Ahí donde la espuma se junta con el arrecife. Ahí donde el patí y el plantintá saben a gloria caribeña. Ahí donde las olas del mar besan a la arena a ritmo del sabroso calipso. Ahí en la calurosa Cahuita vive el rey del calipso, ahí sueña Walter Ferguson, ahí cantó Mr. Gavitt y ha dejado su huella indeleble.
Celebramos desde estas letras la vida de un hombre que construyó un hito a partir de la pasión que despertó en él su mamá. Mientras mamá Sarah cosía y cantaba dulces tonadas, Walter aprendió a amar la música. De a poco y con un talento innato Ferguson aprendió a narrar con el sabroso tono del inglés criollo limonense las situaciones cotidianas que vivían el pescador y el agricultor, porque él era también protagonista de esos paisajes que describió en sus canciones, de esos poemas pícaros que entonó y de esas historias a las cuales les puso música.
Gracias a un contagioso ritmo, Ferguson le cantó al Caribe y, de paso, a Costa Rica. Nació el 7 de mayo hace 100 años fuera de nuestras fronteras, pero se hizo costarricense –especialmente limonense– desde sus cuatro años y no hubo marcha atrás: Walter Ferguson es tico y su calipso late fuerte en el corazón de Cahuita y de todo un país que festejó su centenar de años, además del primer Día Nacional del Calipso que se decretó en su honor.
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Ferguson le escribió poemas a lo habitual, al amor, a Cahuita, a la rumba, al sabor del callaloo, a la indiferencia, al carnaval, a Carolyne y hasta a la discriminación. Predicó no solo con las palabras el mensaje que aprendió en la Biblia y en la religión de los Testigos de Jehová, también lo hizo desde la trinchera del ritmo, de la historia, de cientos de años de música tradicional que ha unido culturalmente a varios países, cuyas costas son bañadas por las aguas del mar Caribe.
Es por eso que hoy, a 100 años del nacimiento de Walter Ferguson Byfield, no hay en el país, y quizás en el mundo, un nombre más representativo para el calipso nacional. Sin dejar ninguna duda, Ferguson es el rey, así lo confirman las más de 150 obras que escribió en su carrera, esa que desarrolló de manera humilde y artesanal en su casita ubicada a pocos metros del Caribe.
Algunas de esas canciones fueron las que se grabaron en casetes (donde se escuchan a la perfección la lora feliz y los gallos sumándose al son) y que ahora se podrían considerar joyas del arte criollo, no solo por su contenido lírico, sino también por su calidad musical, además de que han trascendido las fronteras casi que con vida propia.
Escuchar las canciones de Ferguson es vivir y relajarse, aunque sea a decenas, cientos o miles de kilómetros de la acogedora Cahuita. Es visitarlo en su casa donde siempre, y a pesar de su avanzada edad, él recibe cariñoso a quien quiera aprender y preguntar sobre el ritmo que entra por los oídos, pero que recorre las venas con una dulzura envidiable. Es contagiarse de positivismo al escuchar su voz, es amar más el mar; es eso: vivir.
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Aunque ya físicamente no es el mismo y desde hace varios años no canta o compone, su legado va más allá porque lo heredó, porque lo compartió con quienes sacaron un tiempo para aprender y amar su talento. Dos de sus más grandes alumnos y que siempre llevarán con orgullo la bandera del calipso costarricense son los músicos Manuel Monestel (Cantoamérica) y Danny Williams (Kawe Calypso).
“Por años él ha sido un referente en lo que el calipso se refiere. Nosotros desde nuestra juventud teníamos un grupo que se llamaba Buda Band y siempre en los ensayos don Walter venía y nos daba instrucciones, nos explicaba cuáles notas debíamos aplicar en las canciones, siempre fue un maestro para nosotros. Es el padre del calipso, es el maestro, el que realmente nos instruyó y motivó para seguir adelante con esto”, afirmó Williams.
Reconocimientos
El arte de Ferguson ha perdurado a punta de su talento, ha sobrepasado el tiempo, así como a los cambios generacionales y los avances tecnológicos. Aquella música que tocaba en el parquecito de Cahuita se compartió, creció y floreció hasta llegar a convertirse en un tesoro inmaterial porque el calipso lo es y el de Walter Ferguson es uno de los más potentes.
Reconocimientos a su trabajo hay varios, tal vez los más importantes han sido el Premio Nacional de Cultura Popular que le entregó el Ministerio de Cultura (1992), el premio Reca Mora de la Asociación de Compositores y Autores Musicales de Costa Rica (2009) y más recientemente el Premio a la Cultura Inmaterial, también por parte del MCJ (2018) y es por él que el 7 de mayo, a partir de este año, en Costa Rica celebramos el Día Nacional del Calipso.
Walter no celebra su cumpleaños, pero su vida y su obra son festejadas por muchos, incluso más allá de los premios. Esta semana el artista Manuel Monestel estrenó con dos conciertos el álbum Walter Ferguson: 100 Years of Calypso, disco donde músicos de 12 países grabaron las canciones del calypsonian.
“Lo que me interesa más es mostrar el carácter universal de las canciones de Ferguson, que surgen en un contexto de calipso, pero que sus melodías y letras pueden ser interpretadas en muchas formas y estilos porque están muy bien hechas. Son canciones hechas por un cantautor de gran talento y sentido musical”, había explicado Monestel antes de publicar la producción.
Además, el gusto por la música de Walter también se siente fuera de las fronteras. El suizo Niels Werdenberg y la familia Ferguson se dieron a la tarea de buscar grabaciones de los temas del calypsoninan por el mundo. Con esta caza lograron realizar el disco The Legendary Tape Recordings Vol.1, un compilado de piezas inéditas y otras ya conocidas de Ferguson.
Es así como el calipso de Walter Ferguson va más allá de la música, es un estilo de vida, una manera de respirar arte y de llevar un pedacito de Cahuita en el corazón.
¡Gracias, Mr. Gavitt, por todo su legado!
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