Tras años de publicar fotos de tripas en su Instagram, de lanzar canciones que suenan a fajazos arrítmicos, y de hacer videoclips tan poco digeribles como su música, lo que hizo Arca el miércoles pasado es casi algo menor.
Ese día, la cantante transgénero venezolana cuyo nombre es Alejandra Ghersi (antes Alejandro) lanzó un sencillo de 62 minutos (sí, más de una hora sin ser un disco) tras tres años de silencio.
Este lanzamiento es una gran oportunidad para repasar su figura, una que recoge a miles de jóvenes en el mundo con beats electrónicos difíciles de masticar pero que, una vez entrando a su juego, resultan jugosos.
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Sin límites
Arca es sincera con quien se le ponga al frente, sea mediante la vista o los oídos. Así como su estética es rocambolante, su música es un universo de ambigüedad que parece provenir de la oscuridad de las ciudades, de los fosos y alcantarillas de un pueblo en el que todo parece un eterno sueño.
Su música suele evadir la melodía; son mezclas electrónicas que difícilmente hacen bailar a alguien. Ese carácter es absolutamente intencionado, y Arca muestra como ritmos que parecieran llegar al R&B y al hip-hop pueden convertirse en otros engendros, al mejor estilo de vanguardia.
Para entender la creación de su estilo hay que remitirse hasta la infancia del entonces Alejandro, quien creció en una familia de clase alta de Caracas. Fieles a una supuesta tradición cosmopolita, matricularon al pequeño en clases de piano que rápidamente se volvieron tediosas.
Lo que cambió el interés por la música fue cuando encontró en el cuarto de su hermano unos discos apilados. Se trataba de obras del grupo de rock industrial Nine Inch Nails y del productor electrónico Aphex Twin.
Por eso, al llegar a la secundaria, Alejandro comenzó a hacer mezclas e incluso comenzó un proyecto llamado Nuuro, que llegó a ser adquirido por el sello mexicano Soundsister. Allí, Alejandro se animó a cantar (en inglés y español) con bits electrónicos al ritmo de reguetón, por ejemplo, con una estética absolutamente irreconocible para quienes conocen a la Alejandra de hoy.
Incluso, en muchas de las canciones, se habla sobre mujeres, como un intento que realizaba para reprimir su homosexualidad. Arca ha reconocido que en aquel momento había planificado una vida “enclosetada”, con hijos y esperando a que dejara de ser homosexual de “un día para otro”.
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Fue hasta su arribo a Nueva York, adonde fue para consolidar sus estudios en música, que empezó a ligarse con la escena experimental underground y se sintió libre de expresar su sexualidad y, consecuentemente, los sonidos que su cuerpo le pedía explorar.
Tras los primeros mixes, en el 2012 lanzó el álbum Stretch, que en su mayoría de temas contiene un ritmo base que poco a poco se deforma con sonidos como aspiraciones y golpes.
El seudónimo Arca apareció y, tras subir distintas mezclas a plataformas de streaming, su música llegó a los oídos de Kanye West, quien le pidió colaborar en la producción de cuatro temas del álbum Yeezus.
Ese voto de confianza terminó de afianzarlo y después vendrían sus otros dos discos (el último llamado Arca que fue significativamente aclamado) y colaboraciones con artistas como Björk y Frank Ocean.
Un gran ejemplo de esa evolución está presente en el remix que hizo del popular tema Hips Don’t Lie de Shakira. Arca removió cualquier rastro de baile y dejó una versión oscura que hace irreconocible el material base. Su resultado no podría ser más interesante.
En todos estos temas, Arca pretende enfrentar cualquier tipo de dualidad: lo entendido convencionalmente como “masculino” con lo “femenino”, así como lo bello con lo grotesco.
Sexualidad y música no podrían ir más de la mano. Arca, con 30 años, es un referente de la vanguardia de una electrónica poco complaciente para los oídos más inocentes.