Dylan McKay empezaba a sentirse feliz. Había recuperado a su padre, y las cosas con su novia, Kelly, marchaban bien. Después de decenas de capítulos plagados de sufrimientos, abandonos emocionales y adicciones, Dylan finalmente parecía destinado a vivir la felicidad que tanto se merecía. Sin embargo, la vida siempre fue ingrata con Dylan McKay.
En una de las escenas más dramáticas y recordadas de Beverly Hills, 90210, Dylan es dominado por el terror cuando, a sus espaldas, el automóvil de su papá estalla en llamas, producto de un atentado. El joven corre hacia el infierno en vano y cae de rodillas, consumido por el dolor y la impotencia. Dylan lloró como un niño, y millones de adolescentes lloramos con él.
Hoy, 4 de marzo, al enterarme de la súbita muerte de Luke Perry, de inmediato recordé aquel tremendo momento para él como actor. Luke Perry y Dylan McKay fueron uno desde el primer instante en que los vimos juntos en pantalla del televisor, fundidos en un mismo individuo, y eso al final resultó la maldición de ambos: fueron tan inseparables que no les perdonamos que trataran de seguir adelante el uno sin el otro.
Luke Perry fue un gran actor (vuelvo a la escena de la “muerte” del padre de Dylan), pero por encima de todo fue el ídolo juvenil de la Generación X. Quienes cursamos la secundaria en la década de los 90 convivimos con él, quisiéramos o no: nuestras compañeras forraban los cuadernos con la cara de aquel galán que parecía demasiado adulto para pasar por estudiante de colegio (y así lo era, pues Perry ya estaba en sus veintes cuando empezó a hacer de Dylan), y los que aspiraban a ser vistos como guapos copiaban su peinado a la James Dean y el porte despreocupado.
En los 90, en medio del terremoto cultural que vivimos con el surgimiento de la escena alternativa y el hip-hop, Luke Perry era el arqueotipo de hombre. Ser como él era imposible, pero había que intentarlo. Y lo mismo sucedía con su personaje: Dylan McKay era el colegial cool al que todos querían seguir pero al que nadie podía llegarle, pues Dylan era autodestructivo por naturaleza, demasiado enredado y conflictivo a pesar de sus buenas intenciones. Dylan estaba diseñado para sufrir, y la admiración que le profesábamos no daba como para imitarlo en ese apartado... al menos no a propósito.
90210 estaba finamente calculado en función de la “representación” de las distintas personalidades que se encuentran en un colegio (aunque todos los personajes principales siempre fueron blancos y bien parecidos, pero no vamos a entrar en esas delicadezas): Brandon era el sapazo que solo quiere ayudar a los demás y se cree el presidente de la clase por derecho divino; Steve es el payaso cae bien que quiere ser el mejor amigo de todos; Andrea es la típica nerda que desea atreverse a portarse mal; Kelly es la reina del cole, malcriada, fresa y egocéntrica; Donna es la amiga leal, ingenua y vulnerable; David, el chiquillo que trata de meterse a grande, y Brenda la chavala buena que se sale del alero paterno para abrirse a la vida. Y, aparte, en un rincón, estaba Dylan, el antisocial, el resentido, el renegado.
Mientras sus amigos se ocupaban de las labores propias del paso del colegio a la universidad, Dylan lidió con la carga pesada: fue adicto al alcohol y las drogas; su papá fue a la cárcel por estafas, fue libertado y ‘asesinado’ frente a su hijo, solo para reaparecer años después pues su muerte fue fingida; tuvo una familia postiza que le robó su fortuna, y su esposa fue asesinada por equivocación (el blanco del ataque era él). Súmele a todo lo anterior el rocambolesco triángulo sentimental que conformó con Brenda y Kelly. Demasiado para una sola vida.
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Luke Perry no vivió situaciones tan extremas como las de su álter ego pero igual nunca pudo librarse de él. Se suponía que su salida de 90210 sería el inicio de su imparable carrera como estrella de cine, pero sus películas se quedaron cortas, siendo lo más memorable sus papeles secundarios en El quinto elemento y el filme original de Buffy la cazavampiros. Con los años, Luke aceptó su destino y empezó a burlarse de sí mismo, con recordadas participaciones en Los Simpsons, Johnny Bravo, y Padre de familia. Además, el ídolo de las muchachas encontró muy divertido interpretar a personajes homosexuales, como fue el caso del observador de aves en Will & Grace.
La maldición de 90210 no fue solo suya, pues fue un lastre igual de pesado para sus compañeros de elenco. Sin embargo, en el 2017 Luke Perry logró desmarcarse, al fin, un poco de Dylan y una nueva generación (los hijos de la audiencia de 90210) lo llora hoy por ser, no Dylan, sino el papá de Archie, en Riverdale. Fueron años felices para él, al punto de que el actor no salió corriendo para pedir que lo incluyesen en el relanzamiento (o algo así) de 90210, actualmente en preproducción por parte de Fox.
Pero la vida fue ingrata también con Luke, y decidió llevárselo con apenas 52 años. “Estaba muy joven”, pensamos todos los que hoy pasamos los 40.
Luke Perry merecía más en la vida que Dylan McKay. Hoy los dos nos dejan con el corazón en la boca y la memoria desbordada.
Escribo esto mientras en Spotify escucho el soundtrack de 90210, con canciones que suenan terriblemente fuera de contexto por parte de artistas como Paula Abdul, Jeremy Jordan, Color Me Badd, y Shanice. En 1991 esa música estaba bien, así como los cordones fosforescentes, las tenis de bota con la lengüeta afuera, y las camisetas con logos de Gotcha, Rusty y Op (o Wow, a falta de plata). En 1991 también estaba bien sentarse semana a semana a ver en Teletica la idílica vida de un grupo de “adolescentes” californianos, con vidas tan “complicadas” como las nuestras, y al día siguiente comentar en el colegio sobre lo sucedido la víspera con Brenda, Brandon, Kelly y Dylan.
A Dylan McKay le debemos que toda una camada de niños costarricenses se llamen hoy igual que él, así como dentro de unos años notaremos el impacto que tuvo un tal Keylor en el trabajo del Registro Civil. A Dylan le debemos que le perdiésemos el miedo a arrugar la frente, y por él nos ponemos tristes cada vez que escuchamos Can’t Cry Hard Enough, de los Williams Brothers.
Quiero pensar que, al final de sus días, Dylan logró ser feliz. Sé que, pese a todo, Luke Perry sí lo fue.
Adiós, muchachos.