis se movió de un lado a otro del escenario con soltura, siempre besando el micrófono durante todo su espectáculo.
Empezó el concierto cantando tres poderosos temas: Can’t Stop, Scar Tissue y Dani California, los tres entonados con una fuerza adolescente, levantando sus brazos y poniendo su galillo a prueba.
Por momentos, eso sí, su voz delataba el paso de los años y se escuchaba un tanto ronco, pero nada que lamentar.
Flea, el emblemático bajista de la banda, cumple con la leyenda que rodea a su forma de comportarse en conciertos: es un niño en el cuerpo de un adulto, un hombre que no puede quedarse quieto ni un solo momento.
Su bajo es como una batuta para la banda, pues Flea siempre marca el tiempo de las canciones y se desplaza entre sus compañeros como supervisando que todo funcione bajo su mirada de metrónomo.
Además, Flea irradia un carisma único: tiene una sonrisa que lo convierte en un inevitable “cae bien”. Además, los más futboleros, recordarán que el angelino apoyó a la Sele de Costa Rica en el pasado mundial de Qatar 2022.
“Amo su maldito país, muchachos”, dijo el bajista al público tico. “En verdad los amo. Son los mejores”.
Del otro par de integrantes de la banda no hay sorpresas. John Frusciante, inspiración intergeneracional para todo aquel que haya decidido probar suerte en una guitarra eléctrica, es impecable en sus ejecuciones. Es un tipo más comedido que sus otros compinches, pues parece estar más concentrado en atinar la infinita escalera de notas que construye en su instrumento. Por ejemplo, en Me and My Friends, mostró todos sus dotes.
Finalmente, Chad Smith (el que menos reflectores busca en la banda) pareciera un robot diseñado para la batería. Sus manos se mueven con una precisión tremenda, al punto en que cuesta distinguir sus bolillos en medio de su frenesí.
Toda la sinergia de la banda quedó demostrada en los temas Eddie, Can’t Stop, Tell me Baby, Black Summer y, por supuesto, la infaltable Californication.
El espectáculo cerró con By The Way y Give it Away, piezas que desataron una locura absoluta en los asistentes, quienes saltaron junto con el vocalista durante los últimos minutos de concierto.
En resumen, Red Hot Chili Peppers espantó todos los fantasmas de un San José nublado y lluvioso. El Estadio Nacional, envuelto en tenebrosas brumas, se iluminó con el espíritu del rock y la luz radiante de un show de primera clase.