El Profesor Jirafales se enfrentó por años (décadas) al grupo de alumnos más desafiante de la televisión latinoamericana. Aún así, a diario entró al salón de clases con la única misión de enseñar. Su vocación como pedagogo fue inquebrantable.
Maestro en una escuela pública unidocente urbana, Jirafales impartía por igual historia, geometría, educación física e inglés. Su grupo siempre fue complicado, conformado por niños que en su mayoría provenían de barrios populares (a excepción de Ñoño, claro está). El maestro nunca fue ajeno a las congojas económicas de sus alumnos, en especial de el huérfano conocido como El Chavo, a quien no en pocas ocasiones apoyó económicamente.
En su misión educativa, el profesor también enfrentó las relaciones disímiles con los padres de familia de su estudiantado. De todos los niños matriculados en su curso, solo tres –Ñoño, Quico y Chilindrina– tuvieron algún tipo de acompañamiento de parte de sus progenitores en las actividades escolares. En casos de otros alumnos, como Godínez, fue notoria la falta de un diagnóstico apropiado sobre sus deficiencias cognitivas. Y, aún así, el Profesor Jirafales hizo lo que estuvo a su alcance para mantenerlo al nivel de los demás.
El profe no fue perfecto, ni pretendió serlo. Con frecuencia perdía la paciencia con sus alumnos e incluso llegó a aplicarles algún tipo de castigo físico. Fumaba dentro del salón de clases y en un par de ocasiones se tranzó a golpes con padres de sus alumnos por temas extracurriculares (como defender el honor de Doña Florinda).
Sus métodos podrán parecer hoy anticuados e incorrectos, pero recordemos que Jirafales ejerció la academia en los 70 y 80, en otros contextos. Yo estuve en una escuela salesiana en los 80, donde los curas ejercían violentos castigos físicos que nunca estuvieron en el manual del 'maistro'. Y en cuanto al fumado, a mediados de los 90 todavía había profesores que fumaban dentro de las aulas de la Universidad de Costa Rica. Así que calma.
El Profesor Jirafales extendió su rol de guía más allá del aula. A los niños de la vecindad en la que vivía su novia les dio lecciones complementarias, a fin de estilumar sus habilidades. Guitarra, fútbol americano, tenis de mesa: lo que los niños quisieran aprender, él lo enseñaba.
Es de asumir que el sueldo del Profesor Jirafales fuese modesto. Aún así, este hombre de gran estatura siempre procuró verse elegante, con prestancia. Buena parte de su pago quincenal lo destinó a comprar rosas para la mujer que amaba, una viuda a la que cortejó por décadas sin perder nunca el romanticismo. Para él, el amor siempre estuvo en los detalles y convirtió su romance en una rutina de repetición que siempre pareció extraordinaria y fresca.
Jirafales no conformó oficialmente una familia, más no le hizo falta. Durante sus años de noviazgo con Doña Florinda se convirtió en la figura paterna para el hijo de esta, a quien no tuvo reparo en corregir como si fuese su propio hijo. El niño, astuto como pocos, procuró en varias ocasiones aprovecharse del vínculo sentimental de su madre con el maestro para obtener privilegios en el salón de clases. Sin embargo, Jirafales no tuvo preferencias dentro de la escuela para Quico, quien en horario lectivo era un alumno más, igual a todos.
El Profesor Jirafales nunca se fue a huelga ni se incapacitó. Su paciencia hacia los niños fue mucho mayor de lo que parecía y una y otra vez luchó por abrir las mentes de niños carentes de mayores estímulos. Este no fue un docente ordinario, sino uno que invitó a sus alumnos a dejar rodar la imaginación, a no limitarse por las condiciones de su entorno socioeconómico.
En algún momento, el Profesor Jirafales debió de haberse acogido a su pensión. Nunca supimos si llegó a casarse finalmente con Doña Florinda, aunque sí que la apoyó activamente cuando ella decidió emprender y abrir su fonda (soda).
Hoy, ante la noticia de la muerte del actor Rubén Aguirre –intérprete por 30 años tanto del Profesor Jirafales como de otros tantos personajes creados por Chespirito– recordé al maistro, con cariño. Pocas de mis maestras de escuela tuvieron una huella tan profunda como la marcada por este educador ficticio, pero que bien pudo ser real. Del Profesor Jirafales aprendimos todos, y mucho.
Maistro, saludos. En su nueva sala de clases ya le esperan El Chavo, Godínez, Doña Clotilde y Don Ramón.