Imaginemos un escenario irrealizable: tomamos al Matthew McConaughey de su primer papel en una película ( Dazed and Confused , 1993), lo ponemos a conversar con su personaje en su último rol ( Dallas Buyers’ Club, 2013) y olvidamos todo lo que va en medio. Luego vemos qué sucede.
Si salimos avantes este ejercicio de abstracción –o si alguien despertara este año de un coma de 20 años– para reencontrar a McConaughey postulado al Óscar como mejor actor por su rol como un vaquero que contrae VIH y vende drogas ilegales, la situación actual tendría un poco más de sentido.
Incluso, si solo olvidamos toda la década del 2000 al 2010, este artículo no existiría: el texano sería la opción lógica, el actor prometedor de los noventas que trabajó con Steven Spielberg y Robert Zemmenicks. No habría sorpresa.
Pero para un consumidor mediático de nuestra época, es imposible olvidar al McConaughey símbolo sexual que aderezó por gran parte de su carrera la comedia romántica del momento. Y en Hollywood, por más millones que dejen la taquilla, las comedias románticas no se llevan estatuillas doradas. Si no me creen, pregúntenle a Hugh Grant.
Durante 10 años, desde que protagonizó The Wedding Planner en 2000 con Jennifer López, McConaughey fue el guapo arquetípico del cine. Hace cinco años, la idea del texano ganando (o siquiera cerca de) un premio Óscar era ridícula.
Y, de pronto, ya no lo es.
El regreso desde esos filmes románticos que conmueven a nuestras tías (ver How to Lose a Guy in 10 Days ) hacia el camino del drama duro y respetado por la Academia no es fácil. Lo hizo John Travolta en 1994 con Pulp Fiction y otros más han andado ese camino, pero son pocos.
McConaughey encontró la entrada de esa senda y lo está recorriendo con la misma facilidad con la que hacía romance hace unos años. Su papel en Dallas Buyers’ Club (2013) ya le valió un Globo de Oro y hoy llegará al Teatro Dolby, en Los Ángeles como el favorito para ganar el Óscar, con o sin el permiso del rol que hizo Leonardo di Caprio en The Wolf of Wall Street (2013), otro de los nominados.
Por cierto, el papel secundario de Matthew en esa cinta de Martin Scorsese se robó parte del show con un improvisado cántico que incluyó golpes en el pecho. No estaba en el guion, pero el texano igual lo hizo y fue central en la película.
¿De dónde nació este espíritu de renovación? ¿Cómo calzar al McConaughey que huía de la novia posesiva con el psicópata de Killer Joe ?
Pre-romance.
Durante su juventud creció al suroeste de Texas y en 1993, cuando se graduó como bachiller de Radio, Cine y Televisión en la Universidad de Texas-Austin, se estrenó su primera película: Dazed and Confused.
Todavía no era el chico del torso desnudo que conocimos en los 2000. Tenía 24 años, recién salía de la escuela de actuación y su primer papel era como un hombre entrado en sus veinte años que todavía socializaba con colegiales.
Este primer rol, mirándolo en retrospectiva, muestra lo mejor de McConaughey en ambos mundos. Era el ligador en busca de colegiales fáciles que estalló en su época romántica (si podemos llamarla así) pero también había un asomo de crítica, de auto-ironía. No es la amargura o los papeles oscuros de los últimos tres años, pero había indicios.
La crítica fue buena y su carrera empezó. Era un buen drama para tomar impulso: deben ser pocos los estudiantes de facultades de cine que sueñan con participar en comedias románticas.
Durante los noventas, recibió pequeños roles hasta que protagonizó junto a Samuel Jackson y Sandra Bullock A Time to Kill (1996), una adaptación de la novela homónica de Josh Grisman. Ese fue el salto. Después se le acercó Steven Spielberg para trabajar en Amistad (1997) y más tarde participó en el drama de submarinos U-571 (2000).
Cuando hay tantos caminos recorridos, tantos géneros con los que se experimenta, alguno impera sobre los otros. En su caso, fue la comedia romántica.
“La verdad es que estaba en una etapa más fría de mi carrera. Venía saliendo de U-571 y quería tratar cosas diferentes. Había hecho películas de acción, de crimen; y después hice The Wedding Planner (2001). Pensé, vamos a ver qué se siente hacer cine ligero, nunca lo he hecho. Y después, mierda... hizo un montón de dinero y entonces me ofrecieron otro rol similar”, confesó el actor a The Guardian .
Después de The Wedding Planner siguieron otras comedias románticas con guiones casi calcados y donde uno puede tomar un personaje de una y pasarlo a otra sin que la trama sufra ningún daño.
El mismo conflicto vive el protagonista de How to Lose a Guy in 10 Days que Failure to Launch (2006). Ambos son hombres en cuya vida entra, sorpresivamente, una mujer. Pero, ¿qué importa si están dejando más de $100 millones solo en la taquilla estadounidense? McCounaughey se convirtió en la máquina de dinero favorita de Hollywood.
Cambio de timón.
En 2008, asegura The Hollywood Reporter , hubo un punto de cambio en la carrera de McCounaughey: rechazó un contrato de $15 millones que le ofrecía Universal para trabajar en la película Magnum Pi .
La decisión tuvo mucho que ver con que el actor había sido padre recientemente, según un amigo cercano.
“Cuando te conviertes en padre, cuando tienes más experiencia de vida, quieres poner una marca imborrable en el mundo. Eso es lo que Matthew está haciendo. Está eligiendo grandes directoras para trabajar con y creando una increíble filmografía para él”, le dijo el productor Robbie Brenner al Reporter .
El actor se tomó un par de años para pensar su regreso, para replantear su vida y su carrera de actuación. ¿Cómo hace un profesional consolidado en un campo, un ícono del género, para reinventarse?
El primer paso es rechazar papeles. Convencer a la industria de que ya no, que esta vez es en serio, que terminamos. Esto debe parecerse mucho a separarse de una novia de años, incluso a un divorcio que finaliza en buenos términos, porque, después de todo, es Matthew McCounaughey, el galán de sonrisa fácil, acento texano y pinta de surfo. Los capítulos se cierran con estilo. Nadie lloró demasiado.
“Hice un par de comedias románticas. Las disfruté. Me pagaron bien; me divertí, pero no sabía si quería seguir haciéndolas. Decidí apartarme y tuve que soportar algo diferente por un tiempo. Otra más llegó con un gran cheque, pero tuve que decir que no. Estaba buscando algo que me emocionara”, explica el actor a The Guardian .
Luego de rechazar los guiones de siempre, toca esperar por los nuevos papeles (otros, como Ben Affleck, se los fabricaron para salir del bochornoso cine ‘ligero’) y tomar las oportunidades. Los roles llegaron.
“En un descabellado modo cíclico, empecé a atraer este otro tipo cosas”, confesó el actor al New York Times .
Primero fue The Lincoln Lawyer (2011), su primera película en dos años y donde encarnaba un personaje menor, pero que sirvió de mensajero: vean, este soy yo. McCounaughey interpretó a un avaro abogado californiano que supo mantenerse la camisa puesta durante toda la película. ¿Este quién es?
Pero los cineastas entendieron el guiño y empezaron a llegar guiones. Uno de ellos, Killer Joe (2011), lo asqueó inicialmente, pero tras conversar con algunos de los involucrados le agarró el gusto. El actor hizo de policía/asesino a sueldo –siempre en su Texas, donde tan cómodo está– y el público vio que esto era bueno.
Hollywood, principalmente, vio que esto era bueno.
Renacer.
Con Dallars Buyers Club y la serie True Detective (2013) el talento de McCounaughey toma un nuevo aire. Es hasta grosera hacer la comparación con sus años ‘ románticos’ –o podría parecerlo, a la distancia–. Aunque el actor valora esta etapa, ahora vive otro momento.
Ahora encontró su lugar y tiene su primera nominación al Óscar en 21 años de carrera. Tarde, si se compara con algunos talentos precoces, pero al tiempo justo para el texano.
“Los años que él perdió ahora parecen como un activo desperdicio de su posición, una decisión deliberada de ser famoso y apuesto y rico sin tratar demasiado, para cosechar los beneficios del lado indulgente de la fama.
Pero hasta la más exótica de las vacaciones se vuelven pesada y McConaughey eventualmente decidió, como todos debemos hacer, volver a trabajar”, escribe para New Yorker la bloguera de cultura Rachel Syme.
Habrá que pensar si realmente dejó de trabajar, porque en 10 años el texano solo protagonizó cinco o seis películas “duras” de comedia romántica.
¿Es culpa suya, de las audiencias que lo relacionamos demasiado con este género o de los estudios que monopolizaron su agenda? Antes de ver Dazed and Confused , en el 2012, yo nunca había conocido al McConaughey talentoso y serio que estaba oculto. Claro, hay talento en el romance, pero son ligas diferentes.
Sea como sea, el actor decidió tomar el asunto entre sus manos, y el futuro solo puede sonreírle. Hoy tal vez logre su primer Óscar y si no fuera por otros titanes de la pantalla chica (ver Kevin Spacey en House of Cards o Peter Dinklage en Game of Thrones ) el Emmy sería sin duda suyo por su papel en True Detective . Por ahora es uno de los contendientes más serios.
Todavía falta que nos muestre qué hara con Interstellar de Christopher Nolan –que se estrenará este año– o Sea of Trees , de Gus van Sant que narra la historia de dos hombres que se conocen cuando van a suicidarse. Y claro, las próximas temporadas de True Detective .
Si un puñado de películas en la década de los 2000 bastaron para posicionar a McConaughey como el actor de comedia romántica por excelencia, su seguidilla de papeles oscuros y profundos de los últimos cinco años probablemente bastará para ubicarlo en una nueva división.
Una vez allí, realizado, tal vez nos sorprenda una vez más para volver al cine para tías con Jennifer Gardner y Julia Roberts. Cada género tiene su encanto y el texano se lo dijo a The Guardian .
“El humor que quiero hacer es esto: hay un tipo extremadamente seguro de sí mismo y que se las sabe todas, pero luego una puerta se cierra y la audiencia se da cuenta que no tengo todo tan claro”, confesó en 2012.
Si estos últimos años son su respuesta a puertas que empuja, cierra y derriba, es imposible saberlo. Pero por sus papeles más recientes, algo nos queda claro: McConaughey parece un tipo seguro que tiene el norte claro en su vida. Y eso, aunque no haya caída (o más bien con más motivo) siempre fascina.