Elbert Durán podrá ser recordado por su paso como periodista y presentador de Telenoticias y Notiseis, sus textos como redactor de La Nación o su trabajo como comunicador del ICE. Pero para este texto hay que desentrañar bien su curriculum e irse a sus inicios como trabajador de una bodega en la Universidad de Costa Rica.
Gracias a aquel empleo, Durán pudo comprarse su primera motocicleta: una Yamaha 175 Enduro Monoshock. Aunque le sacó el millaje, la tuvo durante aproximadamente un año y medio, hasta que adquirió un carro. De lo que nunca se desprendió fue de su pasión por el motorismo, a la cual miraba por el retrovisor siempre con anhelo.
Fue así como tres décadas después, en el 2011, reconectó con su amor en dos ruedas y desde entonces no volvió a separarse de él. En esta segunda etapa de su pasión, fabuló hasta que hizo realidad en el 2023 una hazaña: llegar en moto hasta Ushuaia, Argentina, punto conocido como el fin del mundo.
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Pero en el camino de su planificación tuvo que compresionar su fantasía y establecer que aunque era posible, no era recomendable ir solo. Pensó primero en su primo, pero este no pudo por su agenda. Finalmente, sus compañeros de ruta terminaron siendo Miguel Montero, un primo político, y su amigo José Carlos Chinchilla.
Además, en su abanico de posibilidades, el no retornar estaba presente. Es por eso que antes de partir dejó hasta su testamento listo.
“Uno debe tener absoluta conciencia de que siempre está expuesto. Por muy precavido que seás siempre estás expuesto. En una motocicleta, yo digo que nunca es suficiente la seguridad, siempre hay unos imponderables que usted no puede manejar y te van a sorprender. El tema ahí es cómo te preparás para disminuir al máximo esos riesgos”, afirmó el exvocero del Grupo ICE.
“Mi madre antes de irme me dio un sabio consejo, que aparece en el libro y que más o menos sintetizo así: ‘Mirá, si vas a un lugar donde el camino te dice que no debes pasar, buscá otro. No te obsesionés con que tiene que ser ese‘”.
Con toda esta planificación aquel trío de viejillos (como el mismo Durán lo cataloga con humor) encaró una épica que solo puede afrontarse con un alma joven como un potro desbocado y un corazón al que lo muevan más de mil caballos de fuerza.
“En una estación de combustible en Perú, una familia muy joven nos pidió una foto y se sorprendió cuando nos quitamos los cascos. No pudo más que decirme: ‘yo creí que eran jóvenes’. Yo le dije: ‘somos jóvenes de espíritu, pero aquel tiene 68, el otro 67 y yo soy el más joven, tengo 64′. Se echaron a reír y la pasamos muy bien”, narró el periodista.
La travesía duró 4 meses, en un recorrido de 27.000 kilómetros. Durante ese cuatrimestre solo hizo un cambio de llantas, así como tres de aceites lubricantes, y apenas sufrió dos caídas.
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El comunicador destaca el enorme apoyo de sus hijas y su pareja, algo que fue fundamental para él. Tenía claro que no podría viajar con enojo, por berrinche o imposición, pues eso hubiera desnaturalizado el sentido profundo que quiso otorgarle a su travesía.
“Regresé con una enorme satisfacción de haberlo hecho y de haberme probado en muchos sentidos. Todo de la mano de Dios, que siempre estuvo ahí porque creo en eso y jamás lo dejo de lado. Pero igual que decía mi abuela: a Dios rogando y con el mazo dando. Yo no puedo pedirle que me arregle los problemas que yo mismo genero, él está ocupado en otras cosas más importantes”, comentó.
A su regreso a Costa Rica ya tenía la idea de plasmar su aventura en un libro, pero no lograba darle forma. Fue en ese punto en el que se le encendió el bombillo de periodista, cuando decidió estructurar su obra en crónicas.
“Ciertos ejercicios del libro los hice con una muy buena escuela de los años que estuve en La Nación. Una buena parte del viaje está ahí, pero otra no, porque es imposible ponerlo todo. Me desnuda en muchos de mis sentimientos, tal y como creo que debe ser para aportarle valor al relato. Si alguien espera un manual de viaje, nada que ver; algo hay de eso, pero es un viaje personal”, reveló el autor.
Travesía al fin del mundo es el libro de Durán, que recopila 27 crónicas y ya puede adquirirse en varias zonas del país. Usted puede obtener más información de los puntos de venta en el Instagram del autor @elbertduranhidalgo. Pronto estará disponible también en la Librería Internacional.
Al fin del mundo ida y vuelta
En 1985, mientras era redactor de La Nación, Durán fue a estudiar a España junto a 25 latinoamericanos. De aquel viaje le quedó una red de amigos por toda América Latina. Esto, junto a las horas de lectura de libros de viajeros, le aceleró la emoción de recorrer la región, conocer recovecos y sentir en el cuero las personalidades de sus climas y paisajes.
“Lo puse en mi cabeza desde hace bastante años, pero no lo veía posible. Cuando ya vislumbraba mi jubilación, me dije: ‘creo que ese es el momento, porque sino voy a pasar el resto de mi vida pensando en que pude y no lo intenté'. Y bueno, se conformaron las condiciones para poder hacerlo”, explicó el expresentador de Telenoticias.
Ya había tenido una experiencia previa en el 2013, cuando viajó junto a dos amigos a Nicaragua y recorrieron hasta la frontera con Honduras. Aquella primera aventura motorizada transfronteriza tuvo un final con tintes de tragedia, pues uno de sus acompañantes se accidentó y tuvo que devolverse en bus, enyesado, pues había sufrido una fractura en su pierna.
Afortunadamente, asegura, su amigo pudo recuperarse de buena forma y todo quedó en anécdota. Este suceso llenó a Durán de tristeza y un cierto temor; aunque no tumbó su sueño y una década después pudo llegar a Ushuaia en su amada moto.
Para este segundo viaje, el motociclista reveló que iba muy tallado en cuanto a recursos monetarios y que se apegó totalmente al presupuesto previo. Él y sus compañeros se hospedaban en hoteles de 3 estrellas para abajo, cuidando la seguridad, limpieza y que incluyera el desayuno.
Como equipaje llevó un depósito para un galón de gasolina, una laptop con su maletín impermeable, una cámara GoPro, herramientas para la moto, un neceser con los objetos de limpieza y apenas las siguientes prendas:
- tres calzoncillos regulares y uno térmico
- dos pantalones ligeros y dos de motociclismo (uno impermeable y el otro de protección para zonas cálidas)
- botas de viaje impermeables, unas sandalias y un par de zapatos de caminata
- dos camisetas de manga larga, dos de manga corta y una térmica
- un abrigo liviano y dos chaquetas
- un casco y dos bandanas
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Aunque pueda parecer poca cantidad de ropa para el total de cuatro meses que duró su travesía, el periodista explicó que por la naturaleza del viaje no se puede cargar con mucho. Además, recordó entre risas una anécdota que vivió durante una ocasión en que se quedó atrapado en Isla Chira con un equipo del ICE (institución en la que trabajó durante más de 18 años, hasta su jubilación).
“Un viejo excompañero del colegio una vez me dijo: ‘¿Vos sabés que el calzoncillo tiene cuatro lados? Uno y dos al darle vuelta. Luego, al día siguiente le da vuelta completamente y otra vez tiene uno y dos. Caramba (risas), ese fue un buen chiste pero con días de carretera va funcionando”, bromeó.
Comenta que hubo muchos destinos turísticos a los que renunció ponderando su misión principal: tocar la campana en Ushuaia, el fin del mundo.
“Mi prioridad era poder pasar a mis amigos, a todos los que pudiera encontrar en el camino. Así fue y también pude conocer, o al menos darle un vistazo a algunas ciudades que anhelaba conocer como Buenos Aires o Montevideo. Pero sobre todo, la diana para mí era Ushuaia, ese punto mítico que quería tocar, porque estaba seguro que los otros lugares en algún momento los podía conocer, pero ese (Ushuaia) quizá sería la última vez”, precisó.
Una de las zonas que más lo conmovió fue el estrecho de Magallanes. Durán tiene una especial afinidad con la zona debido a su admiración por el explorador portugués Fernando de Magallanes.
A esto suma como experiencias inolvidables el cruzar de sur a norte el desierto del Atacama, o visitar la ciudad de Arica, Chile; Tacna, en el sur de Perú, y varios puntos montañosos de Ecuador.
Dentro de los mayores desafíos señala el enfrentarse a zonas con mucha altitud, pues esto afecta desde la temperatura del ambiente hasta la combustión de los motores. De acuerdo con Durán, durante el trayecto subió y ascendió de la cordillera de Los Andes seis veces. El máximo de horas que rodaron en carretera fue de aproximadamente 16.
“Por ejemplo, hubo un viaje desesperado que hicimos en un solo día porque nos topamos con las revueltas y violencia en Perú el año pasado, que tuvieron como saldo más de 60 muertos. Nos obligó a una salida desesperada en que bajamos de la orilla del Titicaca en Perú, hasta el nivel del mar en Moquegua y después en Arica, Chile, para dos días después tomar ese camino al revés: ir de 0 metros de altitud hacia La Paz, en Bolivia. Esos cambios de altitud son violentos”, relató.
Durante el camino sus compañeros se enfermaron y sufrieron desperfectos mecánicos; males que no aquejaron al periodista. A pesar de todos estos retos que vivió el trío, el control mental y la serenidad imperaron para lograr la tarea.
“Un momento de gran llanto para mí fue cuando toqué finalmente el último punto terrestre, en una baranda en la bahía Lapataia. Ahí hice una oración porque quedé absolutamente conmovido. Es más, como que la Divina Providencia fue buena conmigo e hizo que yo llegara y no hubiera nadie, a pesar de que detrás venían algunas personas. Sentí que era un momento glorioso, pero conmovedor”, confesó con emoción el comunicador, de 66 años.
Curiosamente, afirma que una vez llegado a la meta le entraron rápidamente las ganas de volver. Durante el regreso, la emotividad se fue apoderando de Durán hasta ser recibido por su familia en Paso Canoas.
“Llegué a mi casa, apagué la moto, le pegué una nalgada y le di un beso. Tonterías dice uno, pero le dije: ‘Gracias, me llevaste y me trajiste’”, expresó con nostalgia.