Nació en la casa, una partera lo trajo al mundo en el josefino barrio Amón. El rugido del león del parque Simón Bolívar no pudo opacar la fuerza de los pulmones y del llanto del niño al venir al mundo; hoy esa potencia está intacta porque la fortaleza de su voz nació para encantar.
Han pasado 72 años desde aquella primera vez que se escucharon las cuerdas vocales de Ricardo Padilla, pero hoy celebra 50 años de carrera profesional, de trayectoria como uno de los cantantes más imponentes de la historia de la música en Costa Rica, de uno de los galanes que todavía roban suspiros.
De voz elegante, de humor envidiable, galante, alegre, talentoso y con estrella. Así es como se pueden resumir las cinco décadas de vida artística que Padilla celebrará este sábado 16 de noviembre en una fiesta en la cual el homenajeado se celebra a él mismo, a su música y a sus amigos.
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El tico, quien labró una fructífera carrera en México, cantará los más grandes éxitos de su carrera profesional; también aprovechará el buen estado de su garganta para interpretar baladas de la música latinoamericana y uno que otro tema icónico en inglés; además estrenará una canción de su autoría porque sigue vigente porque su voz lo permite, porque el ímpetu está intacto, porque quiere y puede.
El escenario del Teatro Nacional, que lo ha recibido ya en muchas ocasiones como si fuera su hogar, será una vez más la tarima que vea a Ricardo interpretar aquellas temas románticos como Ni amante, ni amor, ni nada, Garra de león o la queridísima Puntarenas.
De buen verbo, con una actitud ganadora frente a la vida y con la frente en alto por los logros de una carrera longeva que lo ha llevado a compartir escenario con otros grandes artistas de la música latinoamericana; la vida de Ricardo Padilla en las artes no ha sido dedicada solo a cantar; en México por ejemplo se le recuerda con cariño por su participación como actor de novelas gráficas y también por su faceta como pintor.
Todas esas aristas que lo convirtieron en una estrella cuando apenas era un adolescente, son las que festejará el sábado a las 8 p. m. en el espectáculo Aún hay más, concierto que tendrá como invitados especiales a Los Tenores y que marca la tendencia de Ricardo en su vida artística: no parar hasta que el cuerpo aguante.
Esa noche Ricardo quiere demostrar frente al Teatro Nacional que sí, que aún hay más para dar, que todavía queda voz para cantar y ánimo para subirse a un escenario. “Soy un roco, sí, pero sigo en esta onda bailando. Tengo ilusiones, yo quiero ir a pegar a Estados Unidos así tenga 90. ¿Por qué no? Si el canario empieza a fallar está bien, pero mientras aguante, esas son mis ilusiones”, dijo lleno de vitalidad.
Nacido para cantar
La voz de Ricardo no era indiferente para nadie, la estrella la traía, las ganas las tenía y el talento era innato.
“En el kínder las monjitas me ponían a cantar, cuando estaba en la escuela mi mamá me puso a aprender a tocar acordeón mientras los amiguillos míos andaban jugando fútbol”, recordó el artista, quien fue estudiante del Conservatorio de Castella.
En su adolescencia Ricardo soñó con ser artista, para él todo era música y encontró complicidad y apoyo en dos personas: el profesor Claudio Brenes y Álvaro Fonseca, su tío. El primero lo impulsó para que tomara la música con seriedad, el segundo le ayudó a concretar su sueño.
De la mano de Fonseca, Padilla creó su propia compañía disquera, se llamó MPC (Musical Production Corporation Limited). “Mi tío fue el que vio por mí, sin él de verdad que no hubiera podido andar en esto, él puso su platilla, me asistió, hicimos el disco Puntarenas e inteligentemente llevaba los discos a las tiendas. Una vez pusimos los álbumes y unas fotillos mías en la vitrina de la tienda Universal, vieras la vacilada porque yo pasaba a cada rato para verme; el único que me quitó el campo fue Santa Claus cuando llegó la Navidad”, recordó Ricardo en medio de una amplia carcajada que marca a la perfección el par de camanances que reinan en sus mejillas.
Con apenas 17 años fue uno de los protagonistas de la ópera La forza del destino, de Giuseppe Verdi y ese mismo año se presentó en varios conciertos en el Teatro Nacional. El pegue que tuvo Ricardo en Costa Rica con el éxito Puntarenas pronto trascendió las fronteras y así fue como poco a poco, creyendo en él mismo y en su talento, el costarricense abrió espacio para forjar su carrera. “Hay que creérsela porque si no es uno, ¿quién?”, afirmó.
La llegada a México fue, justamente, el gran paso que necesitaba dar y le llegó con una llamada por teléfono por parte de la disquera mexicana Discos Musart.
“Me llamaron para decirme que estaban interesados en mí. Recuerdo que cuando llegamos a México un hombre de las autoridades al avión preguntó quién era Ricardo Padilla, se lo juro que yo pensé que me iban a meter preso y ni sabía por qué; la cosa es que querían mi pasaporte para que no tuviera que pasar por los servicios de aduanas. Imaginate, como toda una estrella me trataron y yo apenas tenía como 19 años, lo primero que le dije a mi tío fue que en seis meses México iba a ser mío”, narró Padilla.
Acuerpado por Musart, Padilla comenzó su conquista mexicana, la cual se extendió por 29 años gracias a que el artista participó de fotonovelas, entrevistas en programas de la gigante Televisa. También trabajó como modelo y compartió escenario con grandes nombres de la música como Tom Jones, Nelson Ned, Armando Manzanero y Joan Manuel Serrat.
En su faceta como actor fue protagonista al lado de María Félix, Angélica María y Lupita D’alessio.
“Iba a las entrevistas a cantar en vivo, me echaba Migajas, pero todavía faltaba un gran éxito, el cual llegó con Ni amante, ni amor, ni nada. Eso fue lindísimo porque ya la gente me reconocía en la calle, las chiquillas me pegaban unos carrerones y me tenía que esconder en Televisa”, recordó entre risas.
Fue tal su impacto en la escena mexicana que el año pasado fue reconocido con el Premio Claustro Doctoral Honoris Causa A. C. que le entregó el Museo José Luis Cuevas en tributo a su historia de vida convertida en éxito.
“Todavía no he llorado México, tengo que llorarlo solo. Llorar México es llenarme de ese país, abrazarlo, yendo y metiéndome en las callecitas solo, yendo a los tianguis, ir a Bellas Artes, despedirme. No me he despedido porque cuando volví a Costa Rica solo me trajeron y no me dieron tiempo”, dijo algo melancólico por ese país que lo quiso tanto.
Padilla visitó varios países con su música y con su talento conquistó a miles de fanáticos fuera de nuestras fronteras gracias a sus participaciones en el prestigioso Festival OTI de la Canción; el artista representó a Costa Rica en las competencias de Valencia, España (1994) con el tema Como vino se fue; Lima, Perú (1982) con la canción La mujer de mi vida y en Buenos Aires, Argentina (1980) cantando El amor se va.
Tras su regreso a Costa Rica, Ricardo decidió poner fin a su carrera para dedicarse a su vida personal y a la familia. Desde 1998 así fue, hasta que 10 años después la espinita del artista lo picaba para que regresara a los escenarios que tantas glorias le habían dado; así fue como en el 2008 publicó el disco Íntimamente con nuevas versiones de sus éxitos y temas inéditos de su autoría.
Desde ese momento ya va más de otra década y, si de algo él mismo está seguro, es que Costa Rica tiene a Ricardo Padilla para rato.
Agradecido
–¿Con esa estrella se nace o se hace, cómo es en su caso?
–Todos tenemos nuestra propia estrella, lo que hay que saber es cuál es. Yo con los años todavía estoy descubriendo cosas, pero cada uno de nosotros somos especiales, estamos hechos para algo; cada uno de nosotros tenemos un propósito en la vida. En mi caso siento que me ha funcionado y no me he estrellado todavía.
Casado con Julieta Jiménez y padre de Ricardo y Beatriz, Ricardo afirma que está agradecido con la vida principalmente por su familia, pero que también la música es uno de los pilares más fuertes en su ser. “Lo más importante que tengo son mis hijos, tengo una familia muy bonita, nos llevamos muy bien”, dijo.
En sus 72 años hay temores y alegrías, afirma el artista que, aunque estuvo mucho tiempo solo en su vida artística, aprendió a que la soledad fuera su mejor amiga. “Tenía yo una convivencia muy íntima conmigo mismo, tengo que volver a tenerla. Antes me veía en el espejo y me reía conmigo mismo, ahora ya no me veo tanto, paso más rápido frente al espejo”, bromeó.
“Ha sido un buen viaje, yo no me quejo, aunque siempre queremos más. Aprendí que hay que quererse uno mismo, que hay que respetarse y darse su lugar, un buen lugar; si vos no te respetás, no te van a respetar a vos", finalizó.