Hace cinco años, no estaba entre las opciones a futuro que estas páginas existieran. ¿The Weeknd en una posición de poder mediático tal que hasta en un periódico de Costa Rica se habla de él? Ni en broma. Al artista –que en el 2010 se dio a conocer oscuro, tímido y underground – ni siquiera le hubiera gustado la idea de romper fronteras de forma tan aplastante como lo hizo este año.
Hoy, al cantante canadiense lo escuchamos con amplia rotación en emisoras locales como Los 40 y 95.9 FM, como parte de un fenómeno del que prácticamente ningún país ha podido escapar, probando que –a veces, y solo a veces– los mejores talentos sí logran llegar a los oídos del mundo entero.
Tampoco es para menos. Cuando una canción como I Can't Feel My Face está disponible en todo lado, con una línea de bajo tan sugestiva y un tono de voz tan incesante, cualquier persona con afinidad por el pop cede ante el efecto paranormal de una buena pieza: toma una reproducción interiorizar el ritmo y toma otra vuelta empezar a tararear y, por qué no, darle permiso al cuerpo de bailar. Con temas así, es difícil contenerse.
Esa misma reacción la han tenido cientos de miles de personas al escuchar The Hills y I Can't Feel My Face , los primeros sencillos de Beauty Behind the Madness , el tercer disco de The Weeknd, editado a finales de agosto.
Así las cosas, con dos éxitos monumentales, el otrora artista oculto conquistó la música de la segunda mitad del 2015 y rompió récords como por deporte. Hoy, ya muchos lo pueden tener en cuenta como una de las voces más prodigiosas del mundo moderno, algo que unos cuantos ya podían decir desde sus discos pasados.
Para contextualizar este momento que vive The Weeknd con números y datos, basta decir que el canadiense se convirtió, el 21 de setiembre, en el undécimo artista en la historia que se ha destronado a sí mismo en la lista Hot 100 de la Billboard . Es decir, que cuando I Can't Feel My Face abandonó el primer puesto de popularidad en Estados Unidos (en el que se estuvo durante nueve semanas), fue porque The Hills ocupó su lugar.
¿Quién carajos logra eso cuando su música históricamente ha sido consumida por una pequeña fracción de melómanos? En 1965, The Beatles fueron los primeros en lograrlo, cuando ya eran la banda más importante del mundo. Después, los que alcanzaron el honor ya gozaban de bendita popularidad: de 1990 para acá, Boyz II Men, Puff Daddy, Outkast, Usher, The Black Eyes Peas y Taylor Swift son algunos de los que han entrado a ese exclusivo gremio.
Crecida. A diferencia de Beauty Behind the Madness , digerible no es una palabra apropiada para referirse a los lanzamientos previos de The Weeknd, ícono de la franja alternativa del R&B moderno, estilo musical que ha tomado cada vez más fuerza.
Abel Tesfaye –el nombre de cuna de The Weeknd– empezó a experimentar con el género en el 2010 y ganó atención rápidamente cuando subió tres canciones a YouTube. Días después, el rapero Drake las compartió en un sitio web y los más fiebres de la música nueva lo conocieron y lo amaron.
En el 2011, publicó su primera mixtape , House of Balloons , con la que se volvió tan popular en Canadá que fue incluido en la lista de nominados del Polaris, premio musical que otorga el país anualmente. Las drogas, el sexo vacío, la pobreza y no tener casa eran temas comunes en esas canciones (algunos todavía lo son en su nuevo disco), que se mezclaban con atmósferas oscuras y claustrofóbicas. Así era la vida de Tesfaye.
Nadie conocía su nombre verdadero. Nadie sabía mucho de él, salvo lo que contaba en sus canciones desesperanzadoras y bailables. Se rehusaba a dar entrevistas y, a cambio, decía que solo se comunicaba vía Twitter.
Thursday y Echoes of Silence , sus siguientes mixtapes , salieron el mismo año. Era demasiada música para tan pocos meses. Quien topaba con su obra era porque estaba buscando en los lugares correctos. No era masivamente popular, pero tampoco pasaba desapercibido: Pitchfork y New York Times hablaron de él ese año.
Tesfaye aprovechó el 2012 para explotar su popularidad cibernética y hacer una gira internacional que lo llevó a festivales como Coachella y Primavera Sound.
En medio de eso, las disqueras se le tiraban encima y él las pateaba, hasta que en octubre firmó con Republic Records. Dos meses después salió su primer álbum, Trilogy , que en realidad es la unión de sus primeras mixtapes remasterizadas y material extra.
Las mixtapes las habían bajado más de ocho millones de veces antes del lanzamiento oficial, y de todas formas Trilogy obtuvo disco de platino por sus ventas.
Kiss Land , su segundo disco, llegó en el 2013, pero no fue tan popular como la disquera quería. La crítica lo elogió, igualmente, y su estatus de culto siguió creciendo. “Estaba en un estado mental introvertido”, contó este año a la Rolling Stone . “No sabías si estabas escuchando un coro o un verso. Eran solo mis pensamientos”.
Luego vino la depresión y una mudanza a Los Ángeles, para trabajar en el disco que nos tiene hoy congregados. Volvieron las drogas cuando él quería estar limpio. La depresión se quedó; la oscuridad gobernó. Las letras de Beauty Behind the Madness lo revelan.
Ahora, lo aman fans de Taylor Swift y los secuaces urbanos por igual. Suena en la radio y en fiestas underground . Se presenta en los VMA. Vende discos a granel.
Tesfaye logró un cometido que hace cinco años no le interesaba: penetrar la cultura pop desde adentro y hacia afuera. Empero, antes de que nos pongamos a pensar en qué puede deparar el futuro para él, todavía queda mucho jugo que exprimirle a Beaty Behind the Madness . No merece la pena adelantarse al tiempo; esta música hay que vivirla hoy.