Quien la ve tan modosita. ¡Pues no! Esta no solo ha quebrado un plato, también varias vajillas; vivió aquí, allá y acullá como una gitana; se metió por un huequito y salió por otro. Descendiente de políticos de verbo ígneo y pólvora en la solapa, se echó al hombro a su familia y la regenta como una matriarca.
Siempre luce como un ajito pero no es una muñeca de caja; la vida le ha dado sus buenas patadas y cada arruga y cada cana encierran una historia de dolor, de angustia, de aprendizaje, de amor y optimismo, porque Amanda Moncada nunca fue una agachada.
Por los aires de glamour y la clase que destila uno podría pensar que nació en la Rue Saint-Honoré, Picadilly Circus o entre la Calle 34 y la 59 en la Quinta Avenida de Nueva York. Nada de eso. “Nací en el centro de San José, en el Barrio Pato Cojo, 200 metros al este y 100 al norte de la Clínica Bíblica”.
El peculiar nombre de la barriada devino de una cantina homónima, ubicada desde tiempos sin cuento en el Barrio La Dolorosa, justo detrás de esa Iglesia católica.
Para comprender el carácter aguerrido de la Amanda de hoy, hay que viajar en el tiempo a San Ramón y encontrarse con la de anteayer, su abuela Amanda Gamboa, que muy joven quedó viuda de José María Moncada un nicaragüense afincado en Costa Rica y vinculado a los vaivenes políticos de ese país. Sin tiempo para llorar y, a punta de esfuerzo, sacó adelante a sus dos hijos, uno de ellos su padre Arturo.
De su madre, Virginia Mora Valverde, heredó la veta humanista que la entroncó con los líderes de los movimientos sociales de los años 40, de Manuel y Eduardo Mora.
Sin caer en determinismos Amanda fue “programada” para ser la hermana mayor: “seria, bien portada, me piropeaban mis modales en la mesa y me la creía”.
El destino la sacó de ese camino y debido a la muerte de su padre debió dejar los estudios para sostener a la familia; buscó un trabajo, conoció en un baile del Country Club a su actual marido y por cuestiones laborales vivió 22 años fuera de Costa Rica.
“¡Por dicha!” cuando estaba en Nueva York se vinculó con la venta de ropa, porque debió volver al país y empezar de cero. Tuvo un restaurante y le fue mal, hasta que encontró su vocación y descubrió que de la moda, lo que te acomoda.
¿Se siente vieja?
Tengo 67 años y no me da pena decir la edad. Nadie puede olvidar lo vivido quitándose los años que me dejaron una escuela, de cosas buenas y de aprendizaje.
¿Hay alguna receta para vivir?
La vida es balanceada; a veces no reconocemos todas las cosas positivas y si bien la vida está llena de piedras, en eso consiste vivir.
¿Le da la depre?
Tengo una visión optimista. Cada día está lleno de cosas fantásticas. A veces me cuesta levantarme, me da depresión pero aprendí que si el cielo está oscuro hay una luz arriba que uno quiere y necesita en la vida.
¿Arrastra algún dolor?
La muerte de mi hermano Arturo. Tenía 26 años cuando murió en un accidente aéreo. Fue muy doloroso porque uno no piensa que alguien pueda morir tan joven. El avión desapareció, quedamos sin noticias de él. Después trajeron sus restos, si hay algo terrible es morir en un accidente.
¿Cómo eran los Moncada?
Papá, don Arturo, era abogado penalista, y mamá, doña Virginia, ama de casa. Ambos murieron relativamente jóvenes. Mi padre era un cosmopolita. Éramos una familia tipo clan. Todo lo que le pasaba a uno afectaba a los demás, y los problemas de unos eran los de los otros.
¿Siempre ha sido tan seria?
Me programaron para ser la hermana mayor; la bien portada, me piropeaban mis buenos modales en la mesa y me la creí. En casa había más chiquitos y yo era la mentora de ellos. Creo que ser la mayor me hizo ser muy allegada a mi mamá y nos teníamos mucha confianza.
¿Así fue en el colegio?
Lo disfruté mucho; no tuve presiones por ser la mayor de la clase y me esforzaba por obtener buenas notas. Cuando me gradué me costó mucho ubicarme. Quería estudiar psicología pero hubo una crisis familiar por la muerte de papá y a mamá la afectó muchísimo.
¿De qué manera?
Era como un barco hundiéndose. Sola, con seis hijos; papá lo resolvía todo.
¿Y usted qué hizo?
Decidí ser práctica. Busqué un trabajo porque no podía darme el lujo de estudiar muchos años. Me gradué de secretaria ejecutiva bilingüe en el Colegio Lincoln y comencé a laborar en Repretel Canal 6, allá por 1966.
¿Estaba soltera?
Por ese tiempo conocí a Manuel Enrique Velázquez, un joven recién graduado de la Academia Militar de West Point y que después sería ingeniero eléctrico y administrador de negocios.
¿Fue el destino?
Hay relaciones que están hechas para que pasen. Tenemos 46 años de casados. A Manuel Enrique lo conocí en la playa; lo vi en una fiesta de Navidad en el Club Unión y bailamos. Él estaba de vacaciones y cuando regresó en agosto nos pusimos serios y al cabo de dos años nos casamos, en 1969, en la Iglesia de Barrio Luján. Tuvimos tres mujeres: Amanda, Lorena e Illiana.
¿Se convirtió en ama de casa?
Seguí trabajando en el bufete de un abogado y cuando nació Amanda a mi marido lo nombraron en un alto cargo en la Exxon y nos fuimos a vivir a Nueva York. Después fue viajar y viajar por 22 años. Lorena nació en El Salvador e Illiana en Estados Unidos.
¿Cómo se vinculó al negocio de la moda?
Estaba en Nueva York y unas señoras de Costa Rica me pidieron ayuda para comprar ropa en una boutiques bien sofis . Yo sabía de eso, era coqueta, pero comencé a verlo con ojos de comerciante y así comencé, de casualidad.
¿Tan fácil?
Nunca planifiqué nada, ni tuve estrategias. Siempre hay que dejarle la puerta abierta a la suerte; no todo está estructurado y la vida te va llevando como en un río.
¿Así montó el negocio?
Le pedí buen tino a Dios para escoger bien y enviar la ropa a mis amigas. Nos fuimos a El Salvador y comencé a comprar por pedido; a donde viajaba compraba ropa, tuve tienda en México y como en todo lado hay ticas eso me ayudó.
¿Si le iba tan bien por qué regresó a Costa Rica?
Volví en los años 90. Cayó la crisis petrolera y cerraron el departamento de mi marido en México. Lo despidieron por reestructuración. También coincidió con nuestro deseo de que las niñas tuvieran raíces, y pensamos que volver al terruño era darles una vida estable y se sintieran ticas.
¿Con qué arrancó?
En México me gradué en hotelería y restaurantes e instalamos Candilejas, teníamos la panadería Vitapan y dentro del local abrí una tiendita de ropa.
¿Qué tal le fue?
Mal con el restaurante. Por ese tiempo abrieron el Mall San Pedro y comenzó el desarrollo de los centros comerciales. Establecimos una tienda ahí y la llamé como yo, Amanda, para que la gente conociera quien le vendía la ropa. Ese fue el primer negocio de los cuatro de modas que tuve.
¿A qué se debió el éxito?
Los centros comerciales rompieron el molde tradicional de tiendas; todo en un solo lugar. Nosotros aprovechamos ese boom porque las clientas buscaban novedades y yo soy muy pragmática y nada académica. Así descubrí para lo que yo servía.
¿Dónde estaba el truco?
Me alimenté del contacto con el público. Mis tiendas resolvían problemas prácticos, como cuando uno tiene una hija que se va a graduar o va para una fiesta y necesita saber qué se me acomoda más a esa persona y al presupuesto de que dispone.
¿Cómo enfrenta a la competencia?
Vendemos glamour y fuimos los primeros en organizar desfiles de modas. Escuchamos al cliente, atendemos sus pedidos especiales y nos acomodamos a su presupuesto, sin perder la calidad en el diseño y en el producto.
¿Esa ropa de las tiendas es nueva o más o menos?
Toda es ropa de lo mejor. Voy a Brasil, Nueva York, California, Alemania, viajo a todos esos países y asisto a las exhibiciones, porque así contacto con los nuevos productores.
¿Cómo trata a sus clientes?
Les hacemos una entrevista para elaborar un perfil de su imagen; así los aconsejamos de acuerdo con sus necesidades. Es mucha psicología porque la gente cuando está triste sale a comprar ropa y necesitan el apoyo de una amistad.
¿Cómo surgió eso de la televisión?
Ni se cómo me metí. Conocí a Lilliana Mora y Rogelio Benavides; ellos inventaron la avioneta set y me nombraron la Zarina de la Moda, porque mis pasarelas eran con las modelos más cotizadas y eran shows espectaculares, con música y bailes en vivo.
¿Y con Ignacio Santos?
Él me invitó a opinar sobre los vestidos y trajes durante la toma de posesión del Presidente Miguel Ángel Rodríguez. Ese programa fue un éxito sin parangón, iba a ser una sección de quince minutos y duró dos horas y media. Toda Costa Rica lo vio y le gustó porque la crítica fue muy ácida.
¿Participó en más programas de televisión?
Tuve uno, Sexto Sentido , en Canal 13 con cinco mujeres donde hablábamos de todos los temas. Duró un año. En Instrusos me invitan para la sección El escuadrón de la moda .
¿Tiene muchos enemigos?
No creo que haya malos ni buenos en la vida, una de las cosas es que no juzgo la vida de nadie; cada cual hace lo que quiere y todo el mundo tiene derecho a equivocarse.
¿Y envidiosos?
Hay gente que opina que yo no sé nada de moda, pero yo sé lo que sé y me hacen mucha gracia. Me han dicho muchas groserías y algunos me ven como un mal. No soy una improvisada, llevo más de 40 años en este negocio.
¿Se las cobrará algún día?
Los hombres que hablan de mí despectivamente me dan risa. No me preocupan y en mi familia dicen que tengo horchata en lugar de sangre. No son dignos de mi resentimiento, me resbalan, no me gustan los chismes. Estoy muy ocupada para andar en cuentos.
¿Es feliz?
Tengo momentos de felicidad; le doy gracias a Dios de lo que tengo hoy. Ya no planeó nada para el futuro. He tenido mucha tristeza y muchas muertes. Me duele mucho ahora la enfermedad de mi esposo.
¿Qué le han hecho?
En el negocio me ha pasado de todo. Tributación Directa me cerró la tienda un Día de la Madre porque debía un poquillo de plata. Enviaron a los medios para filmar el cierre solo para joderme. Me usaron de escarmiento para todo el sector comercial porque era Amanda Moncada y eso sonaba más que otros.
¿Cómo reaccionó?
Mi marido estaba en los primeros tratamientos de radioterapia y me dolió mucho; pero ya estoy inmunizada y el que se mete a jugar tiene que aguantar.
¿Las ha pasado duras?
Hemos tenidos crisis terribles; no tener plata, estar limpios. La gente puede pensar que tengo mucho dinero, pero cuesta mantener un negocio. Vivo de mi trabajo, pago las cuentas y esto no es un pasatiempo.
¿Es vanidosa?
Muy coqueta. Hago ejercicio, como bien, practico yoga. Me gustan los tratamientos de piel, me he hecho mis retoques y llevo una vida saludable. No soy frívola, tampoco superficial, aunque pueda dar esa imagen, en realidad es todo lo contrario.