Una madre muy joven, de unos 28 o 29 años, entró al Centro de Eventos Printea con sus dos hijos. Abrió sus ojos y, como andaba sin mascarilla, dejó ver la gran sonrisa que le produjo el Rock Fest en sus primeras horas de vida, este 14 de mayo.
En ese mismo instante Adrenal, banda costarricense de metal melódico, empezaba su presentación. Adriana Muñoz, la vocalista, aparece con una camisa negra y unos leggings naranja, agradece a los presentes y de repente transforma su voz. Sus cuerdas vocales cambian el apaciguado tono de saludo por una cueva de sonidos guturales que parece venir de otro rincón, de otro cuerpo.
La madre, entusiasmada, le hace una señal a su pareja para ir hacia el escenario. Uno de los niños entra, obediente, pero el otro se queda viendo desde lejos el espacio infantil que habilitó la organización: una zona verde con trampolines, toboganes, colores y posibles compinches de juego de su propia edad.
Los ojos del niño dejan a sus padres en una disyuntiva: ¿quién se separa para complacer a su pequeño?.
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Universos compartidos
La versión 2022 del Rock Fest, ocurrida nueve años después de su última edición, fue pensada para la familia. El Parque Viva se convirtió en un campo abierto con distintos ambientes. Por supuesto, hubo dos escenarios de puro rock, pero también aparecieron otros territorios que dieron un contraste especial al festejo.
Por ejemplo, mientras Adrenal lanzaba sus estridentes notas vocales en el Centro de Eventos Printea (que es una locación bajo techo tan amplia como para albergar el escenario, tres spots comerciales y media docena de foodtrucks), un grupo de mujeres realizó meditación a unos cuantos metros del espacio.
Por supuesto, las mujeres portaban audífonos para anular todo el sonido externo. En su trance hicieron respiraciones guiadas con los ojos cerrados y parecían, literalmente, estar en otro plano. Es como si la ola de sonido externa que parecía arrasar con el más inocente oído, fuese inhabilitada por arte de magia.
Del otro costado del centro de eventos se ubicó la zona infantil. Allí, en una esquinita, se asomó Federico Miranda, el querido guitarrista de Gandhi que, en vez de llevar su usual guitarra eléctrica, llevó encima una acústica. A su lado, la cantante Malí, lo acompañó junto a una tropa de niños.
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Aún en este sitio, ubicado al menos a unos 500 metros de distancia del Centro de Eventos, se podían pellizcar en el aire los sonidos de Adrenal, pero eso no importó. Miranda tocó en su guitarra Sweet Child O’ Mine, de Guns N’ Roses, y los niños se balancearon de un lado a otro, ponían atención y fijaban su mirada en un guitarrista que les sonreía y, de vez en cuando, les hacía una mano cornuta en son de broma.
Contiguo a esta zona, se ubicaron unas cinco mesas para comerciar mercadería del festival y otros productos. Fue toda una imagen ver, a un lado de la mesa, a un niño fascinado con los juguetes de Fortnite que estaban a la venta y que no podía comprar. Del otro lado del lugar, por su parte, se vendían libros titulados El estado y las clases, Las revoluciones de Berta y Escepticismo anarquista. De que hubo variedad, hubo variedad en el Rock Fest.
Aún en el eclecticismo todo convivió en armonía. Siempre se dice que, cualquier festival, sea de música, cine o literatura, es un universo. Puede que esta resurrección del Rock Fest, casi diez años después, haya significado también una inevitable modernización: padres que gozaron una era roquera que se reviste de oro, comparten hoy su propia fiesta con todo lo que exige un evento en estos tiempos, aunque eso signifique headbanguear al lado de un estante de funkos.
Música y más música
En las primeras horas de la jornada en el escenario Bansbach -ubicado en el Anfiteatro Coca-Cola- se soltaron los sonidos más pesados del festival. A eso del medio día la banda de punk Ladrona, con su impactante vocalista Bacteria Chac, hicieron las suyas sobre la tarima.
La fortaleza del género y sus representantes fueron pieza clave para que, poco a poco, el anfiteatro se fuera llenando de público. Cuando fue el turno de esa locura llamada Xpunkha, su cantante Marco Hernández y el resto de la banda enloquecieron a la audiencia.
En ese mismo escenario, el poderío del metal de Deznuke e Insano fueron una dosis extra de éxtasis. Y como el Rock Fest es más que un género, sino más bien un movimiento, a tempranas horas por esa misma tarima pasaron Nou Red y Pazzword, con unas notas un poco menos fuerte en sonidos, pero igual de intensas.
También, durante el día, The Great Wilderness cautivó a sus seguidores con una presentación completa, llena de carisma y deliciosas canciones, ellos se presentaron en la tarima Pilsen del Centro de Eventos Printea.
El sol se desvaneció en la jornada musical y muchos aprovecharon para refugiarse en ese mismo recinto. Allí Federico Miranda y su Baula Project los esperaba con su guitarra eléctrica dispuesta a bajar las revoluciones, que se habían generado en las horas previas.
Cuando la tarde cayó y ya la lluvia había dicho presente en el festival, con Cautiva del mar los experimentados de Inconsciente colectivo dieron inicio a su espectáculo en la tarima Pilsen. Sin duda fue un golpe fuerte de emociones para el público que abarrotó el espacio. Por supuesto, cuando cantaron Frágil, los músicos pararon de tocar y todos los asistentes corearon el tema a capela.
Abel Guier, otro veterano de la escena tica, se acompañó de su socio Alberto Moreno para presentar el set de Mimayato, propuesta calma de bajo eléctrico y contrabajo que, en esta ocasión, se acompañó de cuatro violines adicionales y percusión. El público decidió relajarse y aplaudir desde la comodidad de su asiento: el propio piso.
Antes de que la luz diurna desapareciera —y el cierre de edición se asomara—, Billy The Kid no faltó a su eterna promesa de poner a mover a todos. El infaltable mosh pit hizo bandera de su presentación y dejó a todos calientes para la recta final de la noche. Eso sí, de ese esperado final, que sería amenizado por Mekatelyu, Santos y Zurdo, The Waldners, Alphabetics y Gandhi, hablaremos después.