“Es todo lo apasionante que puede ser, impactante y devastadora, y me dejó con un desaliento ahuecado generalmente solo tratable con alcohol y desvaríos”.
Así describe la crítica Margaret Lyons, de New York Magazine , la sensación que le quedó inmediatamente después de consumir la docuserie que la plataforma Netflix estrenó el pasado 18 de diciembre.
Lo cierto es que no pudo haber descrito mejor la sensación de impotencia, duda, pena y desolación que se siente tras digerir los 11 episodios de Making a Murderer, con la que Netflix incursiona –y de qué forma– en el género de documental de investigación de crímenes reales que contiene el seguimiento de un caso durante dos décadas.
Decirlo en término simples o resumidos es tarea imposible, sobre todo al tratar de incurrir en la menor cantidad de spoilers , aunque algunos son absolutamente necesarios.
El grueso de la historia se centra en Steven Avery, un estadounidense miembro de una numerosa y no muy apreciada familia del condado de Manitowoc en Wisconsin, quien en 1985, a los 23 años, fue acusado y condenado por el delito de violación.
Con un prontuario salpicado por algunos incidentes menores durante su adolescencia, Avery fue el primer y único sospechoso de violar con particular violencia a una joven esposa y madre muy querida en la comunidad.
Su historia rememora aquel adagio que parece adaptarse a cualquier latitud del planeta: pueblo pequeño, infierno grande.
Avery pertenecía a una familia detestada por la comunidad y antes de su incidente había tenido problemas con la esposa de un alto funcionario de la policía local, por lo que no bien apareció un sospechoso de violación remotamente parecido a él (físicamente) fue detenido y acusado.
Después de un juicio apresurado y viciado, como se demostraría más de tres lustros después, el joven esposo y padre de familia fue enviado a la cárcel por 18 años —la sentencia era por 35 años— hasta que los abogados presentaron nueva evidencia.
Los defensores de oficio siempre lo instaron a transar un trato de menos años-cárcel si se declaraba culpable, pero Avery jamás quiso valorar esa opción y luchó con todos los limitados recursos que tenía para ir de apelación en apelación, con nada o poquísimas opciones de que su caso fuera revisado.
Aún sin imaginarse que años después la ciencia se basaría en pruebas científicas de ADN para determinar con exactitud la culpabilidad o inocencia en cierto tipo de crímenes (como violaciones, por ejemplo), Avery prefirió el riesgo de pasar casi 40 años encarcelado antes que declararse culpable.
A grandes rasgos, esta es la introducción del primero de 10 episodios que arranca, justamente, con las imágenes de un Avery recién liberado, en el 2003, convertido en un mártir y rodeado de cámaras de televisión que le llevaron la historia al mundo del hombre inocente recién liberado tras 18 años de injusto encarcelamiento.
Y es que transcurrido este tiempo, una prueba de ADN demostró que no había sido él el culpable –tal y como lo afirmaron en su momento 16 diferentes coartadas que ubicaron a Avery en un lugar diferente al de la violación– y obligó a las autoridades a liberarlo.
Impensable
Filmada paciente y magistralmente a lo largo de 10 años —el rodaje comenzó en el 2005— , Making a Murderer incluye testimonios del propio Avery (de principio a fin se convierte en el hilo conductor, con la mayoría de testimonios grabados vía teléfono desde la cárcel) su familia, abogados, policías y juristas.
Al final del primer episodio, una ronca voz femenina, con el inconfundible acento pueblerino de la región, acompaña las tomas triunfalistas de un treintañero Avery quien, en la flor de la vida, vive frente al mundo sus primeras horas en libertad. En el cierre, la mujer (quien es una de las primas de Steve) dice con tono quedo: “era inimaginable que cuando todos creíamos que la pesadilla había terminado, lo peor apenas estaba por empezar”.
Ciertamente, a esas alturas ya el documental ha avanzado sobre la falsa culpabilidad de Avery y ya pasó por sus 18 años en prisión. ¿Algo peor que eso? ¿Qué puede ser peor? Nada, absolutamente nada de lo que el espectador pueda imaginarse.
Una vez que Steve se reincorpora al negocio familiar de venta de chatarra, poco a poco su rutina se acomoda en los meses que siguen y, en el ínterin, recibe asesoría en el sentido de que su deber y derecho de demandar al estado.
Entonces Avery efectivamente demandaa al antiguo sheriff del condado, Thomas Kocourek, al ex fiscal del distrito Denis Vogel y al condado de Manitowoc, a quienes les reclamó una indemnización por 36 millones de dólares, además del consecuente escándalo que el caso les atrajo a todas las autoridades involucradas.
La vida le sonreía a Steve. Paralelamente se aprobó el Proyecto de Ley de Avery, que tenía por objetivo evitar la encarcelación errónea de personas inocentes. Sin embargo, esta ley luego cambiaría de nombre, como parte del tremebundo vericuento que el destino — o las autoridades— le tenían deparado a Avery.
Meses después de la liberación, la fotógrafa Teresa Halbach visitó el parqueadero de los Avery para fotografiar un Maroon Plymouth Voyager.
La joven desapareció tras aquella visita, y se activó una cacería humana que se supeditó, básicamente, a los linderos de la propiedad de los Avery.
En menos de dos semanas las autoridades acusaron a Steven de asesinato. Y es entonces cuando se decanta lo que parece ser una interminable madeja de montajes, conflictos de intereses, testimonios forzados, testimonios falsos por parte de todos los involucrados, léase acusados y autoridades.
Avery es el único que, al igual que en el caso anterior, se sostiene en la negativa de culpabilidad.
Casi un año y medio después de haber supuestamente cometido el crimen, el 18 de marzo de 2007 Steven Avery fue declarado culpable de asesinar a Teresa por lo que acabó una vez más con cadena perpetua sin posibilidad de libertad condicional.
Las inconsistencias en este último juzgamiento alcanzan, incluso, a los 12 miembros del jurado. Steve sigue jurando su inocencia y apelando cada vez que el sistema se lo permite. Los policías involucrados han caído en sus propias desgracias. Steve se niega a declararse culpable. Ahora tiene 53 años. Dice que volverá a salir de prisión algún día para gritarle al mundo, una vez más, su total inocencia. Solo que, como dicen sus abogados, a diferencia de la vez anterior, al Steve Avery de ahora le falta juventud y ya no le queda tanto tiempo. “Ya no puede esperar a que pasen otros 18 años... este caso es absolutamente desolador. Quisiera pensar que él fue el culpable de la muerte de Theresa, quisiera que sí lo fuera, así no me sentiría tan mal por todo lo que le han hecho. Es una sensación absolutamente aplastante”, declaró Dean Strang, uno de los abogados que dirigieron la fallida defensa de Steve contra el sistema de justicia.
Véalo. Domingo 3 de enero. Netflix: www.netflix.com