Si en los años 90 aún no se discernía qué era la animación para adultos y qué eran las caricaturas infantiles, revisitar Rocket Power permite encontrar un fenómeno que se atrevía formalmente a combinar ambos mundos.
Tal vez esa experimentación hace que la serie no se recuerde como un emblema de su generación, pero sí un título recurrente cuando, en una sobremesa nostálgica, se rememoran las series que marcaron a la última tirada de los millenials.
Dos décadas después, Rocket Power revive sentimientos sin duda alguna; la serie ofrecía un mundo de eterno sol donde los niños tomaban el destino con sus manos.
Playa diaria
Este mundo dominado por los infantes, por supuesto, era la cuerda floja que alimentaba las historias de esta serie de Nickelodeon, que ofrecía dos capítulos de aventuras en cada una de sus entregas.
Rocket Power contaba, a grandes rasgos, las aventuras y desventuras del grupo de amigos integrado por Otto, el niño extremadamente competitivo por los deportes de acción; Reggie, la calmada hermana mayor de Otto; Twister, el mejor amigo de Otto, símbolo de un compinche convertido en hermano de crianza, y Sam, el menos habilidoso del grupo que representaba el dicho “persevera y vencerás”.
Estas moralejas son vistas como el condimento infantil que permeaba la serie. Los cuatro niños corrían aventuras extremas, fuese jugando hockey, surfeando o patinando y, para el final del capítulo, alguno solía cometir un error del cual se desprendía un aprendizaje.
Este aleccionamiento, tal vez poco sutil en muchos casos, solía ser el sello “para niños” que buscaba Nickelodeon después de tener en su repertorio programas más atrevidos como La vida moderna de Rocko, así como el nacimiento simultáneo del extravagante mundo de Bob Esponja.
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En los ojos de un niño, se agradecía este matiz. Para quien escribe estas letras, esa playa infinita en la que el grupo de cómplices hacía sus días se convertía en una fantasía absoluta. En mi caso particular, Sam era un espejo de ese niño poco habilidoso en los deportes que necesitaba sacar su inhalador de salbutamol cuando se agitaba. También era sencillo ver al hermano mayor en Reggie así como otros personajes de la niñez calcados en Otto y Twister.
Al esporádicamente sacar la conversación con otros compañeros de generación, las reacciones no distan. Los arquetipos de cada uno de los personajes eran espejos perfectos para los niños que soñaban con tener el universo en sus manos.
Muy cautivante era la puesta en escena de la serie. La estética, que hoy se mira aberrante en comparación con los avances tecnológicos de animación, ofrecía un atardecer de veinticuatro horas, que completaba una hermosa fotografía junto con el resto de personajes secundarios.
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Por ejemplo, Ray, padre viudo de Otto y Reggie, resulta inolvidable. Muchos memes surgieron años después al constatar, con ojos adultos, que sin duda este carismático personaje era un amante de la marihuana.
Tito Makani Jr. era otra ficha imperdible en la memoria. El viejo amigo de Ray, distinguido siempre por su camisa hawaiana y sus retóricas filosóficas, representaba a esa figura preconcebida de hombre de la costa, ese que nació y morirá junto al mar.
En total, fueron 71 episodios de una serie que arrancó en 1999 y tuvo su fin en el 2003. Las cuestas de patinaje y las conversaciones sobre las olas, idílicas para cuando uno como niño regresaba a la playa, eran una promesa siempre cumplida. El mundo de Rocket Power fue tan verosímil (cabe recordar que Nickelodeon contrató a miembros del equipo de Surfer Magazine como consejeros técnicos) que a los más pequeños nos dieron a conocer cómo podía ser la dinámica de vivir frente al mar.
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El lenguaje de bros y la seña de una cuarta en forma de saludo surfista fueron una gran primera bocanada de lo que podía significar la pacífica vida costeña. De paso, muchos de nosotros veíamos, en las ocasionales visitas turísticas al Pacífico, a Reggie, Otto, Twister y Sam enraizados en los pubertos lugareños.
Vimos crecer a los cuatro personajes durante esas cuatro temporadas en paralelo a nuestra crianza. En la serie los chicos no fueron Peter Panes y, por ejemplo, Otto comenzó con 9 años y terminó la serie con 12 para los últimos capítulos.
Para siempre se quedaran con esas edades finales mientras a la audiencia le correspondió crecer. Hoy, desde la distancia, ese mundo desenfadado y perteneciente a una época perdida se tiñe de un dorado especial, pues nunca necesitó ser el programa estelar de su época para sacudir fibras hasta la raíz.