“A veces esta sala está llena, llena de extranjeros”, dice Walter Ferguson con el rico acento del Caribe limonense. Lo dice desde su casa, en Cahuita, en donde ese acento le dio forma a decenas de canciones. Muchas de ellas, suyas.
Su voz está un poco cansada –tiene 98 años, no es para menos–, pero en persona se escucha mucho más viva y cálida que en de cualquiera de sus canciones grabadas. Y eso es mucho decir.
Le llaman el rey del calipso por ser el mayor exponente nacional de esa música caribeña. Recientemente le nombraron “la personificación” de esta cultura, cuando obtuvo el Premio de Cultura Inmaterial Emilia Prieto Tugores del Ministerio de Cultura y Juventud.
Premiarlo por sus aportes intangibles es celebrar su capacidad de dibujar las playas y las olas del Caribe costarricense con sus palabras, pero también por guardar en la memoria colectiva el sentir de su gente.
Ferguson (nacido en Guabito, Panamá, en 1919) dice haber compuesto más de 150 canciones, aunque solo ha grabado unas 40. Celebrar su aporte a la cultura inmaterial es, por decirlo así, celebrar las canciones que se grabaron y las experiencias que generó a su alrededor.
A sus 98 años, el cantautor no está activo. Pero cuando la salud lo permite, recibe visitas muy contento. “A la gente le gusta venir y contarme de las canciones, preguntar cosas”, dice el cantautor.
Llegamos a Cahuita el 1.° de febrero a hacer varias preguntas, aunque ya se las han hecho todas. La huella que ha dejado Walter Ferguson en el país y sus turistas no es algo que se explica muy bien con palabras, pero sí observando lo que el rey de calipso dice y desde el trono del que lo hace.
Su hogar
La casa de Ferguson está a unos cuantos pasos de la entrada al Parque Nacional de Cahuita, que se creó sin la consulta del pueblo. Esa sorpresa de muchos de los habitantes quedó registrada en su canción National Park.
“Un día una señora me dijo que todo esto era parque nacional y no se podía construir ni pescar. A mí me gustaba mucho pescar ahí”, comenta.
Durante la mayor parte de su vida adulta se dedicó a la agricultura, y por las tardes, componía canciones.
Llegó a Cahuita de la mano de sus padres, Melsha Lorenzo Ferguson –un jamaiquino– y Sarah Byfield Dykin –una tica-jamaiquina– a sus 4 años y en ese poblado ha vivido desde entonces. En la propiedad en la que está su casa, trabajó su padre sembrando cacao y otros productos y luego fue él quien continuó con el oficio para mantener a los 11 hijos que tuvo con doña Julia Drummond, quien falleció en el 2016.
Ahora, en vez de sembradíos de cacao, en la propiedad hay un bazar, un restaurante y el Hotel Sol y Mar, administrados por los hijos de don Walter.
Aunque está rodeada de restaurantes y hoteles, la casa es silenciosa. El único ruido que se oye ocasionalmente en ella es el de una pequeña radio, que siempre está al lado de don Walter.
La sala de la casa es amplia. En cada esquina hay recuerdos: fotografías de don Walter y de sus hijos y nietos, placas de agradecimiento de la Asociación de Desarrollo de Cahuita, de la Escuela Complementaria Playa Negra de Cahuita, el Premio Calidad de Vida, souvenirs de otros países y hasta una patineta con su rostro.
Hay dos sillones rojos grandes, uno en forma de ele y otro normal, y un sillón individual, reservado para don Walter. En la casa hay varios con el título ¿Qué enseña realmente la Biblia?, como los que estudian los Testigos de Jehová.
Hasta hace unos años, don Walter Ferguson apartaba los miércoles para salir a predicar por Cahuita y para visitar a sus amigos que necesitaran consejería espiritual. Lo hizo durante gran parte de su vida adulta, pero la edad no le permite salir de su casa.
Por eso, no fue a recibir premios como el Reca Mora –entregado en el 2009 por la Asociación de Autores y Compositores–, y posiblemente no viaje a San José en mayo a recibir su Premio Nacional.
Dejó de salir por sus problemas de la vista. Antes era solo ciego del ojo izquierdo (“me golpearon jugando bola cuando tenía 17 años”, dijo). Pero ahora tampoco ve con el derecho.
Su oído tampoco está muy bien. Necesita que le hablen de cerca para escuchar o poner la radio en volumen alto.
Walter Ferguson ya no predica ni canta, pero esa radio y sus amistades lo mantienen conectado con el mundo fuera de casa. Sus amigos le leen algunos artículos del periódico (sobre todo los que lo mencionan) y todo el día escucha Radio Casino.
“Por la radio pasa enterado de todo, a veces él es el que nos cuenta (a sus hijos) que murió un amigo de la familia”, comenta Doreen, una de sus hijas.
Cuenta ella que cuando se entera que un amigo está pasando por una situación difícil, don Walter pide ayuda para dictar una carta.
También recibe gente por las tardes en la sala, a partir de la 1 p.m. Quien quiera acercarse a preguntar sobre calipso o sobre su vasta carrera, es bienvenido.
Su carrera, en sus palabras
Fue gracias a las reuniones de Testigos de Jehová y gracias a su madre que Walter Ferguson empezó a cantar “las canciones sagradas”.
“Mi mamá me decía que yo iba a ser un gran compositor porque yo cantaba todo lo que ella cantaba. Ella trabajaba como costurera con una máquina pequeña y yo me sentaba a la par a escuchar y cantar”, contó don Walter.
A los 14 años ya estaba haciendo sus primeros calipsos. Aprendió solo a tocar guitarra, piano, clarinete y otros instrumentos. “La gente en Cahuita que tocaba armónica lo dejó porque yo me volví uno de los mejores”, señaló.
Su inicio en la música fue, pues, en los años 30. Sus grabaciones han sido con guitarra acústica y voz, aunque en sus tiempos de mayor actividad –alrededor de los años 50–, don Walter tocaba con un grupo, el conjunto Miserable.
“Cuando ya tenía mi clarinete quise formar mi conjunto. Yo conseguí un grupito y practicábamos aquí mismo, pero en otra casa, practicábamos en la tarde calipso y guaracha”, recuerda Ferguson.
“A veces ensayábamos y alguien decía, ‘no, así no’, y otra persona se equivocaba y decía ‘no, así no’, y entre tantos errores alguien dijo, ’bueno, este sí que es un conjunto miserable”, dijo entre risas.
El grupo perfeccionó su trabajo, claro está, y en los años 50 se presentaba en el Club House de Cahuita y en algunas ocasiones se presentaron en locales en la frontera con Panamá.
“Nunca fuimos a San José, la música era en inglés y eso no gustaba”,expresó don Walter.
Las primeras grabaciones de las canciones de Ferguson sucedieron en los años 80, es decir, 50 años después de inciada su carrera, es decir, la fama fuera de Limón le llegó tarde.
Su primera grabación oficial fue en 1982 junto a Michael Williams, del Instituto Smithsonian de Washington. Se realizó en la casa de Walter Ferguson, “de noche, para que no pasara gente e hiciera ruido, que nadie interrumpiera”, contó.
La canciones se editaron en un vinilo, pero no se difundió de manera comercial.
Luego, el sello Indica de Costa Rica le grabó el álbum Calipsos del Caribe costarricense (1986), en donde ya incluye el clásico Cabin in the Wata.
Los discos más reconocidos los hizo con el sello Papaya Music, los álbumes Babylon (2003) y Dr. Bombodee (2004), dos álbumes que no faltan en el bazar de su familia.
Desde los 70 y hasta los años 90 él mismo se grabó con una casetera, y en esas cintas –esparcidas por el mundo– están algunas de las canciones que no llegaron a sus grabaciones comerciales.
La reciente aparición de algunas cintas en Canadá emocionó a su familia, pero al consultarle a don Walter su opinión al respecto, no pudo responder.
Sí mencionó en la conversación una grabación que hizo en Connecticut, Estados Unidos, en los años 80. Pero esas grabaciones no han salido a la luz.
Sus amigos
A veces escucha en la radio alguna de sus canciones, sea interpretada por él o por algún conjunto y se alegra. Si suena alguna y uno pregunta, afloran las historias.
One Pant Man, por ejemplo, trata de “una mujer que quería insultarme y me dijo, usted es un hombre que no tiene dinero”, señala.
“Babylon es como le dicen a la policía en Limón y es la forma de anunciar que están cerca haciendo... Las cosas que ellos hacen”, cuenta.
“Going to Bocas es de otra mujer que trata de sacarme del país pero yo me logro escapar”, cuenta. Si uno le pregunta por su favorita él dice que no puede pensar en eso, que ya hace mucho no toca.
De hecho, Walter Ferguson ya no escribe canciones.
La guitarra y el clarinete (su instrumento preferido) los regaló “hace rato” a sus nietos.
“Si yo no lo puedo usar, es mejor que lo tenga otra persona”, dice con tranquilidad.
Aunque tiene actitud desprendida sobre su propio arte, la tradición del calipso, continúa en manos de músicos como Danny Williams, del grupo Kawe Calypso, a quien Walter Ferguson siempre ha apuntado como su heredero.
La canción Segundo, de Kawe Calypso, es dedicada a Walter Ferguson.
“Yo ya no veo, entonces no puedo seguir enseñándole, pero tengo muy buenos deseos para ese muchacho”, dice don Walter.
“Yo lo conozco a él de toda la vida. Mi padre era cacaotero igual que él”, cuenta Williams. “Yo empecé a tocar con unos amigos calipso y él llegaba a vernos, así empezó la relación. Él siempre me ha inspirado”, cuenta Williams, de 62 años.
Con don Walter fuera de los escenarios y los estudios de grabación, Williams y Manuel Monestel, de Cantoamérica, se han encargado de mantener la tradición viva.
Ellos están preparando una “casa del calipso” que tenga estudio de grabación y un museo que recuerde esa música y la huella de Walter Ferguson.
Al rey del calipso, le alegra que muchos más pueda acercarse a esa música, como él lo hizo tanto tiempo atrás.
“Aquí mismo en Cahuita había calipseros”, recordó el compositor. “Ellos se ponían a cantar y yo me metía a cantar unas palabritas así. Porque el calipso es así, está abierto a cualquiera que quiera entrar”.