El reto de House of the Dragon no es menor: pocas series derivadas de grandes franquicias logran contar con el beneplácito de legiones de exigentes fanáticos, quienes sueñan con volver a sentirse en universos colosales como lo significó Game of Thrones durante su emisión desde 2013 hasta el 2019.
Para sumar tensión al asunto, a House of the Dragon le corresponde estrenar su primer episodio una semana después de un gran ejemplo de cómo extender una franquicia querida: la serie Better Call Saul, derivada de la mítica Breaking Bad, que cerró con broche de oro una profunda historia sobre duelo y arrepentimiento.
Aún así, con esa inevitable comparación en sus espaldas, el resultado del comienzo de House of the Dragon parece ser satisfactorio: una historia coherente que conjuga los elementos cardinales que dieron fuego a la serie original, con la perspectiva que requiere desarrollar una mega producción en el 2020.
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En palabras claras
Game of Thrones significó una revolución, especialmente por sus logros técnicos que explotaron la cabeza en tiempos en que la televisión migraba hacia caracteres y exigencias formales cercanas al cine.
Si bien las irregularidades se incrementaron con el paso de las ocho temporadas, siempre hubo una suerte de fórmula que condimentó el drama por sentarse en el trono del hierro.
Los componentes eran claros: la curiosidad por ver qué personaje protagónico moría, las escenas de sexo o desnudos explícitos y las secuencias de acción (recurrentemente acompañada con imaginería gore). Esos tres aspectos parecían ser el colchón con el que HBO podía asegurar que sí, que Game of Thrones se trataba de una serie para adultos.
House of The Dragon entra a la arena con un poquito de todo esto. Esto no quiere decir que sea el camino correcto o el único sendero (las subversiones siempre son bienvenidas), pero sí asegura que su fanaticada más fiel pueda sentirse parte de la fantasía, de la misma forma que lo hizo en la década anterior.
En concreto, la escena de acción de este primer capítulo fue una trepidante batalla con espadas y caballos, que además contó con un correcto montaje que alternaba los golpes con el drama íntimo que vivió el rey Viserys en torno a la tragedia de su esposa e hijo.
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Pero más allá de eso, la serie dedicó su primer episodio a contar un solo hilo conductor. Puede que sea por ser su capítulo de arranque, pero era habitual ver en Game of Thrones el desarrollo de al menos cuatro líneas dramáticas en simultáneo. ¿Será que tomarán el mismo rumbo?
Sin importar si esa es la decisión, House of the Dragon estableció con claridad su camino. Los personajes son más que interesantes, en especial la princesa Rhaenyra, quien queda establecida como heredera al trono.
Es una lástima que la actriz Milly Alcock solo esté presente para la primera mitad de la serie, pues luego Emma D’Arcy asumirá el rol de Rhaenyra como adulta. La joven actriz, de 22 años, parece haber nacido para ser una Targaryen y ojalá que su historia se desarrolle plenamente y, por qué no, en futuras temporadas contar con eventuales flashbacks que nos muestren con calma cómo será crecer con el señuelo que involucra ser la elegida para el trono de hierro.
La serie también huele a traiciones por doquier y, como cualquier otro seguidor de la franquicia, me atrevería a pensar que tendremos pequeños grandes dramas; es decir, no habrá tanta necesidad de volcarse en peleas de los Targaryen con otras casas ya que, a lo interno de la casa del Dragón, habrá suficiente pleito y puñaladas por la espalda como para albergar el corazón de la producción.
En resumidas cuentas, el espacio para teorizar es grande y se agradece. Quedan nueve episodios para terminar de convencer o entusiasmar a una de las fanaticadas más quisquillosas de la televisión, con la oportunidad de que el protagonismo de los dragones nos enganchen. Todo apunta a que así será.